Las acusaciones formuladas por los regímenes del Reino Unido, Estados Unidos y Pakistán sobre el supuesto descubrimiento de preparativos para una gran serie de atentados contra nueve compañías aéreas de Estados Unidos se «basan» en «pruebas» extremadamente dudosas, que serían rechazadas por cualquier tribunal digno de ese nombre.

El análisis minucioso de la investigación, en su fase actual, permite destacar algunas cuestiones sobre las afirmaciones de esos gobiernos en cuanto a la preparación de un atentado urdido por 24 súbditos británicos de origen pakistaní.

A los arrestos de esos 24 sospechosos siguió la búsqueda de pruebas materiales, como relata el Financial Times en su edición del 12 de agosto de 2006: «La policía se dio a una hercúlea tarea consistente en reunir pruebas del presunto complot terrorista revelado ayer» [1]. Dicho de otra forma, los arrestos, así como las acusaciones, tuvieron lugar a pesar de la ausencia total de las pruebas necesarias para su realización. Esto es de por sí una forma de proceder extremadamente extraña ya que los procedimientos normales de investigación exigen que los presuntos sospechosos sean arrestados únicamente después de la realización exitosa de «la hercúlea tarea consistente en reunir pruebas». O sea, se realizaron arrestos antes de disponer de las pruebas necesarias. ¿Qué justifica entonces esos arrestos en el plano legal?

Las investigaciones de grabaciones y transferencias bancarias que efectuó el gobierno no permitieron encontrar ninguna vía de financiamiento, a pesar de haber sido congeladas las cuentas corrientes de las personas arrestadas. La investigación policial arrojó sumas modestas en las cuentas de ahorro de estas personas ya que se trataba de jóvenes, obreros, estudiantes o empleados provenientes de familias de inmigrantes con recursos muy modestos.

El gobierno británico, con el apoyo de Washington, afirmaba que el arresto de dos anglopakistaníes por el gobierno pakistaní había proporcionado «pruebas irrefutables» que supuestamente permitieron descubrir el complot e identificar a los potenciales terroristas. Ninguna instancia judicial occidental aceptaría el tipo de prueba que aportaron los servicios de inteligencia pakistaníes, tristemente célebres por recurrir a la tortura para obtener «confesiones». Las «pruebas» que aportó la dictadura pakistaní se basan en un supuesto encuentro entre un pariente de uno de los «sospechosos» y un agente de Al Qaeda en la frontera afgana.

Según la policía pakistaní, este agente de Al Qaeda habría entregado a ese pariente –y, «por consiguiente», al acusado...– la información necesaria para fabricar la bomba así como ciertas instrucciones. La información sobre la confección de artefactos explosivos no tiene por qué venir del otro lado del mundo y muchísimo menos debe ir alguien a buscarlas hasta una frontera que se encuentra bajo vigilancia militar de fuerzas armadas a las órdenes de Estados Unidos por un lado y del ejército pakistaní por el otro. Además, resulta extremadamente dudoso que agentes de

Al Qaeda en las montañas afganas tengan una idea detallada de las medidas específicas de seguridad de las compañías aéreas británicas ni del funcionamiento de estas en Londres. A falta de pruebas palpables, los servicios secretos pakistaníes y sus equivalentes británicos utilizaron todos los resortes de la maquinaria propagandística hablando de encuentros clandestinos con Al Qaeda, intercambios de informaciones sobre la fabricación de bombas en la frontera pakistano-afgana, británicos de origen pakistaní que tienen amigos islamistas, vínculos terroristas y familiares en Gran Bretaña...

Los servicios estadounidenses alegaron –cosa que Londres repitió– que sumas de dinero habían sido transferidas por vía electrónica desde Pakistán para que los conspiradores compraran pasajes de avión. Sólo en uno de los apartamentos registrados se encontraron pasajes de avión (la policía no ha revelado ni la compañía que los emitió ni el lugar de destino). Ninguno de los demás sospechosos poseían pasajes de avión y varios ¡ni siquiera tenían pasaporte! En otras palabras, los sospechosos nunca dieron los pasos preliminares del supuesto complot terrorista. La existencia de un complot terrorista cuyo objetivo fuese hacer estallar en pleno vuelo varios aviones de pasajeros se hace imposible si los supuestos conspiradores no tienen dinero suficiente para viajar, ni papeles de identidad, ni pasajes de avión. Además, afirmar que los presuntos conspiradores dependían de instrucciones provenientes de alguien que los manipulaba de lejos y que ignoraba totalmente las condiciones básicas existentes sobre el terreno de operaciones es simplemente increíble.

La historia de las «bombas líquidas»

Desde el principio, las autoridades británicas y estadounidenses afirmaron que el artefacto explosivo era «una bomba líquida», aunque no se encontró bomba alguna –ni líquida ni sólida– en ninguno de los lugares inspeccionados ni en poder de ninguno de los sospechosos. Tampoco se demostró que ninguno de los sospechosos esté capacitado para fabricar, transportar ni hacer estallar la supuesta «bomba líquida» que, de haber existido, se compondría de una mezcla extremadamente inestable e imposible de manipular por personas no expertas [2]. No se ha presentado prueba alguna en cuanto a la naturaleza de la bomba líquida mencionada que pueda hacer establecer la implicación de alguno de los sospechosos. Además, no se ha encontrado ninguno de los elementos indispensables para la confección de una «bomba líquida». Tampoco existe la menor señal de alguna prueba de la procedencia del líquido explosivo (la fuente) ni en cuanto a saber si el líquido fue comprado en Gran Bretaña o en otra parte.

Incluso después que el cuento de la bomba líquida se hundiera en el ridículo y casi en el olvido, el viceasistente del fiscal general británico Peter Clark afirmó que «el equipamiento necesario para la fabricación de una bomba, como productos químicos y componentes electrónicos, fueron encontrados» [3].

Aún así, no hay indicación de los lugares en los que habrían sido encontrados los supuestos «componentes electrónicos» y «productos químicos». No se sabe cuáles son los presuntos terroristas en cuyos domicilios u oficinas supuestamente aparecieron ni si existe alguna razón plausible que no tenga que ver con la fabricación de bombas para que estos elementos se encontrasen donde estaban. ¿Estaban estos supuestos elementos indispensables para la fabricación de bombas en manos de una sola persona o de un grupo de personas? Tampoco se sabe.

En el caso de la segunda posibilidad, ¿se trataba de personas conocidas por sus vínculos con un complot tendiente a cometer atentados con bombas? Resulta además interesante analizar la fecha a partir de la cual las autoridades prefirieron abandonar la pista de las bombas líquidas para hablar solamente de la identificación de detonadores electrónicos obsoletos. ¡Y la razón que las llevó a ello! ¿Existe acaso la menor prueba –documentos o conversaciones grabadas– que vincule esos detonadores electrónicos y productos químicos precisamente con el complot que se venía investigando, cuyo supuesto objetivo era «hacer estallar nueve aviones de pasajeros de Estados Unidos»?

Lejos de presentar hechos pertinentes que aclaren preguntas fundamentales sobre los nombres, fechas, armas y fechas de viaje, el comisario Clark proporciona a la prensa una especie de lista de compras en la que aparecen objetos que se pueden encontrar en millones de hogares. Revela además la gran cantidad de edificios (69) registrados hasta ahora. Si el asunto es ir de puerta en puerta y subir escaleras, entonces Clark se ganó un ascenso y merece que le otorguen el rango de caballero. Según lo que él afirma, la policía descubrió más de 400 computadoras, 200 teléfonos celulares, 8 000 accesorios vinculados a los medios electrónicos de difusión (accesorios tan inquietantes como tarjetas de memoria adicional Blue Tooth, CDs y DVDs) y la policía extrajo 6 000 gigabytes de datos de las computadoras confiscadas (o sea 150 gigabytes por computadora...) así como varias gradaciones de video.

Como no existe el menor dato cualitativo que demuestre que los sospechosos estuviesen preparando realmente bombas para destruir aviones estadounidenses de pasajeros, es de suponer que el comisario Clark esté solicitando el aplauso del público para los logros de sus colaboradores que han dado grandes pruebas de eficiencia en el arte de apoderarse de equipos electrónicos y de traerlos de allá para acá ¡desde 69 edificios diferentes! Sería esta, en efecto, una hazaña digna de ser mencionada... si estuviésemos hablando de una agencia de mudanzas y no de una fuerza policíaca con extensos poderes y de un hecho de supuestas «consecuencias catastróficas incalculables».

Algunos de los sospechosos fueron arrestados porque estuvieron en Pakistán al principio de las vacaciones escolares. Tanto las autoridades británicas como las estadounidenses olvidaron simplemente recordar que decenas de miles de pakistaníes que viven fuera de su país regresan allí para visitar a sus familias, ¡sobre todo durante esta época del año!

Los expertos de la bolsa de valores nunca tomaron en serio el complot de las bombas líquidas, ni en Wall Street ni en la City londinense. El mercado se mantuvo imperturbable, no hubo descenso ni desplome, no hubo el menor pánico… El complot anunciado como tendiente a hacer estallar aviones de pasajeros fue ignorado por todos los grandes protagonistas en los mercados estadounidenses y londinenses. De hecho, ¡hasta bajaron un poco los precios del petróleo! Contrariamente a lo sucedido cuando los atentados del 11 de septiembre de 2001 y los de Madrid y Londres (con los que se ha comparado repetidamente este complot), quienes tienen el poder de decisión en los mercados bursátiles ni siquiera se sintieron impresionados por las afirmaciones de «gran catástrofe» que hicieron los gobiernos. A pesar de que se les mantuvo al tanto durante días sobre el «complot de las bombas líquidas», ni George Bush ni Tony Blair creyeron necesario acortar aunque fuera por un día sus propias vacaciones para ocuparse seriamente de la catástrofe anunciada [4]...

Los «mensajes de los mártires»

Además, cada uno de las afirmaciones perentorias y elementos de «prueba» presentados por la policía y responsables de la seguridad de Blair y Bush contiene aspectos dudosos, como presuntos sospechosos que son puestos en libertad y nuevas pruebas, tan infundadas como las anteriores, que se presentan poco a poco para mantener un suspense capaz de cortar la respiración. Dos grabaciones de «mensajes de mártires» fueron encontrados en la computadora de uno de los sospechosos, lo cual –según nos dicen– hace presagiar la preparación de un ataque terrorista. El equipo de Clark dice con enorme aplomo haber encontrado una –o varias– de esas grabaciones pero olvidan precisar que los sospechosos no hicieron esos videos sino que solamente los visionaron.

En todo caso, mucha gente en el mundo rinde homenaje a mártires que se sacrificaron por un montón de causas políticas. El primer ministro japonés Koizumi visita todos los años un mausoleo dedicado a los muertos japoneses de la Segunda Guerra Mundial –entre los que se encuentran pilotos suicidas o kamikazes– a pesar de las protestas de coreanos y japoneses. Millones de ciudadanos y políticos estadounidenses rinden homenaje a los héroes de guerra en el cementerio nacional de Arlington todos los años ya que algunos de esos soldados se sacrificaron por sus camaradas, por su bandera y por una causa. Que los asiáticos, musulmanes o no, coleccionen videos de mártires caídos en la lucha contra la ocupación o contra Israel no debería sorprender a nadie.

En ninguno de los casos anteriormente citados se producen intentos policiales de establecer relación alguna entre quienes rinden homenaje y futuros complots de atentados suicidas. Nunca vemos nada parecido, ¡menos en el caso de los musulmanes! El homenaje a héroes caídos en combate es un fenómeno normal y cotidiano, no se trata ciertamente de una prueba de que quienes participan en este tipo de homenajes sea gente exaltada o esté comprometida en algún tipo de actividad criminal…

Un «mensaje de mártir» no es ni un complot, ni una conspiración ni una acción. Es simplemente una expresión de la libertad de expresión –se podría agregar incluso que es «de uso interno» (entre la persona y su computadora)– que posteriormente puede convertirse, o no, en un discurso público. ¿Tenemos que convertir un soliloquio privado en una conspiración terrorista?

Luego de expirar el periodo legal de detención de los sospechosos sin que se presentaran cargo en contra de estos, las autoridades británicas liberaron a dos y abrieron investigaciones contra 11 de ellos mientras que otros 11 siguen encarcelados a pesar de no haber sido inculpados, cosa que no ha sucedido probablemente porque no hay nada que permita hacerlo. Mientras que el número de conspiradores va disminuyendo, en Inglaterra, Clark y compañía han desviado la atención hacia un complot de envergadura mundial, con ramificaciones en España, Italia y Medio Oriente, entre otras regiones…

Aparentemente, la «lógica» de esto es que la mayor extensión de la red podría compensar los baches...

En este caso, de las 11 personas puestas a la disposición de los tribunales, solamente ocho han sido acusadas de conspirar con vistas a perpetrar un atentado terrorista. Las otras tres están acusadas de no haber «revelado la información que conocían» (digamos más bien de ser delatores que no habrían revelado… ¿qué en realidad?) y de «posesión de objetos que podían ser utilizados por personas que estuviesen preparando un atentado terrorista.» [5]. ¡Como no se encontró ninguna bomba ni se ha revelado ningún plan de acción, tenemos que contentarnos con una vaga acusación de «conspiración», algo que puede ser incluso una discusión privada hostil, contra ciudadanos estadounidenses o británicos, entre varios individuos supuestamente dotados de capacidad de reflexión!

La razón por la que parece que estamos ante ideas y no acciones tiene que ver con el hecho de que la policía no ha podido encontrar arma alguna ni el menor rastro de acciones que permitan penetrar por la fuerza en el supuesto lugar de ataque (tales como pasajes que permitieran penetrar en aviones, pasaportes, etc.). ¿Cómo se puede acusar a los sospechosos de no haber revelado informaciones cuando la propia policía no dispone de información alguna referente a un complot totalmente nebuloso sobre la realización de atentados con bombas?

El hecho mismo de que la policía actualmente siga edulcorando sus sospechas sobre otros tres conspiradores es síntoma de la base tambaleante de los arrestos que realizó y de sus declaraciones públicas. Acusar a un joven de 17 años de «posesión de objetos indispensables para la preparación de un atentado terrorista» constituye un abuso tan grande que da risa. ¿No era posible utilizar ese objeto para otra cosa, ya fuera por parte del propio joven o de su familia (como un abrelatas, por ejemplo)? ¿«Poseía» documentos escritos que pudieran darle una información sospechosa o los tenía simplemente porque podían resultar fascinantes para alguien de su edad? Si tenía esos documentos es porque no los había entregado a otra persona que pudiera confeccionar bombas.

¿Tenía conocimiento de planes específicos para fabricar bombas? ¿Conocía a alguien capaz de hacerlo? Los cargos presentados podrían implicar a cualquiera que posea, o que lea, una buena novela de espionaje o de ciencia ficción en el que se mencione la fabricación de explosivos. Los 11 decidieron declararse no culpables y habrá juicio. El gobierno y los medios de difusión ya condenaron por adelantado a los acusados, tanto en la prensa electrónica como en la impresa. Se sembró el pánico. El miedo y la cólera histérica están ya presentes en las interminables colas de pasajeros, en aeropuertos y estaciones de trenes... Pacíficos asiáticos son expulsados de aviones porque la gente tuvo miedo al oírlos rezar e incluso se interrumpen vuelos y hasta se ordena la evacuación de aeropuertos…

Consecuencias económicas de la operación propagandística

El cuento del complot de las bombas líquidas ha provocado ya enormes pérdidas (que ascienden a cientos de miles de dólares) para las compañías aéreas, hombres de negocios, compañías petroleras, tiendas libres de impuestos (duty free), agencias de viaje, destinos de vacaciones y establecimientos hoteleros, sin hablar de los inconvenientes y problemas de salud ocasionados a los miles de pasajeros que se vieron empantanados en los aeropuertos en medio de la consiguiente angustia. Las restricciones impuestas a los pasajeros para viajar con su computadora portátil, con maletines de viaje, con ciertos efectos de higiene personal, comida y medicinas líquidas se suman ahora a los «costos» inherentes a los viajes.

Se hace por tanto evidente que la decisión de cocinar este falso complot con bombas no está motivada por el interés económico sino por razones que son puramente de política doméstica. El gobierno Blair, ya extremadamente impopular por causa de su apoyo a las guerras de Bush en Irak y Afganistán, estaba enfrentando duras críticas debido a su apoyo incondicional a la agresión israelí contra el Líbano y a su obstinada negativa a llamar a un cese al fuego inmediato, así como por su indefectible apoyo al servilismo de Bush ante los grupos sionistas de presión en Estados Unidos.

Incluso en el seno del Partido Laborista cerca de un centenar de dirigentes se expresaban entonces abiertamente en contra de su política e inclusive ministros recientemente nominados, como Prescott, llegaron a declarar que la política exterior del Big Boss Bush olía a gallinero. Bush no era aún tan rechazado por sus colegas como el propio Blair, pero su impopularidad amenazaba con dar lugar a la derrota del Partido Republicano en el Congreso.

Según muy altos responsables de la seguridad en Inglaterra, Bush y Blair estaban «al tanto» de la investigación sobre un posible complot «con bombas líquidas». Sabemos que el propio Blair dio luz verde para los arrestos aunque las autoridades le habían dicho que no tenían suficientes pruebas y que las detenciones serían un paso apresurado. Informes provenientes de la policía británica afirman que fue la administración Bush quien empujó a Blair a realizar los arrestos antes de tiempo y a anunciar el descubrimiento de un complot «con explosivos líquidos». Después de esto, responsables de la seguridad lanzaron una campaña masiva y en todas direcciones de «propaganda sobre el terrorismo» con el objetivo de acaparar la atención y el apoyo del público, con la total colaboración de los medios de prensa. La campaña mediática sobre la seguridad funcionó durante un tiempo: subió un poco la popularidad de Bush, Blair logró evitar una moción de censura y ambos pudieron continuar tranquilamente sus vacaciones…

El complot político sobre el supuesto atentado corresponde a un modelo ya probado que consiste en sacrificar ciertos intereses económicos capitalistas con tal de alcanzar objetivos de política interna y que la gente adopte ciertas posiciones ideológicas. Los fracasos en política exterior llevan a crímenes de política doméstica, exactamente de la misma forma que las crisis que se producen en el campo de la política interna acaban a veces por expresarse en términos de expansión militar agresiva.

Las redadas criminales que organizaron los responsables británicos de seguridad y cuyas víctimas fueron jóvenes británicos musulmanes originarios del sur de Asia fueron concebidas específicamente para ocultar el fracaso de la invasión angloestadounidense en Irak así como el apoyo angloestadounidense a la destructiva invasión –aún siendo esta «coronada por el fracaso»– del Líbano por Israel. El complot de Blair sobre los «kamikazes de los explosivos líquidos» sacrificó múltiples intereses capitalistas con el solo fin de conservar los cargos políticos amenazados y de evitar una salida prematura del poder, que hubiera resultado singularmente indecorosa. Los ciudadanos y las empresas británicas serán quienes paguen los platos rotos de este patético militarismo.

De manera similar, Bush, sus sioneoconservadores y otros militaristas explotaron los sucesos del 11 de septiembre de 2001 para desplegar una estrategia militarista bajo la forma de diferentes conflictos en el sudoeste de Asia y el Medio Oriente.

El tiempo y las investigaciones científicas realizadas han puesto seriamente en duda la versión oficial del 11 de septiembre –tanto en lo concerniente al derrumbe de uno de los rascacielos de New York como en cuanto al origen de las explosiones del Pentágono, en Washington. Los sucesos del 11 de septiembre, así como las guerras en Afganistán e Irak llevaron al sacrificio de intereses económicos estadounidenses de gran importancia: pérdidas en vidas humanas y económicas en New York, pérdidas registradas por el turismo, las compañías aéreas, enorme destrucción física; pérdidas en términos del importante alza de los precios del petróleo y en términos de inestabilidad, aumento de los costos que tienen que enfrentar los consumidores y las industrias, principalmente en Estados Unidos, Europa y Asia…

De igual forma, la invasión israelí a la franja de Gaza y al Líbano, con apoyo de Estados Unidos y Gran Bretaña, resultó extremadamente costosa en el plano económico, debido a los bienes destruidos y a los mercados e inversiones suspendidos o pospuestos, todo lo cual da lugar a un aumento de la oposición de las masas a los planes imperialistas.

En otras palabras, las políticas militaristas, similares en todos los aspectos, de Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel se aplican en detrimento de toda una serie de sectores estratégicos de la economía civil. Las pérdidas que registran sectores económicos clave obligan a los militaristas –que son principalmente civiles– a recurrir al montaje de crímenes políticos internos (falsos complots supuestamente tendientes a la preparación de atentados y juicios contra gente arrestada al azar) para desviar la atención del público de sus costosas y desastrosas políticas, y reforzar su control político sobre la población.

En ambos campos de acción, los militaristas civiles y los sioneoconservadores predican únicamente para sus propios fieles ya convencidos. En cuanto a Estados Unidos, este país sigue siendo lo que siempre ha sido desde su fundación: un país en el que los militaristas civiles demócratas se pasan el tiempo capitalizando los fracasos de sus colegas militaristas civiles republicanos en el poder...

Sobre la operación de propaganda «Explosivos líquidos» desencadenada en Londres el 10 de agosto de 2006:
 «Complot terroriste au Royaume-Uni : que se passe-t-il vraiment ?», por Craig Murray, Voltaire, 18 de agosto de 2006
 «Londres : terrorisme fictif, guerre réelle», por Jurgen Elsasser, Voltaire, 17 de agosto de 2006
 «Fabriquez vous-mêmes votre bombe au TATP», por Thomas C. Greene, Voltaire, 21 de agosto de 2006
 «L’alerte terroriste inquiète les Britanniques, sauf Tony Blair», Voltaire, 14 de agosto de 2006.
 «Les certitudes de Nicolas Sarkozy : “Un faisceau d’éléments permet de penser que la nébuleuse Al Qaïda n’est pas très éloignée de ce qui aurait pu se passer”», Voltaire, 17 de agosto de 2006.

[1Financial Times, 12 de agosto de 2006.

[2Sobre el ridículo cuento de las «bombas líquidas», leer el artículo del novelista estadounidense Thomas C. Greene, «Fabriquez vous-mêmes votre bombe au TATP, publicado en Voltaire el 21 de agosto de 2006.

[3BBC News, 21 de agosto de 2006.

[4Ver Ver artículo143052, Voltaire, 14 de agosto de 2006.

[5BBC News, 21 de agosto de 2006.