Qué le motivó a optar por la ecología de paisajes y la restauración ecológica?
Desde hace varios años en mi país descubrí que los paisajes tropandinos, a los que consideraba prístinos, son realmente producto de la dinámica entre cultura y natura. Un buen ejemplo constituyen los páramos andinos, en donde la agencia antropogénica ha desarrollado una comunidad pirofítica asociada al uso ganadero, pastoril y agrícola de las tierras altas. Descubrí también que la mayor parte del país requiere acciones correctivas, incluso en el territorio ecuatoriano que recibe protección oficial efectiva; por lo tanto, la especialidad en ecología de paisajes y la restauración ecológica está ligada a una realidad que hay que afrontar y que necesita mucho desarrollo en el Ecuador.

 ¿Conoce experiencias exitosas de restauración ecológica en la región neotropical?
La restauración ecológica está comenzando a dar sus frutos en el mundo desarrollado, especialmente con los humedales y la reclamación de minas a cielo abierto. Sin embargo, muy pocos ejemplos pueden citarse en la región neotropical: dos casos en Costa Rica son conocidos en la literatura y son el de Guanacaste y de La Amistad. Otros esfuerzos se han publicado de la Sierra Nevada de Santa Marta en Colombia, en la cuenca del lago de Maracaibo, y en la selva tucumana en el Noroeste argentino. En Chile, gracias a proyectos de restauración ecológica hay un mejor manejo del desierto y el Norte Chico árido, así como en la rehabilitación de extensiones mineras. Varios proyectos de restauración se han ejecutado en la Amazonía brasileña, peruana y boliviana. Hay un megaproyecto en mientes para la región de la gran hidrovía paraguaya.

 ¿Estima que en la gestión ambiental en el Ecuador cabe emprender programas de restauración ecológica o destinar recursos humanos, económicos y técnicos a la conservación?
 La restauración ecológica debe ser considerada como la herramienta principal en todo proyecto de conservación. Es un enfoque más bien proactivo de manejo de recursos que enfatiza la protección de la biodiversidad y su monitoreo a largo plazo y responde a exigencias geográficas de una realidad social imperativa: los nuestros son paisajes humanizados y los últimos relictos de bosque maduro están ya protegidos como parques nacionales o reservas equivalentes: Si no se reactivan las áreas degradadas, solamente es cuestión de tiempo para ser testigos de la extinción incluso de regiones consideradas áreas protegidas, como se constata ya en Cuyabeno, en el Cajas y en Machalilla.
En Ecuador no solo es factible sino más bien prioritario y necesario iniciar ensayos de restauración ecológica. La zona trasandina, por ejemplo, de cuya cubierta original sobrevive tan solo un 6%, es la más importante. La franja de pie de monte de los Andes occidentales, los valles interandinos y las laderas de los flancos interiores de las montañas andinas, el bosque deciduo del suroeste son todas áreas que requieren atención inmediata.

  Fausto: en varios de sus trabajos aprecio la tendencia a revalorar del concepto de lo tropandino. ¿Hay algo de subjetividad y añoranza por el Ecuador o una sustentación científica sólida?
 No existe subjetividad en absoluto. El problema es que las clasificaciones tradicionales han apuntado siempre a las montañas como barreras en donde terminan las regiones naturales. Por el contrario, las montañas son más bien corredores y núcleos de agregación de muchos elementos que se disipan hacia las llanuras periféricas. En varios eventos científicos internacionales sobre desarrollo sustentante he podido exponer mis ideas respecto a la zona tropandina y han sido muy bien recibidas. Más y más autores han introducido el término que fuera acuñado por el padre de la Ecología de Paisajes, el geógrafo alemán Carl Troll, así como un grupo muy significativo de investigadores que incluyen Carl Sauer y Christopher Stadel. El término tropandino (o su equivalente Andes Tropicales) en el Ecuador obtuvo eco en Misael Acosta-Solís quien lo usó como pionero geobotánico para referirse a la región de montañas en el cinturón tropical andino del norte de Sudamérica. Se han creado varios proyectos internacionales sobre los Andes Tropicales, yo mismo he impulsado el Centro de Estudios Tropandinos. No veo ningún problema o impedimento en usar el término tropandino, de la misma manera como uso el calificativo “andino” y no “alpino” cuando me refiero a los procesos y fenómenos de los Andes.

- En el ámbito de la política científica, y concretamente en la rama las ciencias biológicas, ¿qué dirección debería ser fortalecida de manera prioritaria: la biotecnología o la biología de la conservación?
 Creo que deberíamos fortalecer la investigación científica aplicada con el fin de buscar soluciones factibles a problemas reales y actuales. Por supuesto que no se debe limitar a esto, ya que la investigación básica es muy importante para el adelanto de las ciencias y las artes en su totalidad; sin embargo, ya que en el mundo internacionalizado sin fronteras del nuevo milenio estamos muy lejos del nivel requerido para esto, lógicamente deberíamos reforzar el ámbito de la biotecnología para el desarrollo sin destrucción, lo cual favorecería en último término la conservación de la biodiversidad.
Pero creo que la biología de la conservación debe fortalecerse especialmente en el sentido de incluir a la restauración ecológica como una herramienta fundamental de conservación, a más de la protección de los remanentes de bosques y de las áreas protegidas por ley. Hay mucho por hacer en cuanto a la ecología de la conservación, para cuyo fin se requieren abrir nuevos paradigmas, como los de la Categoria V de la IUCN de paisajes protegidos, o como opciones de mayordomía de paisajes, revaloración de servicios ambientales y de custodia ambiental.

Aquí concluye el interesante diálogo con Fausto Sarmiento, un científico ecuatoriano cuyo ilustrado pensamiento ecológico nos invita a reflexionar.