¿Cómo fue esa visita?

 Conocíamos ya las mentas, lo que se contaba del asunto, y ahí fuimos a una planta de creación de habanos. Ahí estaban todos esos magos del tabaco trabajando contra el mundo, y -para nuestra sorpresa- nos encontramos que estaban leyendo Operación Masacre.

 ¿Los trabajadores?

 Sí, porque hay una vieja tradición cubana -que no la he visto en ninguna otra parte del mundo- que viene de los tiempos coloniales, según la cual en las plantas de tabaco hay un lector. Un tipo que esta arriba, sentado en un pupitre, leyendo.

 ¿Y justo estaban leyendo el texto más reconocido de Walsh?

 Ellos nos decían que fue casualidad, pero yo no lo creo; yo pienso que ellos sabían que iba Rodolfo. Recuerdo que entramos los dos a la fábrica, y le digo: -Rodolfo, están leyendo Operación Masacre. Y él, que era muy guardado en la prosa y en la vida, en lo escrito y lo vivido, se emocionó.

 ¿Este es el primer recuerdo que tenés de él?

 Lo primero que recuerdo es un raro acto de emoción que lo desbordó. Ese lector, en una planta de tabaco de Cuba, lo había desbordado.

 ¿Qué admirabas de él?

 Rodolfo venía de distintas experiencias, que se juntaron en él como arrollitos que se unen en un río. Era traductor, era un estudioso de la literatura que consiguió trabajar con éxito en algo que a mí me gustaría ser capaz de hacer: en cuestionar, romper, las fronteras entre los géneros. Con un agregado, porque también peleó para que se reconociera el periodismo como un género literario. Luchaba contra quienes encasillaban al periodismo como una actividad subalterna; metida en los suburbios.

 ¿Su actividad marcó un antes y un después en el periodismo?

 Sin dudas. Fue uno de los que mejor demostró la necesaria valorización del periodismo. Otros lo habían hecho antes, habían demostrado -como él- que el periodismo es y debe ser un género literario. Porque la literatura es el conjunto de mensajes escritos que emite la sociedad, tengan la forma que tengan.

 Él tuvo la capacidad de adecuarse a varios géneros.

 Fue un gran escritor tanto en sus obras de teatro como en sus crónicas y sus artículos. Rodolfo trabajó por la verdad sabiendo que la verdad no es una nunca, sino que hay tantas verdades posibles como las vidas que las vivieron. Y sabiendo también que hay que separar la paja del grano, que nos han mentido mucho y que es hora de empezar a recuperar las cosas como son o como por lo menos hemos sentido que fueron; que seamos honestos a la hora de transmitirlas.

 Operación masacre revolucionó la manera de comunicar un hecho real

 Por eso creo que Rodolfo fue un gran maestro. No sólo por el coraje con el que supo ver lo que fue como fue, aunque doliera -y a veces por cierto que duele mucho-, sino por su alto talento para transmitirlo, para transmitir el horror con belleza; y eso si que suena paradójico. Por lo que supe de él las veces que compartimos algunos cafecitos, algunos vinitos, algunas palabritas, algunos silencitos; estoy seguro de que sí él estuviera acá se podría muy incómodo, tragaría saliva y trataría de irse.

 ¿Qué lo distinguía?

 Creo que en algo muy importante, Rodolfo y el Che se parecían: en la identidad de la palabra y el acto. El Che se ha ganado el lugar que ocupa en la cabeza y en el corazón de tanta gente joven porque en él se dio este raro milagro del encuentro de la palabra y el acto. Dos cosas que, por lo menos en América Latina -y sospecho que en el mundo entero- andan siempre divorciadas. Entonces, cuando se encuentran por accidente, ni siquiera se saludan. Y en algunos seres humanos en los que la palabra y el acto se encuentran, como pasó con el Che, hacen que ese hombre sea capaz de seguir naciendo porque hizo lo que decía y dijo lo que pensaba.

 ¿Veías lo mismo en Rodolfo?

 Él también fue así, él siempre fue consecuente; consecuente hasta con lo que probablemente fueron sus errores, aunque yo no soy quien para juzgar a nadie y menos a mi amigo y maestro. Pero siempre fue consecuente. No vivió ni mentido ni mintiendo, no usó ninguna mascarita para andar por ahí. Rodolfo eligió, en las palabras que escribió y en la vida que vivió, un camino difícil: el camino de la comunión entre la palabra y el acto, entre el compromiso político y su tarea creadora.

 Una estaba ligada a la otra.

 Decidió que no había ninguna frontera y fue siempre el mismo, hasta cuando participaba de la militancia activa. Y yo creo que pagó las consecuencias. Lo valeroso es que él lo supo y no le importó nada.

# Nota publicada por la Agencia ISA (Argentina)