El Congreso ha sido y es un antro de miserias políticas en el que reina la mediocridad, los pactos indecentes e inmorales, los más sucios negociados y las más burdas violaciones a la Constitución y la Ley.

En esta absurda democracia se garantiza, en teoría, el derecho a elegir y ser elegido. En forma antidemocrática y atentatoria a la libertad individual, se ha estatuido el voto obligatorio que es una aberración del sistema.

Si la persona está obligada a votar, el voto nulo es un poderoso instrumento de protesta, es la manifestación legítima para expresar la oposición a la partidocracia, es rechazo a las prácticas corruptas de los politiqueros y es ferviente anhelo de cambio a través de una Asamblea Constituyente que, sin ser panacea para resolver los grandes problemas nacionales, podría transformar las estructuras del poder y del Estado, reorganizar a la sociedad, la economía, la política, acabar con el neoliberalismo.

Votar nulo para diputados podría facilitar la convocatoria a Asamblea Constituyente que recoja la esperanza de todo el pueblo que espera el diseño de una democracia participativa, directa, mediante asambleas populares permanentes.

Votar nulo no es ilegal como quieren dar a entender los tribunales electorales controlados por los partidos políticos.

No elegir diputados no es atentar a la democracia porque democracia no puede ser un parlamento inmoral y antidemocrático en donde se hacen y deshacen mayorías deslegitimadas que ejercen la dictadura del voto, para defender privilegios de clase e intereses particulares.

La ciudadanía tiene la magnífica oportunidad para demostrar que ha alcanzado una nueva conciencia política y que su voto obligado es producto de la reflexión y de su responsabilidad personal que podría cambiar la historia.