Foto arriba: Thierry Meyssan en el barrio Sur de Beirut bombardeado par la aviación israelí.
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Fracaso del «Air Power»

El plan de ataque fue concebido conjuntamente por los estados mayores estadounidense e israelí. El Pentágono impuso la técnica del Shock and Awe en el marco de la guerra relámpago, clásica para el ejército israelí.

Para los generales estadounidenses, había llegado la hora de demostrar el «Poder aéreo». Desde los años 30, la fuerza aérea trata de demostrar que un bombardeo aéreo masivo puede bastar para obtener la rendición del enemigo sin combates terrestres. Ello exige el desencadenamiento de un diluvio de fuego que ponga al enemigo en estado de choque. Hace 60 años que Estados Unidos aplica sin éxito esa teoría en diferentes partes del mundo. Esta vez, la tesis era que la destrucción sistemática y total de todas las ciudades del sur del Líbano haría que los libaneses se levantaran contra la dictadura de Hezbollah y aclamaran a la familia Hariri.

En día y medio de bombardeos, el ejército israelí cortó las comunicaciones entre el norte y el sur del Líbano, inutilizó el aeropuerto de Beirut y destruyó las reservas de hidrocarburos, bloqueó los principales puertos e impuso un bloqueo aéreo y naval. Solamente quedaron algunas carreteras que conectan el norte del Líbano con Siria, carreteras inundadas de columnas de desplazados.

El problema está en que Hezbollah no es una dictadura sino un movimiento de resistencia y solidaridad. Los bombardeos dejaron un millón de personas desplazadas. La cuarta parte de ellas emigró al extranjero, otra cuarta parte encontró refugio en Siria y la mitad restante se desplazó hacia el norte del Líbano. Los refugiados no recibieron ayuda alguna por parte del Estado libanés. En cambio fue el movimiento Hezbollah quien se encargó de acoger a esos refugiados, con la contribución de la Corriente Patriótica Libre que dirige el general cristiano Michel Aun . Hay refugiados libaneses que fueron acogidos incluso por los refugiados palestinos, aunque estos últimos viven en condiciones de miseria en sus propios campamentos desde hace 60 años. Lejos de ver al movimiento Hezbollah como el culpable de su desgracia, los desplazados maldicen al ejército israelí por atacar su país, a Estados Unidos por ser quien arma a Israel y al gobierno libanés de Siniora por colaborar con Estados Unidos e Israel.

El general Emile Lahoud, presidente de la República del Líbano, acompaña a Thierry Meyssan a la salida del palacio de Baabda.

Lo más sorprendente es que, en 34 días bajo un diluvio de bombas cinco veces superior a la potencia de fuego que arrasó Hiroshima, los libaneses que se quedaron en el sur no cayeron en estado de choque. Tanta resistencia se debe, en primer lugar, a su experiencia anterior de la guerra pero tiene también mucho que ver con su formación y con sus dirigentes, posiblemente también con su fe. Lejos de perder la esperanza, se prepararon para una guerra larga y quedaron sorprendidos por la rapidez de su propia victoria.

Dicho sea de paso, durante el segundo día de la agresión Israel bombardeó los estudios del canal de televisión Al-Manar y la sede nacional del Partido de Dios, situados ambos en un barrio popular de Beirut. Como el ataque sólo interrumpió las transmisiones de Al-Manar durante dos minutos y no tuvo ningún efecto sobre la organización de Hezbollah, el estado mayor israelí creyó que los dirigentes de la televisión y del partido se encontraban en refugios antiaéreos bajo los escombros. Así que prosiguieron los bombardeos durante seis días más con la esperanza de acabar por fin con las instalaciones subterráneas antes de darse cuenta que estas existían únicamente en la fértil imaginación de los periodistas de Fox News. Mientras tanto, esos mismos bombardeos devastaron todo el sur de la capital, actualmente convertido en un montón de escombros. El efecto psicológico de esta insistencia en el error cometido favoreció al Hezbollah que se vio como una entidad invencible ante uno de los ejércitos mejor equipados del mundo.

Los bombardeos israelíes no tienen comparación con la respuesta de Hezbollah. Israel utilizó aviones F-15 para mantener bombardeos constantes y hacer polvo todas las ciudades del sur del Líbano. Nunca nación alguna se había atrevido a recurrir a ese tipo de bombardeo contra zonas urbanas desde que la fuerza aérea de Estados Unidos destruyó Hanoi en 1972, nunca desde entonces un ejército moderno había sufrido una derrota similar a manos de una guerrilla. En cambio, Hezbollah utilizó sus cohetes única y exclusivamente contra objetivos militares, aún cuando el ajuste del tiro alcanzó inevitablemente blancos civiles. Se ha comprobado que la Resistencia Libanesa destruyó un aeropuerto militar, el principal centro de transmisiones electrónicas, el cuartel general del Comando Norte israelí y que causó graves daños a dos barcos de guerra.

Cuando la ONU proclamó el cese de las hostilidades y en momentos en que Hezbollah dudaba aún sobre la conducta a seguir, los desplazados libaneses comenzaron a regresar de forma espontánea. Media hora después del tan esperado momento, las carreteras transitables del Líbano se vieron inundadas de gente que regresaba. Los desplazados regresaron inmediatamente para acampar sobre las ruinas de sus casas, negándose simbólicamente a abandonar su tierra. Esa marea humana obligó a las fuerzas terrestres israelíes a acelerar su repliegue.

La fuerza aérea israelí afirma haber destruido en 72 horas la totalidad de las rampas de lanzamiento de misiles Sahar que Hezbolla recibió de Irán. Hezbollah asegura que no es cierto y que mantiene la capacidad necesaria para golpear Tel Aviv. Así parece ser ya que cuando el ejército israelí trató de retomar los bombardeos contra Beirut y Hassan Nasrallah amenazó con tomar represalias contra Tel Aviv, los israelíes renunciaron a proseguir sus ataques.

Los responsables de Hezbollah afirman haber utilizado solamente la novena parte de su arsenal y disponer actualmente de los medios necesarios para librar una guerra idéntica de 11 meses. Los elementos recogidos en el teatro de operaciones demuestran que sus unidades antitanques se mantuvieron como reserva y no participaron en los combates.

En definitiva, el predominio aéreo total de Israel no sirvió en lo absoluto para alcanzar sus objetivos militares. En cuanto al despliegue de sus fuerzas terrestres, enseguida se convirtió en un fiasco.

Fracaso de la ofensiva terrestre

Un tanque israelí Merkava destruido por la Resistencia libanesa en Bint Jbeil. Hasta el momento del ataque al Líbano este blindado era el orgullo del ejército israelí. Israel acaba de anunciar el cese de su fabricación.

Desde el primer día, el intento de penetración de los blindados israelíes fracasó y tuvieron que dar media vuelta, aunque la capacidad de avance rápido ha sido tradicionalmente una de las virtudes de Tsahal. Ese primer fracaso fue interpretado como resultado de un intento prematuro. Los estados mayores estimaron que cuando los bombardeos aéreos hubieran limpiado el camino, las tropas terrestres no tendrían problemas para acabar con los restos de resistencia. Hezbollah era considerado como un grupúsculo terrorista que disponía de 250 ó 500 combatientes con armas sofisticadas. Las declaraciones de Hassan Nasrallah en las que afirmaba que el Partido de Dios contaba con varios miles de combatientes aguerridos y 15 000 reservistas fueron consideradas como fanfarronería. Grave error imputable únicamente a la autointoxicación. No hacía falta un servicio de inteligencia muy complicado para evaluar la situación, sobre todo sabiendo que desde hace años Hezbollah venía organizando visitas de la prensa a sus instalaciones como medida disuasiva. Sin embargo, la retórica de la «guerra contra el terrorismo», que ve en todo movimiento patriótico un grupúsculo de fanáticos, pasó por encima de una realidad que todos conocían.

Hezbollah es una red de resistencia creada durante la ocupación israelí (1982-2000). Perfectamente consciente de que la paz en la región será imposible hasta que no se solucione el problema del régimen político en vigor en Israel, Hezbollah dedicó los seis últimos años a prepararse para nuevas batallas. Conservó su estructura clandestina desarrollando al mismo tiempo un ala política y parlamentaria, proporcionó a sus miembros –hombres y mujeres– una disciplina combativa, acumuló un impresionante arsenal gracias a sus aliados sirios e iraníes, y quizás rusos.

Hezbollah analizó sus propios errores del periodo anterior y estudió los métodos de combate de los israelíes en Palestina y de Estados Unidos en Irak. Asimiló perfectamente las técnicas de guerrilla y las modernizó. Siguiendo las teorías elaboradas por los generales libaneses Amin Hutait y Elias Hanna, inventó una forma de guerrilla que maneja armamentos disímiles. De esta forma, enterró por adelantado viejos teléfonos de campaña cuyas comunicaciones, contrariamente a las digitales, no pueden ser interceptadas, mientras que, por otro lado, sus combatientes utilizan visores infrarrojos de visión nocturna de alta tecnología para mejorar la movilidad de sus comandos.

La guerra del Líbano no fue por tanto una guerra asimétrica entre un ejército moderno, bien armado, y una guerrilla de gente descalza. En esta batalla del Goliat israelí contra el David libanés, el débil no sólo tenía una honda sino también RPG-29 Vampire, los lanzacohetes más eficaces del mundo.

La técnica de la guerra relámpago en la que se basó la victoria alemana de 1939, encontró la horma de su zapato. Esa técnica estaba enteramente basada en los tanques. Con el tiempo, estos se han hecho cada vez más pesados para resistir proyectiles cada vez más potentes. Actualmente algunos están recubiertos de uranio empobrecido para reforzar el blindaje. Pero fueron presa fácil de los RPG rusos de Hezbollah. Habría incluso que preguntarse si la guerra del Líbano no va a convertirse en el fin de la época de los tanques, como la batalla de Azincourt fue el de los caballeros con armaduras. Por el momento, el ministerio de defensa israelí acaba de anunciar el cese de la producción del tanque Merkava, considerado hasta ahora entre los mejores del mundo.

Un trágico error de análisis

Pero, más allá de la estrategia, de la táctica y el armamento, la lección más importante de la guerra del Líbano, es el valor de las tropas. En los conflictos anteriores, Tsahal ponía en primera línea unidades profesionales y desplegaba en cuestión de días una nube de reservistas. Estos combatían duramente en defensa de la tierra ya obtenida y por la conquista de otras. Pero los tiempos cambian. Murieron los héroes de la Legión Judía y de la Hagannah. Sus nietos heredaron un régimen de apartheid y no luchan ya por una patria sino por sus privilegios. Su experiencia militar se limita a las redadas en los territorios palestinos. Así que no resistieron el enfrentamiento con la resistencia patriótica de un país independiente.

En realidad, esta no fue la guerra de Israel contra el Líbano sino la del sionista contra el ideal de igualdad. Es importante recordar aquí que el ejército israelí no se compone del pueblo israelí sino de aquellos israelíes de filiación judía que combaten contra los árabes, aunque esos árabes sean también israelíes. Con el paso de los años, este ejército se ha dedicado principalmente a mantener el orden, o más bien a mantener el apartheid. Los judíos israelíes antisionistas optaron primeramente por convertirse en objetores de conciencia y después por la insubordinación. Hoy por hoy, depositan sus esperanzas en Hezbollah e hicieron llegar a la Resistencia Libanesa toda la documentación interna de Tsahal, que fue rápidamente traducida al árabe y distribuida a la guerrilla. Los guerrilleros disponían así de descripciones precisas de las unidades contra las que combatían. Informados en detalle sobre la jerarquía y las insignias de los oficiales al mando, los tomaban como blanco antes de desaparecer.

Esa calidad de la información de inteligencia de la Resistencia, contrastante con la autointoxicación de la inteligencia militar sionista, explica en parte el resultado en el campo de batalla. Quedará en el recuerdo la ciudad de Ait Acha, en la frontera libanesa con Israel, donde un centenar de combatientes resistió durante 34 días los asaltos de Tsahal sin ceder nunca.

Hassan Nasrallah: ¿Combinación de Ho Chi Min y Mandela?

Los gobiernos de Israel y Estados Unidos siguen presentando el conflicto como una etapa de la «guerra contra el terrorismo», aunque el carácter popular de la resistencia y la derrota de Tsahal contradicen ese análisis. Por su parte, Hezbollah presenta esos combates como una batalla de la guerra entre la ideología sionista y la lucha por la igualdad. Ese análisis es el que acaba de imponerse en el terreno cambiando radicalmente la situación en el Medio Oriente, lo que provoca la cólera de los generales más extremistas en el estado mayor de Tsahal.

Si bien es imposible cuantificar el número de oficiales antisionistas israelíes que están secretamente en contacto con Hezbollah, resulta por el contrario muy fácil evaluar la manera como los israelíes ven a la Resistencia. Estudios de opinión muestran que las transmisiones diarias en hebreo de Al-Manar fueron más escuchadas por los israelíes que los boletines informativos de sus propias cadenas de televisión [1]. Esos estudios revelan además que los israelíes tienen dos veces más confianza en Hassan Nasrallah que en Ehud Olmert en lo tocante a la solución de la crisis. Lejos de haber sido erradicado por Tsahal, Hezbollah se ha convertido en un actor político invisible en Israel, donde representa el fin del apartheid y el establecimiento de una paz duradera para todos sus pobladores sin exclusión alguna.

La derrota israelí

La ofensiva israelí en el Líbano responde a una conjunción de intereses.
 Para los neoconservadores en el poder en Estados Unidos, que son en este caso quienes dieron la orden, se trata estratégicamente de proseguir el plan de modificación de las fronteras del Gran Medio Oriente, y tácticamente de eliminar al Hezbollah antes de atacar Siria y más tarde Irán [2].
 Para el régimen sionista en el poder en Israel, se trata estratégicamente de expulsar a los pobladores del sur del Líbano, anexar esa zona y su manto freático, crear allí un bantustán para los árabes de Cisjordania –incluyendo a los de Gaza– y, tácticamente, de eliminar al Hezbollah como fuerza opositora al gobierno de Siniora.
 Para el sistema financiero, representado en el Líbano por la familia Hariri, la destrucción permite reeditar la amplia operación de reconstrucción del país que lo enriqueció durante los años 90.

Pero las fronteras del Líbano no fueron modificadas, los pobladores del sur del Líbano volvieron a las tierras de las que fueron expulsados, Hezbollah se convirtió en la primera fuerza política y militar del Líbano y se transforma así en un actor fundamental de la vida política interna en Israel, los libaneses rehicieron su unidad, Siria recuperó su liderazgo regional e Irán se fortaleció con la victoria de su aliado libanés. En cuanto a los objetivos financieros, lejos de ser capaz de mantenerse en el poder en Beirut, la familia Hariri corre el riesgo de perder las inmensas propiedades que adquirió ilegalmente durante la primera reconstrucción [3].

Desde todo punto de vista, la ofensiva militar acabó en derrota.

[1Ver específicamente The Management of Israeli PR during the Second Lebanon War por el profesor Udi Lebel, Ben Gurion University.

[2«Los neoconservadores y la política del «caos constructor»», por Thierry Meyssan, Voltaire, 25 de julio de 2006.

[3Le Pays d’où je viens por Henri Eddé (Buchet-Chastel, 1997); Les Mains noires por Najah Wakim (All prints publishers and distributors, 1998); Rafic Hariri, un homme d’affaires Premier ministre por René Naba (L’Harmattan, 1999).