Foto arriba: Robert Gates, antiguo director de la CIA y actualmente remplaza a Donald Rumsfeld en el cargo de Secretario de Defensa de los Estados Unidos.
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Además, Gates hizo otras manifestaciones sensacionales. En particular, el nuevo secretario de Defensa declaró algo inconcebible antes: el presidente no tendrá voto decisivo al ser debatido "un cambio en la política" sobre Irak. Su discurso despejó dudas respecto al cambio que no se hará esperar. Gates no sólo rechazó posibles operaciones militares contra Siria, sino que llamó a entablar conversaciones con Damasco y Teherán. Lo principal es que, en opinión de Gates, EE UU podrá conseguir sus fines en Irak con un número " dramáticamente menor " que ahora de tropas de combate estadounidenses. Dicho en otros términos, su retirada gradual es inevitable.

Resulta extraño que la postura marcadamente anti-Bush del nuevo secretario de Defensa coincida con el criterio recién publicado de su predecesor. En el memorando confidencial distribuido el 6 de noviembre, o sea, dos días antes de la dimisión, Donald Rumsfeld advirtió a George Bush:"lo que hacemos en Irak, no surte efecto satisfactorio ni bastante rápido". El ex titular considerado antes como ideólogo principal de la guerra iraquí, reconoce con prudencia en ese documento secreto: "Creo que ya es hora de estructurar cambios de fondo".

Y, por último, el informe del Grupo de Estudios bipartidista sobre Irak, presidido por James Baker, divulgado ayer jueves, recomienda hacia 2008 reducir a la mitad el contingente norteamericano en Irak que actualmente cuenta con 140 mil efectivos e incorporar a Irán y Siria a las medidas tendientes a estabilizar la situación en Irak.

Quiera o no la Administración Bush, todos estos acontecimientos, heréticos a su modo de ver, evidencian que ya está en marcha el proceso de retirada de EE UU, parcial al principio, de Irak. Por el momento, esta idea antes chocante predomina en la mente de los sectores más sagaces de la élite política bipartidista, pero en meses próximos comenzará a plasmarse en hechos.

No es casual que actualmente los politólogos norteamericanos se hallen enfrascados en acalorados debates en torno a la definición de los conceptos tales como "victoria" y "derrota" de EE UU en Irak. Procede señalar que ya no se habla de la victoria militar. El ejército dotado de la tecnología espacial, resultó incapaz de reducir la abigarrada guerrilla clandestina con su arma predilecta: coches bomba, lo que ya es un axioma.

Foto arriba: El Dr. Robert Gates habla en el Buró Oval acerca de su futurara función de Secretario de la Defensa de los EEUU bajo la mirada aprobadora de George W. Bush. Abajo: El presidente estadounidense despidiendo a Rumsfeld y acogiendo a Gates. Crédito fotográfico: White House por Paul Morse.


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EE UU sufrió también el rotundo fracaso de ser interpretada la victoria como trasplante a Irak del embrión de la democracia occidental. Numerosas elecciones realizadas estos últimos años en Irak, el plebiscito sobre la Constitución y la solemne formación de varios gabinetes se parecen mucho al cambio de decorado en la escena. Así se pinta de verde la chapa de madera para hacerla pasar por hierba. En resumidas cuentas, un baasista vengativo, o un chiíta resentido o simplemente un terrorista acribillan esa chapa de madera con ráfagas de metralleta, volviendo al público a la realidad.

Consiguientemente, ahora el concepto "victoria" ya se presenta de modo distinto: Norteamérica gana en Irak por la mera razón de que en breve va a encomendar la misión pacificadora a las autoridades legítimas, ya que solamente los iraquíes podrán superar el caos en su país, sea con ayuda de EE UU.

Pero a nadie se le ocurre hacerse la pregunta muy sencilla: ¿y qué sucederá si "los propios iraquíes" resulten incapaces de devolver la vida pacífica a Irak hoy ni en un futuro previsible?

Pues entonces ya será el dolor de cabeza de Irak y no de EE UU.

Fuente: Ria Novosti, 08/ 12/ 2006.