El semanario británico The Observer analiza en su edición del 17 de junio de 2007 un nuevo giro del proceso jurídico contra Ali Al-Meghari, sospechoso de haber organizado el atentado de Lockerbie, que causó la muerte de 270 personas en Escocia el 21 de diciembre de 1988.

El supuesto giro, en realidad, no es tal. Lo que sucede es que los expertos llamados a prestar testimonio ante el tribunal acaban de reconocer que el circuito impreso presentado como prueba acusatoria nunca fue objeto de los análisis reglamentarios que debían probar su utilización como parte del dispositivo detonador de la bomba. El hecho que, hace ya cerca de 2 años, nosotros mencionábamos en estas columnas el testimonio de un policía escocés jubilado que, según el New Scotsman, acusaba a la CIA de haber introducido esa prueba falsa en el caso para incriminar a Libia.
Ya en aquel entonces, para justificar su propia reputación de publicación seria, The Observer hubiera debido empezar a plantear las necesarias interrogantes. Por ejemplo, ya eliminada la sospecha sobre Libia, ¿qué intereses podían beneficiarse con ese atentado? ¿Con qué objetivo podría la CIA haber tratado de desviar la atención de los jueces de manera tan manifiesta?

Estas revelaciones corroboran además la tesis del ex espía estadounidense Lester K. Coleman, quien, en su libro Trail of the Octopus, documenta la implicación de la DIA (Defense Intelligence Agency, la agencia de inteligencia militar de Estados Unidos) y de la DEA (Drug Enforcement Agency, la agencia estadounidense antidroga).
Sin embargo, es probablemente por razones políticas, como el reciente viaje de Tony Blair a Libia y la subsiguiente obtención de un jugoso contrato petrolero para BP, que ahora resulta urgente limpiar a Libia de toda culpa… sin buscar por ello a los verdaderos culpables.