Pero este hombre menudo, todo nervio, bromista, culto y valiente, nacido el 18 de abril de 1907, hace ahora 100 años, trasciende por el combate que desde las aulas universitarias, la tribuna y la calle, libró a lo largo de seis décadas para defender las ideas y los intereses más genuinos de la Revolución de Céspedes, Martí, Villena y Fidel Castro.

Sus artículos periodísticos escritos entre 1926 y 1935, permiten apreciar al desarrollo y profundización de su pensamiento martiano y marxista, admirablemente ajustado a los problemas esenciales de la época cubana universal.
En abril de 1979, en el acto de su investidura como Profesor de Mérito de la Universidad de La Habana, la doctora Vicentina Antuña subrayó: "Descolló entre aquellos jóvenes, lector insaciable, poseía una cultura literaria e histórica poco común entre muchachos de su edad, así como muy definidos criterios sobre los problemas sociales de Cuba y América, sustentados por las lecturas marxistas que realizaba..."

Durante la Revolución del 30 ocupó un puesto en primera fila. Participó en las más importantes protestas callejeras de los universitarios, redactó el Manifiesto del Directorio Estudiantil al Pueblo de Cuba, estuvo entre quienes arengaron a la población desde una emisora de radio a la huída del dictador Gerardo Machado y se mantuvo todo el tiempo en el vórtice de los acontecimientos.

Lúcido testimoniante de esa convulsa etapa republicana, dejó en su libro "La Revolución del 30 se fue a bolina" el más completo análisis de las causas del fracaso de ese proceso.

De toda su extensa y enjuiciosa obra diría el sabio cubano Don Fernando Ortiz: "Sus lecciones pueden ser trascendentales para la formación de la juventud cubana. Como una labor de forja en el yunque; ritmo de martilleo, soplo de fragua y ardor que ablanda y moldea."

Legó igualmente el más hermoso ejemplo de lealtad personal y revolucionaria a Rubén Martínez Villena, intelectual paradigmático que ofrendó vida y talento simpar a la causa del proletariado y con quien Roa compartió desvelos.

El triunfo popular del 59 significó para él una vuelta a aquellos años precursores en los que se estremeció la sociedad y comenzaron a cumplirse los sueños amados junto a Mella, Rubén, Trejo, Guiteras, Pablo de la Torriente y otros muchos jóvenes heroicos.

Situado en la vanguardia, que nunca abandonó, libró como canciller memorables batallas en la OEA, la ONU y en los más diversos foros internacionales.

Los discursos de Roa fijaron con claridad, firmeza y elocuencia los principios y posiciones inclaudicables de la Revolución socialista. Su lengua, pronta a la réplica contundente, cual estilete con filo, contrafilo y punta, se hizo temible para los enemigos, quienes nunca lograron escapar a los golpes de este revolucionario, capaz de dar clases de historia universal sin dejar de burlase de la rimbombancia de l a diplomacia o de hacer travesuras.

Sus enormes responsabilidades no le impidieron continuar su obra literaria solo que entonces, con la dinámica impuesta por el combate frontal contra el imperio, esta adquirió un tono grave, incluso de urgencia, cuando se vio precisado a enfocar los grandes problemas internacionales de la actualidad, muchos de ellos vinculados al destino del pueblo cubano.

La sabiduría adquirida y ya madura estuvo entregada sin límites y hasta el último aliento, a moldear creadoramente la política exterior de la Revolución.

En la oración fúnebre pronunciada el ocho de julio de 1982 al pie de su tumba, Armando Hart Dávalos afirmó: "Roa supo interpretar en forma cabal la línea y las posiciones de Fidel."

Agencia Cubana de Noticias