Paisaje deslumbrante y exuberancia en el Chocó son una sola realidad. Desde cuando se llega a Quibdó, su capital, la realidad cambia. La vista sobre el Atrato, las casas con techos de cinc, en madera, en pocos casos en material; la alegría de gran parte de sus habitantes pero también la pobreza en no pocos barrios: la falta de agua casi recurrente, la ausencia de alcantarillado en su periferia, la escasez de alimentos en las casas de los nuevos habitantes de Quibdó, desplazados de sus terruños al borde los ríos San Juan, Baudó, Atrato, Andágueda, Baudó, Beberá, Bebaramá, Bojayá, Capá, Docampadó, Domingodó, Munguidó, Opogodó, Quito, Salaquí, Tanela, Condoto o Tamaná.

Pero cuando se aborda un bus o una chalupa, y se va hacia su interior, la sorpresa es mayor: el desmonte de la selva es inocultable, el trabajo de la gente en busca de oro, con sus bateas o motores, se multiplica sobre ríos como el Condoto y el San Juan. El recorrido presenta un inmenso territorio con bajo poblamiento pero con intereses entrecruzados. Sus pobladores cuentan que siempre han sido negados, desde cuando fueron esclavos o ahora, cuando las grandes empresas explotan sus terrenos o planifican grandes proyectos para el ‘desarrollo’, que por ahora lo único que traen es guerra. Acostumbrados a vivir de la minería, la pesca, la pequeña agricultura y la caza, encuentran que sus tierras ya no son suyas o que se extinguen los animales que siempre les proporcionaron proteínas.

Crisis previsible

La muerte de estos niños, la desnutrición de tantos otros, las enfermedades de los mayores, indígenas y afrocolombianos, no son ocasionales; son resultado de un modelo expoliador que rompió el equilibrio natural de la región. Con la minería de gran escala iniciada a principios del siglo XX, empezó una expoliación y una transformación del entorno biopacífico que cambió la vida acuática de diversas especies, así como el paisaje natural.

Durante 70 años de explotación ininterrumpida de los ríos San Juan, Condoto y Andagoya, se extrajeron grandes riquezas por los capitales ingleses y gringos (Consolidated Gold Fields, Anglo-Colombian Development Co., auspiciada por la South American Gold and Platinum Company, nació la International Mining Corporation, que controló la Compañía Chocó Pacífico S.A., la Compañía Minera de Nariño S.A., la Frontino Gold Mines Limited y la Consolidated Gold Dredging Limited).

Durante 1964, una sola draga remitió a New York 90.000 onzas de platino. En ese mismo año, las regalías para los municipios de Bagadó, Tadó, Condoto, Istmina y Nóvita, sumados, escasamente sobrepasaron los ciento cuarenta mil pesos. ¡Un hecho quizá sin precedentes y absolutamente insultante en cualquier parte del mundo!

Entre 1948 y 1972, la Chocó Pacífico extrajo metales por más de 196 millones de dólares. El salario obrero siempre fue el que decretaba el gobierno, pero el técnico extranjero, el gerente, el operario de draga (wincheros), el jefe de sección (mecánica, electricidad, bodegas), devengaban altas remuneraciones. Además, pueblos como Andagoya fueron cercenados: a un lado del Condoto quedaron sus habitantes históricos, y al otro los gringos, con una visión de enclave que no les permite ver a sus nuevos vecinos como iguales.

Mientras esto ocurría, la llanura del río San Juan se trasformaba en su totalidad. Los ojos del visitante casual del Chocó encuentra a mano izquierda, bajando por el río, inmensas montañas de piedra, muestra inocultable de lo que dejan las dragas, El deterioro ambiental es inocultable, y sus habitantes continúan viviendo las consecuencias.

No es casual, por tanto, decir que, al igual que en otras partes del país, la historia del Chocó es la de la postración de sus dirigentes ante el interés de las multinacionales. Hecho refrendado en este departamento por la actitud de uno de sus eternos políticos (Jorge Tadeo Lozano), que ante la ‘quiebra’ de la multinacional del oro, en vez de defender los intereses del pueblo chocoano, representó a la compañía gringa como su abogado asesor, traicionando así los intereses y aspiraciones de su propia gente. ¡Otro hecho ultrajante!

Desmonten, desmonten

Este es sólo uno aspecto de los que crearon condiciones para lo que hoy sucede en esta tierra y con estos habitantes expoliados. La explotación de sus bosques, sus maderas, es otro factor que contribuye a una realidad de dolor y muerte. La depredación es tal que para 1993 se calculaba en 110 hectáreas/año. En 1994 se estimó que el 50 por ciento de la madera para el abastecimiento en la industria nacional provenía de los bosques naturales del Pacífico. Como en otros lugares del país y del mundo, la sobreexplotación de los bosques trae consigo el desequilibrio del ecosistema: erosión, pérdida de nacimientos de agua, y desaparición de fauna y flora.

La explotación de maderas se concentra en el Urabá (Riosucio, Acandí y Unguía), el Atrato medio (Bojayá y Quibdó), el bajo San Juan (Istmina), el litoral Pacífico. Sobresalen como especies de maderas típicas del norte chocoano, la asociación pancanal, la asociación catival, la que comprende las especies de cedro, quino, tanjeras, caoba, roble y ceiba toluá; la asociación entre sande, guasco, caimo, nuanamó y la del abarco. En el centro, pino, abarco, anime, sande, aserrín, carrá, cedro, la asociación manglar y nato.

Si analizamos los volúmenes por especie movilizados en 1990-1991, encontramos que el cativo (204.488.78 m3 para 1990 y 110.303.62 m3 en 1991) representa el 74,57 por ciento de las especies movilizadas. Como ya se dijo, el catival es importante para mantener estable el cauce de los ríos y regular los nutrientes y frutos de las aguas que contribuyen al soporte de comunidades animales acuáticas.
Con el desmonte vienen cambios en el uso del suelo: latifundio, introducción de ganadería en alta escala y siembra de cultivos de uso ilícito. La lucha de sus habitantes históricos, a pesar de conseguir en 1993 la Ley 70 (derecho a la titulación colectiva sobre las tierras baldías, rurales y ribereñas de los ríos del Pacifico), está en riesgo permanente de perderse por la presión de las grandes empresas que los tienen sometidos a desplazamiento, y los grupos armados que actúan en defensa de la propiedad ‘bien establecida’.

Megaproyectos

Como si esto fuera poco, esta región resulta ahora estratégica: puerta de entrada al océano Pacífico, fundamental para capitales extranjeros y nacionales, en su interés por comerciar con Asia bajo menores costos.

El establecimiento de grandes y medianos proyectos de infraestructura económica y viales (Construcción de puertos Tribugá, Tumaco, ampliación puerto Buenaventura, Cupica; vías férreas y carreteables, Panamericana ruta sur y norte, el carreteable Medellín-Buchadó-Cupica; canal seco hacia Cupica; canal Atrato-Truandó o sobre Cacarica (como lo prefieren los gringos), producción de energía eléctrica, poliductos, sembrado de palma africana y otros monocultivos, entre otros, colocan al Chocó biopacífico en el centro del conflicto nacional. Así lo precisa el establecimiento de grupos armados que buscan despejar el área.

¿Una luz al final?

La combinación de intereses que niegan al habitante histórico de la región indica que no se acabarán la desnutrición y el abandono social, económico y político de miles de personas. Las disculpas del alto gobierno aseguran que no quiere comprender que lo que se viene en el Chocó es un ecocidio, del que los niños son sus víctimas más visibles, pero que también los indígenas y los afrocolombianas, sometidos a presiones para que dejen sus terruños, y asimismo sobreviviendo en un territorio cambiante por la sobreexplotación a la cual está sometida: la vida de las especies está en mutación, y con ese cambio se hacen indispensables los alimentos provenientes del interior del país.

Ésta es una dependencia sostenida, con causas claras. Implementar un modelo de desarrollo diferente, tomando en cuenta sus condiciones naturales de la región, garantizaría la transformación estratégica de la región, pero transformación favorable, no depredadora, en pro de la vida de quienes la habitan. Y esa posibilidad no está en las opciones del capital.

Fuentes:
 Las comunidades negras de Colombia hacia el siglo XXI, Historia, Realidad y Organización. Juan de Dios Mosquera Mosquera
 Chocó diversidad cultural y medio ambiente, Myriam Jimeno, María Lucía Sotomayor,
Luz María Valderrama
 Serie Pacífico: ambiente y culturas amenazadas, Gonzalo Díaz Catará.
 Censo Dane 2005.


Recuadro
Una tragedia inocultable

Del año 2000 al 2005, murieron en el Chocó 235 personas a causa de “Anemias y deficiencias nutricionales”, las cuales están relacionadas principalmente, con el fenómeno del hambre. De estas, el 84 por ciento (197 casos) corresponde a personas en previsible estado de vulnerabilidad (niños y niñas menores de 5 años de edad y adultos mayores de 65 años), realidad humana que supone una protección especial por parte del Estado. De los 197 casos, el 56 por ciento eran niñas o mujeres y el 44% niños o adultos mayores de sexo masculino.

A diferencia del promedio nacional, en que la distribución de muertes (por la causa descrita) es casi idéntica entre hombres y mujeres (50,5% vs. 49,5%, respectivamente), en el Chocó se nota una evidente mayor mortalidad entre ellas. A propósito de lo nacional: en el mismo período descrito, murieron en el país 12.294 personas a causa de “Anemias y deficiencias nutricionales” (6.167 hombres y 6.057 mujeres).

A lo anterior hay que agregar que la esperanza de vida al nacer para los hombres chocoanos es (según el censo del 2005) de casi 7 años menos respecto al promedio nacional (63,6 años vs. 70,3 años, respectivamente). Para las mujeres “lo malo es algo peor”: 7,6 años (70,1 años vs. 77,1).

Respecto a la mortalidad infantil (tasas por mil y según la misma fuente): mujeres en Chocó: 69,6; mujeres en el país: 19; hombres en Chocó: 77,5; hombres en el país: 24,1. Es decir, que en el Chocó la mortalidad infantil es 3.6 veces a lo nacional para el caso de las mujeres y 3,1 veces en el caso de los hombres.

En 1985, la diferencia entre Chocó y lo nacional era de 2,6 en el caso de las mujeres y 3 en el de los hombres. Esto significa que la situación, lejos de mejorar, ha empeorado… especialmente para las mujeres.
Fuente: Juan Carlos Morales.


Concesiones de bosques (en especial las que afectan a los afrocolombianos)

 Triplex Pizano, 139.290 hectáreas
 Cía. Maderera del Atrato, 52.000 hectáreas
 Cía. Exportadora de Maderas de Urabá-Madurabá, 48.110 hectáreas
 Productora de papel (Propal), 48.000 hectáreas
 Láminas del Caribe (Madeflex),
47.283 hectáreas
 Cartón de Colombia, 40.000 hectáreas
 Industrias del Mangle (Curtientes), 30.000 hectáreas
 Chapas de Nariño (Triples Cóndor), 26.554 hectáreas
 Tomny Beck (exportador), 20.595 hectáreas
 Cía. Colombiana de Maderas Compensadas (Triplex Codemaco), 13.800 hectáreas
 Diego Calle Restrepo (ex ministro de Hacienda, dirigente liberal), 11.050 hectáreas,
 Masson Duplessis Exportaciones, 8.342 hectáreas
 Indumaco, 2.180 hectáreas

En la lista están los monopolios papeleros, de cartón y láminas de madera, como Cartón Colombia, Propal, Triplex Pizano y Láminas del Caribe. Industrias del Mangle S.A. arrasó con 241.900 hectáreas de bosques de manglares, alterando el entorno y destruyendo los esteros en la región Chocó biopacífico, que son criaderos de peces y nichos de diversas especies de fauna y flora marina y terrestre.

De 789.500 hectáreas de bosques mixtos de Guandal, 424.900 se han explotado en los primeros años de la década de 1990, sin control, quedando para defender 354.600. Entre las explotadas hay bosques de fácil extracción hoy agotados.

Asimismo, las reservas actuales son concesiones de Cartón de Colombia S.A., perteneciente “en un 66 por ciento a la empresa estadounidense Container Corporation; como accionistas colombianos se destacan los Carvajal, los mayores impresores del país, con 4 por ciento, Suramericana de Seguros, 2 por ciento, y con sendos 1 por ciento Mario Uribe Uribe, familia Bedout; otros impresores, familia Sardi y familia Eder”.

Los afrocolombianos han sido despojados de sus recursos naturales; en muchos casos, los propios poblados hacen parte de las concesiones, y sus tierras son una gran reserva forestal y minera de los monopolios extranjeros. Cada año, las regiones de afrocolombianos pierden más de cuatro millones de metros cúbicos de madera, sin recibir beneficios económicos y sociales, ni la reparación de los enormes daños a la naturaleza. El entorno ecológico se altera: los ríos pierden caudales, los peces se extinguen y la gente sigue condenada a la pobreza y la miseria.