Las escenas mostradas reeditan y en varios aspectos superan la brutalidad criminal de los nazis en los campos de concentración europeos durante la Segunda Guerra Mundial, donde millones de seres humanos sufrieron horribles suplicios y buena parte de ellos perecieron en las cámaras de gas.

Corren los primeros minutos del filme y el espectador no puede impedir la remembranza de ese oscuro y pérfido episodio y de preguntarse, una y otra vez, con toda la lógica del mundo: ¿Cómo es posible?.

La pregunta, por supuesto, puede tener y tiene, numerosas respuestas, pero no por ello el ser humano, dotado de sentimientos y raciocinio, abandona la idea de buscar hasta encontrar elementos explicativos de aquel círculo del infierno reflejado en la pequeña pantalla.

A la mente llega entonces el recuerdo de George Washington y Abraham Lincoln, los padres fundadores de esa gran nación, concebida durante casi dos siglos como paradigma de sociedad civilizada, profundamente religiosa y sustento de un modelo a imitar.

¿Cómo es posible que con tales orígenes y preceptos se degradara a estos extremos, a un punto totalmente opuesto a los fundamentos originarios de la Unión.?

Estamos en el siglo XXI, el hombre llegó a la Luna, penetra cada vez más en los misterios de la naturaleza y ha descubierto y establecido normas y principios para garantizar la coexistencia pacífica y civilizada, y hasta el modo de brindar solidaridad y cooperación a los semejantes con quienes comparte la llamada aldea común.

Y de repente, en medio de esas reflexiones, de aquella orgía brutal de unos seres contra otros indefensos, aparece la clave en la voz de George W. Bush, quien en una frase breve y concluyente lo aclara todo: " Ellos no comparten nuestros valores."

Ellos no comparten nuestros valores, razón suficiente para secuestrar personas y martirizarlas hasta la demencia, simplemente por que las riendas del poder en Estados Unidos están en manos de una cúpula neo-conservadora y fundamentalista, empecinada en imponer a la humanidad un orden diseñado y concebido a su imagen y semejanza.

Adolfo Hitler creó una doctrina y se impuso una misión que consideró divina, pero en honor a la verdad no llegó a tanto. Hasta donde se sabe el Führer nunca manifestó que dialogara con Dios y no actúo en su nombre.

Solo quien se considere, como Bush, un mesías, es capaz de disponer a su antojo de vidas y haciendas, y hasta calzar esa filosofía con todo un cuerpo jurídico.

La dantesca visión del documental es, según las concepciones del regente de la Casa Blanca, perfectamente legal y coherente con el derecho establecido recientemente en EE.UU. mediante la Ley de Comisiones Militares, que ampara la tortura a prisioneros, permite detenerlos y juzgarlos sin el menor requerimiento del debido proceso y hasta ejecutarlos mediante simples testimonios.

Que exista un sitio como el Camp Delta de la ilegal instalación asentada en territorio cubano, es terrible, pero no resulta lo peor.

Más preocupante deviene la ideología que la sustenta, dispuesta a convertir el mundo en un gigantesco campo de exterminio con tal de imponerle su muy particular escala de valores e intereses.

Enfrentar esa realidad e impedir que gane terreno es hoy tarea prioritaria de quienes en el planeta no están dispuestos a someterse a una dictadura universal.

Agencia Cubana de Noticias