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Quince militares británicos están retenidos por las fuerzas armadas de Irán luego de violar las aguas territoriales de la nación islámica, en lo que puede catalogarse, casi sin equívocos, como una peligrosa provocación dirigida a recalentar el escenario, ya al rojo, del Asia Central.

Por supuesto, desde Londres llueven advertencias y amenazas. Se habla de "mayor severidad" en el trato hacia Teherán, y mientras todo ello sucede, la tropa encarcelada aparece en la televisión confesando públicamente su dislate y justificando la indignación que un hecho de esa índole ha provocado entre la población iraní.

Por su parte, el gobierno británico no cesa de invocar que cuenta con el respaldo de la "comunidad internacional", reducida, desde luego, a los Estados Unidos y a la Unión Europea. Al fin y al cabo las restantes naciones del orbe, para los grandes, no cuentan. No tienen espacio en ese peculiar "concierto mundial".

A inicios de semana EE.UU. se unión a las provocaciones, cuando sus aviones violaron territorio Iraquí.

Ante el peligro inminente de una nueva tragedia bélica, otras naciones llaman a las puertas de la cordura. Se trata de Rusia, que acaba de advertir no debe usarse la fuerza contra Teherán, y toda solución requiere de un esfuerzo diplomático, posición compartida por China.

Y en tanto ¿en que invierte Washington su tiempo? Sencillamente, remite fuerzas navales al Golfo Pérsico para hacer notar sus intenciones agresivas, e insiste en una campaña mediática global que pretende sumar conciencias tergiversadas a la aceptación de una nueva guerra en los predios del Asia Central, sin dudas el área geográfica escogida para dar rienda suelta a la "civilizadora" ofensiva contra todos los oscuros rincones del planeta que tanto incomodan y entorpecen sus prácticas hegemonistas.

De todas formas la interrogante retorna siempre: Si en Iraq y en Afganistán las cosas le van mal a George W. Bush, ¿qué podría sucederle en suelo persa?

Agencia Cubana de Noticias