Los resultados electorales producidos en estos años en América Latina son un pronunciamiento popular por cambios frente a una aguda crisis que se ha descargado sobre millones de latinoamericanos, que han soportado por cerca de 30 años la aplicación de los dogmas neoliberales impulsados por EE UU y por gobiernos títeres en la región.

Estos resultados son la extensión de las altas movilizaciones y levantamientos que echaron del poder a varios gobiernos en Ecuador, Argentina y Bolivia a finales de la década pasada e inicios del actual siglo, y que marca un nuevo ascenso de la lucha de masas, que se sostiene y crece en toda la región.

Los triunfos de Evo Morales, Lula da Silva, Tabaré Vásquez, Daniel Ortega, y el de Rafael Correa en Ecuador y las significativas votaciones recibidas por organizaciones políticas como el Polo Democrático en Colombia; PODEMOS, en Chile; Ollanta Humala, en Perú; López Obrador en México, entre otros, son expresiones del anhelo de cambios que existe en los pueblos, y constituyen un rotundo rechazo al neoliberalismo, a los partidos de la derecha, a las políticas de ajuste y privatizaciones, que ha significado la desnacionalización de nuestras economías, el crecimiento del número de pobres, el desempleo y las masivas migraciones.

Todas estas fuerzas, en mayor o menor nivel, han logrado aglutinar alrededor suyo a los sectores más progresistas y democráticos, a los pueblos y sus organizaciones sociales, que han desarrollado una incesante lucha durante todos estos años, reivindicando trabajo, salud, educación, bienestar y contra la dominación y el pillaje extranjero, principalmente de EEUU, afirmando una importante corriente antinorteamericana.

Un rol gravitante ha jugado la presencia del gobierno de Hugo Chávez, quien ha radicalizado su discurso contra el gobierno norteamericano como causante de los males que aquejan a los países latinoamericanos. Venezuela junto con Cuba son los dos únicos países donde EE UU está impedido de ubicar bases militares.

La presencia de estos gobiernos y la emergencia de nuevas fuerzas ha sido calificada como un giro hacia la izquierda en la situación política de América Latina. Sin embargo, la realidad muestra una gama diversa en la naturaleza y composición de esas fuerzas, donde la base programática que levantan las ubica como fuerzas reformistas, socialdemócratas, que combinan la ejecución de algunas políticas sociales y a la vez aplican las mismas recetas neoliberales. Dentro de estas fuerzas están acogidas las corrientes de izquierda, en una proporción minoritaria, y que son las que persisten en las propuestas más radicales, como la nacionalización de los recursos naturales como el petróleo y las minas, entre otros aspectos.

La presión popular ha obligado a varios de estos gobiernos a establecer nuevos términos de negociación con las empresas transnacionales, principalmente norteamericanas, pero en ninguno de los casos se han atrevido a afectar las posesiones imperialistas y recuperar para el usufructo del Estado y de esos países los recursos naturales que por décadas se han mantenido privatizadas o concesionadas a las transnacionales. Tal vez la excepción en este tema sea Venezuela, que reorganizó la petrolera estatal PDVSA, recuperando grandes recursos que le han permitido a ese gobierno aplicar un amplio programa social.

Si bien el sentimiento antinorteamericano ha crecido, los intereses económicos de esa potencia se mantienen en lo sustancial. La baja relativa de su peso económico en la región está dado frente a la fuerte competencia capitalista en la que intervienen algunos poderosos grupos latinoamericanos y a la presencia de capitales chinos, europeos y asiáticos.

Los cambios producidos en la región en la que se desarrollan las posiciones nacionalistas, patrióticas, democráticas, que buscan reformas en la mayoría de casos y entre los que se demandan cambios profundos y radicales, constituye una respuesta al fracaso del neoliberalismo, a la dependencia que ha depredado nuestros recursos naturales y que le ha llevado a los pueblos latinoamericanos a vivir en las condiciones más extremas de pobreza, a vivir en una de las regiones más injustas del planeta, donde la corrupción es la característica principal de la mayoría de gobiernos y es el eje de las ganancias de las transnacionales imperialistas.

Esta nueva situación puede radicalizarse a favor de mayor soberanía, de desarrollo y bienestar para los pueblos a condición de que estos mantengan su movilización, a condición de que las fuerzas de izquierda revolucionaria crezcan y se desarrollen y asuman su rol en las condiciones concretas actuales, y abran el camino y las perspectivas de transformaciones profundas