Pareciera que esos dignatarios religiosos estuvieran pensando lo mismo que el presidente venezolano Hugo Chávez cuando exclamó en el podio de las Naciones Unidas: "Huele a azufre, aquí estuvo el diablo".

La propia jornada la capital guatemalteca se convirtió en escenario de una verdadera batalla campal, en la que la policía cargó contra los miles de manifestantes que protestaban contra el ilustre huésped.

Pero lo más cerca que estuvo Bush de sus detractores fue unos 200 metros, siempre protegido por cordones y barreras policiales que le alejaron del clamor de los pueblos latinoamericanos a los que se supone visitó.

La historia se repitió en cada una de las naciones incluidas en su gira por el continente, y que inició por Brasil en medio de la movilización de diversas organizaciones y sectores populares, coincidentes en el repudio a la política representada por el mandatario estadounidense.

Y si el propósito era el de contrarrestar la creciente influencia del presidente Hugo Chávez y de su propuesta integracionista, el resultado resultó peor que haberse quedado en su salón oval de la Casa Blanca.

Si, porque mientras el venezolano se bañaba de pueblo en cada uno de los países visitados en esos días, el de Washington no escapó a la indignación popular. Así le ocurrió en Brasil, Uruguay, Colombia, Guatemala y México.

Pero no fue la única razón. Los propios gobiernos anfitriones de Bush debieron haberlo despedido con la certeza de que nada ha cambiado tras su fugaz paso por estas tierras.

Que lo diga el propio presidente Alvaro Uribe, quien más allá de la retórica bushiana no pudo destrabar los obstáculos al Tratado de Libre Comercio bilateral, algo con que airear su difícil panorama interno y con qué justificar la estrecha relación, incluso militar, con Washington.

El propio mandatario brasileño, Lula da Silva, debió repetirle a su huésped el reclamo contra los subsidios a los agricultores estadounidenses, algo sustancial para lo que tampoco el invitado traía una respuesta en su equipaje.

Ni que decir de los presidentes de Guatemala y México, Oscar Berger y Felipe Calderón, en momentos en que las redadas anti inmigrantes se repiten en Estados Unidos y miles de indocumentados son deportados, incluso, en violación de derechos fundamentales del hombre. Las deportaciones seguirán, fue la respuesta.

Bush no se apartó de su discurso, más allá de palabras manidas que resultan una muletilla en su vocabulario. De tal forma, para su viaje descubrió que la pobreza provoca frustración en América Latina y para ello trajo consigo la fórmula mágica que se resume en unos pocos principios: comercio libre, democracia, seguridad e inversiones.

Es como decir que Bolivia podrá superar la marginación de siglos de la mayoría de su población indígena con una mayor apertura a las transnacionales estadounidenses, que ya han saqueado a ese país.

O que la emigración de salvadoreños y guatemaltecos se resolverá con el TLC, que en el caso de México sirvió para multiplicar la emigración ilegal, ahora reprimida con operativos en la frontera y la construcción de un muro ofensivo para toda Latinoamérica.

¡Fuera, fuera!, se escuchó en varias capitales latinoamericanas, allí donde el presidente Bush estuvo por apenas unas horas. "Repudio a la visita de alguien que ha causado tanto daño a la humanidad", decía un guatemalteco en CNN. Entretanto, la agencia EFE daba cuenta de que Chávez era ovacionado a su llegada a Puerto Príncipe, algo que también había sucedido en Argentina, Nicaragua y Jamaica. ¿Por qué será?

Agencia Cubana de Noticias