Hablando en plata, casi desde el inicio mismo de la crisis norcoreana (es decir, desde abril de 2002) estaba claro que otra salida simplemente no existe. La intriga consistía en si reconocería sigilosamente su fracaso la Administración (o sea, el equipo de Bush) que condujo al atolladero su política coreana (y, de paso, la extremoriental también) o traspasaría esta tarea poco agradable a sus sucesores.

Quiso el azar que las buenas nuevas internacionales las necesite ahora como aire precisamente la Administración de George Bush. Las necesita tanto que acepó descongelar sin muchos recovecos descongelar las cuentas de Pyongyang en bancos de Macao. ¡Pero qué clase de argumentos se aducían cuando esas cuentas se embargaban! La impresión de dólares falsos y muchas otras cosas por el estilo.

Un tío versado en la propaganda podría presentar esta capitulación diplomática de EE.UU. como victoria de Washington y capitulación de Pyongyang, sobre todo teniendo en cuenta que son pocos hoy quienes recuerdan cómo había comenzado ese conflicto estúpido (sus detonantes eran acusaciones absolutamente descabelladas, no confirmadas hasta ahora, que lanzó EE.UU.). Tampoco son muchos quienes recuerdan las realidades norcoreanas antes del conflicto.

Esas realidades eran idénticas a los resultados obtenidos en las actuales negociaciones de Pekín. Las autoridades de Pyongyang vuelven a renunciar a sus programas nucleares de carácter militar, sellan el centro nuclear de Yongbyon y autoriza la inspección de esta por la AIEA. Dicho en otros términos, retorna a los compromisos que cumplía antes de que la flamante Administración de Bush (todavía no aleccionada por la guerra de Irak) hubiera decidido aplicar una nueva política hacia Corea del Norte con tal de lograr el cambio del régimen en Pyongyang.

Corea del Norte recibirá, a título de compensación, hasta un millón de toneladas de mazut (aceite pesado) para sus centrales eléctricas. Es una cifra bastante aproximada, porque toda la ayuda humanitaria se calculó en mazut. O sea, las partes retornaron al espíritu, cuando no a la letra, de los acuerdos suscritos en 1994 con la Administración de Clinton, a tenor de los cuales Corea del Norte, que por aquel entonces renunciaba a sus ambiciones nucleares, recibiría mazut hasta la puesta en funcionamiento de la central electronuclear según el proyecto internacional KEDO.

En suma, la crisis se disipó como humo. Durante la próxima ronda de las negociaciones a celebrarse en marzo se precisarán todos los detalles, siempre y cuando Pyongyang o, en su caso, Washington, no se obsesionen por ponerles a todos los nervios de punta a título de colofón.

Ahora veamos lo que falta en los acuerdos logrados. No se menciona la reanudación de la construcción de aquella central electronuclear ni de otra parecida. Pero este problema puede emerger en todo momento, sin que nadie impida resolverlo aparte.

Con tanta más razón que los acuerdos logrados contienen elementos nuevos. Según pronosticaba en reiteradas ocasiones el autor de estas líneas, es la iniciativa de transformar el mecanismo de las negociaciones a seis en una organización internacional para el fomento de Corea del Norte. A tales efectos se instituyen varios grupos de trabajo: para desnuclearización; para relaciones EE.UU.-Corea del Norte; para relaciones EE.UU.-Japón; para ayuda económica y energética; para diseño del mecanismo de seguridad en el Noreste de Asia. En fin, se está contorneando una versión asiática de la OSCE o incluso un organismo todavía más eficaz.

Recordemos que los seis países participantes en las negociaciones son Rusia, EE.UU., China, Corea del Norte, Corea del Sur y Japón. Es decir, los países para los que el futuro de la península de Corea guarda una estrecha ligazón con su propio fomento económico y seguridad. De momento es evidente que Japón se mantendrá al margen de los futuros planes relacionados con la península; EE.UU. está sumido en dudas atormentadoras, tratando de decidir si concertar un tratado de paz después de la guerra de Corea de los años 50 o no apresurarse a hacerlo. Los proyectos de fomento económico de Corea del Norte serán, igual que antes, objeto de especial interés por parte de Corea del Sur con la participación activa de China y Rusia. Rusia incluso adelantó la iniciativa preparada ex profeso para el caso: condonar la deuda norcoreana a la URSS por el montante de $8.000 millones.

Es normal que en la lista de los países que a raíz de las negociaciones de Pekín prometen ayuda a Corea del Norte no figure Japón. Pero en esta lista figura EE.UU. Washington recuerda bien lo sólidas que eran sus posiciones en el Este de Asia bajo la Administración de Clinton, cuando EE.UU. desplazó del sector nuclear norcoreano a Rusia e incluso suministró a Pyongyang el primer lote de Coca Cola.

Los seis años de una sigilosa participación en el arreglo de la crisis norcoreana le permitieron a Rusia recuperar las posiciones que había perdido en 1994. Pero nadie negará que EE.UU. tenga una economía fuerte, tan indispensable para el desarrollo de la región Asia-Pacífico como, digamos, la china. Los intereses legítimos de EE.UU. en esta parte del mundo son comprensibles y aceptables para todos. Aceptables hasta el punto que todos los participantes en las negociaciones a seis procurarán olvidar cuanto antes el fracaso de la Administración de Bush que acusaba a Pyongyang de desarrollar programas nucleares secretos, pero no llegó a demostrar estas acusaciones.

Al propio tiempo se impone otra interrogante: ¿Seguirá siendo Corea del Norte un país nuclear?

Desde luego que eran ridículos todos los intentos de Pyongyang de esgrimir como argumento su bomba atómica. Los peritos evaluaron como muy modestos los resultados de las pruebas misilísticas y nucleares realizadas por Corea del Norte. Al mismo tiempo, todos saben que la proliferación del arma nuclear está proscrita, pero nadie puede impedir que un país la desarrolle por cuenta propia. De lo que dan un palmario ejemplo India y Pakistán.

Hoy por hoy, Pyongyang a todas luces no es capaz de diseñar su propia bomba atómica. Pero después de hoy viene mañana. Muchos otros países seguían atentamente los sucesos en torno a la península de Corea. ¿Qué conclusiones sacaron ellos, así como los propios dirigentes norcoreanos, de la crisis de seis años de duración de la que con grandes esfuerzos los sacaron, año tras año, Pekín, Moscú y Seúl?

¿Decidieron los dirigentes norcoreanos que es mejor tener amigos de fiar que arsenal nuclear?

¿O es mejor tenerlo todo a la vez?

Fuente: Ria Novosti, 14/ 02/ 2007.