La Declaración marca otra etapa en los recientes movimientos hacia la integración regional en Suramérica, 500 años después de las conquistas europeas.

El subcontinente, desde Venezuela hasta Argentina, podría estar en condiciones de presentar al mundo un ejemplo de cómo crear un futuro alternativo a partir de un legado de imperio y de terror.

Estados Unidos ha dominado por mucho tiempo la región con dos métodos principales: la violencia y el estrangulamiento económico. De manera general, los asuntos internacionales muestran más que un ligero parecido con la mafia.

El Padrino no toma a la ligera cuando se lo pone en vereda, inclusive cuando quien lo hace es un comerciante al por menor.

Intentos previos de independencia han sido aplastados, en parte a raíz de la falta de cooperación regional. Sin eso, las amenazas pueden ser manejadas una por una.

(América Central, lamentablemente, todavía tiene que sacudirse el miedo y la destrucción que dejaron décadas de terror respaldados por Estados Unidos, especialmente durante la década del ochenta).

Para Estados Unidos, el enemigo real siempre ha sido el nacionalismo independiente, particularmente cuando amenaza convertirse en un "ejemplo contagioso", según la declaración de Henry Kissinger sobre el socialismo en Chile.

El 11 de septiembre de 1973, una fecha frecuentemente denominada el primer 9/11 en Latinoamérica, las fuerzas del general Pinochet atacaron el palacio presidencial chileno. Salvador Allende, el presidente democráticamente elegido, murió en el palacio. Al parecer, se suicidó porque no estaba dispuesto a rendirse al asalto que demolió la democracia más antigua y más vibrante de Latinoamérica y que estableció un régimen de tortura y represión.

La cantidad oficial de muertos por el golpe es de 3.200. Se cree que la cifra real duplica ese número.

Una investigación oficial 30 años después del golpe encontró evidencia de aproximadamente 30.000 casos de tortura durante el régimen de Pinochet. El ex dictador chileno rápidamente actuó para integrar otras dictaduras militares respaldadas por Estados Unidos en un programa de terrorismo de Estado llamado Operación Cóndor, que mató y torturó sin misericordia dentro de la región y más allá de ella.

Entre los líderes en Cochabamba estaba la presidenta chilena Michelle Bachelet. Como Allende, ella es socialista y graduada en Medicina. También es una ex exiliada y prisionera política. Su padre era un general que murió en prisión después de haber sido torturado.

En Cochabamba, Morales y el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, celebraron la creación de una nueva empresa conjunta para procesar gas boliviano. Este tipo de cooperación fortalece el rol de la región como un actor importante en la energía global.

Venezuela es el único miembro latinoamericano de la Organización de Países Exportadores de Petróleo con las reservas más grandes de crudo fuera del Medio Oriente.

Chávez sueña con la creación de Petroamérica, un sistema integrado de energía del tipo que China intenta iniciar en Asia.

El nuevo presidente ecuatoriano, Rafael Correa, propuso un vínculo comercial por tierra y por agua desde el Amazonas brasileño hasta la costa del Pacífico ecuatoriano.

Ese sería el equivalente suramericano del Canal de Panamá.

Entre otros desarrollos prometedores está incluido Telesur, un esfuerzo para quebrar el monopolio occidental de los medios de comunicación.

El presidente brasileño Lula da Silva pidió a sus colegas que superen las diferencias históricas y unan el continente, sin importar cuán difícil sea la tarea.

La integración es un prerrequisito para una independencia genuina. La historia colonial -España, Inglaterra, otros poderes europeos, los Estados Unidos- no solamente dividió a los países entre ellos sino que también dejó un división interna dentro de las naciones, entre una pequeña élite rica y una masa de gente empobrecida.

La correlación con la raza se aproxima bastante. De manera típica, la élite rica fue blanca, europea, occidentalizada, y los pobres eran nativos, indios, negros y entremezclados. Las élites mayormente blancas tenían pocas relaciones con los otros países de la región. Estaban orientadas hacia Occidente, no hacia sus propias sociedades en el Sur.

A raíz de los nuevos desarrollos en Suramérica, Estados Unidos se vio forzado a ajustar su política. El gobierno que ahora tiene apoyo de Estados Unidos -como Brasil, bajo Lula- podría muy bien haber sido derrocado en el pasado, como lo fue el presidente brasileño Joao Goulart en un golpe respaldado por Estados Unidos en 1964.

Los principales controles económicos en los años recientes han venido del Fondo Monetario Internacional, que es virtualmente una rama del Departamento del Tesoro de Estados Unidos.

Argentina fue la niña mimada del Fondo Monetario Internacional hasta el crash del 2001. Argentina se recuperó, pero desacatando las reglas del FMI. Rechazó pagar sus deudas de acuerdo a lo estipulado y compró lo que faltaba de la deuda -parcialmente con la ayuda de Venezuela, en otra forma de cooperación.

Brasil, a su manera, ha actuado en la misma dirección para liberarse del FMI. Bolivia había sido un obediente estudiante del FMI por alrededor de 25 años y concluyó con un ingreso per cápita más bajo del que tenía al comenzar. Ahora Bolivia se está librando del FMI, también, una vez más, con la ayuda de Venezuela.

En Suramérica, Estados Unidos todavía traza una distinción entre los buenos y los villanos. Lula es uno de los buenos. Chávez y Morales son los villanos.

Sin embargo, para mantener la línea del partido de Washington, es necesario sintonizar algunos de los hechos. Por ejemplo, cuando Lula fue reelegido en octubre, uno de sus primeros actos fue viajar a Caracas para apoyar la campaña electoral de Chávez. Además, Lula inauguró un proyecto brasileño en Venezuela, un puente sobre el río Orinoco, y discutió otros proyectos conjuntos.

El ritmo está aumentando. Este mes, Mercosur, el bloque comercial de Suramérica, continuó su diálogo sobre la unidad suramericana en su reunión semestral en Brasil, donde Lula inauguró el Parlamento del Mercosur -otro prometedor signo de liberación de los demonios del pasado.

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