Adolfo Pérez Esquivel
Foto cortesía: © Adrián Stehlik/WCC

Recuerda que fuiste esclavo en la tierra de Egipto,
Y el Señor, tu Dios, te sacó de allí
Deut. 5. 15

La humanidad se ve sacudida por el aumento de guerras y conflictos armados, el incesante aumento de la irracionalidad, de
pensar que la violencia es la solución.
Lo único que han logrado hasta el momento es aumentar las muertes, y el derramamiento
de sangre de los pueblos, mientras los gobernantes y aquellos que tienen el poder, buscan justificar lo injustificable.
Para algunos la guerra es negocio a costa de la vida de los pueblos, que siempre ponen sus muertos, el dolor y sufrimiento.

Israel ha desoído a la Asamblea General de las Naciones Unidas y otros organismos internacionales, a cuarenta y seis
recomendaciones; con total y absoluta impunidad, amparada y protegida por los Estados Unidos, quien ejerciendo su derecho de
veto, lo ha utilizado para impedir las resoluciones que condenaban a Israel, por sus ataques y opresión contra el pueblo palestino, el Líbano y otros países árabes.

La soberbia del poder los ha llevado a generar mayor violencia sin medir las consecuencias.
Están transitando caminos sin retrocesos y empleando medios que justifiquen sus fines.
No importa el precio de los «daños colaterales», la matanza de niños,
mujeres, jóvenes, y ancianos indefensos.
Quieren hacer creer al mundo que ellos son las víctimas y no los victimarios.

Le escalada de violencia desatada por los EE.UU. e Israel en el Medio Oriente, las invasiones a Irak y Afganistán, están marcadas
por las atrocidades cometidas en las cárceles de Abu Ghraib y en la base militar de los EE.UU. en Guantánamo (Cuba).
Han utilizado la tortura, el trato cruel y degradante, condenado por las Naciones Unidas, violando el derecho internacional y humanitario.
Israel ha justificado y utilizado la tortura para lograr sus fines. El derecho internacional ha quedado hecho trizas.

Es necesario que la comunidad internacional ponga fin a la barbarie, a las masacres.
Debemos decir, una vez más que no
justificamos los atentados de ninguna de las partes. Debemos condenar todo tipo de terrorismo: de los grupos ocultos en las
sombras y del terrorismo de Estado. Optamos claramente por el derecho de los pueblos a su existencia, a su soberanía, a la vida
en libertad.

Sumamos nuestra voz a miles de otras voces que dicen ¡BASTA A LA GUERRA!.

En Israel, en Palestina y en el mundo, se están movilizando ciudadanos y ciudadanas que reclaman el cese de la violencia y quieren abrir el diálogo que permita llegar a una solución del grave problema que afecta a todo el Medio Oriente; Israel, el Líbano,
Palestina, Irak, Afganistán.

Thomas Merton [1] dice que: «El poder no tiene nada que ver con la paz. Cuando más aumenta su poder militar, más viola la paz y la
destruye».

Miremos los acontecimientos en el mundo; se ha perdido el equilibrio, la capacidad de razonar que la guerra es una tragedia para todos.
Es urgente desarmar la razón armada, reconocer que nada es posible oponiéndose con otra razón mayor, sino que es necesaria la capacidad de encontrar y respetar al otro.

Si no se logra, los vencedores de cualquier bando quedan vencidos y víctimas de su propia violencia e idiotez. Y los vencidos
buscarán revancha a sus frustraciones. Ninguno logrará la paz y las heridas quedarán abiertas por muchas generaciones, sin poder
cicatrizar.
Más de 50 años de guerra entre Israel y Palestina no han logrado alcanzar ningún objetivo en bien de los pueblos; lo
único que han logrado es sembrar la destrucción, la miseria, el dolor y la muerte.

Los gobernantes se rodean de guardias y equipos sofisticados para protegerse y siempre están a resguardo de las bombas y los
atentados justificando las masacres contra el otro. Así, van a alentar a las tropas para que continúen matando.

Utilizan la violencia y la justificación de las palabras, vaciadas de contenido. Utilizan largos discursos que ni ellos creen. Mientras
tanto las muertes se suman, y los seres humanos pasan a ser una abstracción.

¿Cuántos murieron hoy?
¿Cuántos civiles, cuántos soldados; cuántos niños, mujeres, jóvenes y ancianos morirán
hoy?
¿Y mañana, cuántos se sumarán a la lista del horror?
¿Cómo es esperar la «bomba inteligente» que los destruirá dentro de cinco minutos, una hora, un segundo?
¿Cuál es el precio de toda ésta locura?
¿En cuánto valoran una vida y el precio de una bomba?
¿Cuánto representa el precio de un tanque o de un avión de combate?

¿Saben los gobernantes y señores de la guerra que, por día mueren en el mundo más de 35 mil niños de hambre, según el informe de la FAO?
¿Cuántos hospitales, escuelas, programas
para la vida se podría realizar con el valor de uno sólo de esos instrumentos de muerte?

Para los poderosos señores de la guerra, negocios son negocios, la muerte produce buenos dividendos, las «bombas inteligentes»
matan más y mejor; los tanques y aviones de combate sofisticados, destruyen más y mejor.
¿Quienes son los traficantes de la muerte que se enriquecen con la sangre de los pueblos?

Es urgente reaccionar, no bastan las palabras. El dolor y la muerte, provocadas por la guerra continúan, frente a la
irresponsabilidad de los gobernantes que desataron la violencia y ya no saben como contenerla y evitarla.

La guerra nace en la mente de los hombres y es necesario desarmar la conciencia armada, para encontrar otros caminos y alternativas que lleven a la resolución de los conflictos.

Es necesario cambiar el curso de los acontecimientos a través de acciones colectivas y desarrollando la solidaridad entre los pueblos.

Es necesario que los intelectuales, artistas, educadores dejen su modorra y se sacudan el polvo y pongan en práctica el pensamiento y la acción; la coherencia entre el decir y el hacer.
Sólo así serán creíbles y podrán contribuir a sumar sus esfuerzos a muchos otros, para detener la locura de la guerra y generar la
Paz.

Es necesaria la movilización de los trabajadores, de los jóvenes, de hombres y mujeres que reclaman otro mundo posible.

¿Cuándo aprenderán, los pueblos de Israel y Palestina, a convivir como hermanos y no como enemigos?
¿Cuándo dejarán de matarse unos a otros?
Es lo que han hecho hasta ahora y no han
logrado resolver absolutamente nada, sólo justificar el horror en nombre de la idiotez humana.

Es necesario que las iglesias se convoquen, a nivel ecuménico y mundial, para orar y actuar, sin sectarismos, ni fundamentalismos.
Orar al Dios de la Vida y reclamar el cese inmediato de la violencia.

Es necesario incrementar las posibilidades del diálogo, de los consensos, de acuerdos que respeten el derecho de cada pueblo.
Se necesita de la voluntad política y de la toma de decisiones, que demandan coraje.
Desterrar los miedos y el fatalismo, la cobardía oculta detrás de cañones y fusiles, de tanques y aviones que no
les permiten ver más allá de sus mezquinos intereses.

Es necesario que los pueblos asuman la resistencia, social, cultural, política y espiritual a través de movilizaciones, de la no
cooperación con la violencia e injusticias, de sumar esfuerzos con otros pueblos y denunciar a los responsables de las dominaciones
y el dolor que afectan a toda la humanidad.

Naciones Unidas, y los organismos internacionales han quedado neutralizados y postergados por los intereses políticos de las grandes potencias como EE.UU. y Gran Bretaña.

En el primer artículo de la Declaración de la ONU dice: «Nosotros los Pueblos
del Mundo»...
Hay que ponerse de pié y caminar hacia nuevos horizontes de vida y no de muerte.
A pesar de todo, esa es la esperanza.

Fuente: ALAI AMLATINA, 01/08/2006

[1Thomas Merton (Prades, Francia, 1915 - Bangkok, 1968), monje trapense, poeta y pensador norteamericano.