Aristóteles en sus obras clásicas Poética y Política dedujo la siguiente fórmula del arte: la quinta esencia del efecto que el arte produce en el ser humano consiste en provocar en éste la catarsis, o un singular estado estético en que el espíritu se libera del mal y el alma se purifica de las pasiones bajas por medio de sentir pavor y compasión.

Pasados dos milenios, nació un escritor que le atribuyó a la influencia del arte sobre el ser humanos todos los pecados mortales de éste e hizo cuanto estaba a su alcance para que el lector no conociese el estado de catarsis.

Su nombre es Varlam Chalamov.

Los criterios maximalistas eran resultado de la vida trunca de este escritor, quien pasó 17 años en campos de concentración estalinistas. Siendo un joven idealista y estudiante de Jurisprudencia en Moscú, él decidió imprimir clandestinamente por su cuenta y riesgo en 1929 el "testamento de Lenin", carta en que el jefe del proletariado advertía sobre el peligro que partía de Stalin. La acción le costó muy caro a Shalámov.

El centenario del natalicio del escritor (1907-1982) planteó un problema nada fácil ante los participantes de la conferencia internacional organizada con este motivo en Moscú. Puesto que Shalámov llegó al profundo convencimiento de que la obra de escritor, como una forma de existencia del arte, era inmoral y no tenía el derecho a existir, que la novela era un delito que se cometía contra la conciencia, que la gran literatura rusa tenía la culpa de que Rusia en el siglo XX cayó bajo el yugo del bolchevismo y se hizo víctima de unas represiones sin precedentes, entonces ¿partiendo de qué criterios se debía valorar la obra de él? Pues a pesar de negarle a la literatura el derecho a existir, Shalámov escribió sus famosos Cuentos de Kolimá, designando su obra como "antiliteratura" y el género de su Vishera, como "antinovela".

Los filósofos y críticos literarios, reunidos en Moscú en la biblioteca de la fundación Diáspora rusa, incluidos los procedentes de Europa, EEUU y hasta Australia, intentaron descifrar el fenómeno de Shalámov.

Irina Sirótinskaya, amiga y publicadora de la obra de Shalámov, quien organizó la conferencia, al intervenir subrayó que él en su conducta era un maximalista en sumo grado. Por ejemplo, Shalámov ni siquiera reconoció como acontecimiento real el hecho de su liberación y siguió llevando la vida de un preso, subrayando con ello que en la URSS daba igual si uno estaba recluido en un centro penitenciario o era habitante de Moscú.

Por ejemplo, él le enseñaba a Sirótinskaya cómo se debía empujar la carretilla, al cumplir obras de excavación en el campo de concentración, seguro de que tal experiencia podía resultar útil a cualquiera en la patria soviética, y aún más a una mujer, y que sin ello era imposible sobrevivir.

De la testarudez ética de Varlam Chalamov habló a su vez el escritor Oleg Vólkov, quien también estuvo encarcelado. "En su habitación de un apartamento moscovita compartido por varios inquilinos, Shalámov tenía el aspecto de un preso: usaba un jarro y una escudilla hechos de aluminio; el pan cortado directamente en la tapa de la mesa se lo comía sujetando con una mano y poniendo por debajo otra, para no perder las migajas. Se veía que al dueño no le interesaba el confort, en la pieza había escasos muebles: una cama de madera arreglada con esmero, una mesa y tres sillas, y nada más. En la mesa, en que tomábamos té de jarras, estaba una novísima máquina de escribir, muy limpia", contó Vólkov.

Shalámov vivía procurando no perder ni una "migaja" de sus recuerdos, percibiendo el pasado como un mal absoluto, en que no hubo ni un ápice de lo bueno.

Al señalar este rasgo característico del escritor, Mijaíl Shvidkói, jefe de la Agencia Federal para la Cultura y Cinematografía, invitado a la conferencia, hizo hincapié en el problema del "pasado luminoso". ¿Qué es lo que debe ser recordado? ¿Se debe escoger de la memoria sólo lo mejor, lo de la juventud y los días soleados, o recordarlo todo, por mucho que ello duela?

Shalámov llegaba a los extremos también en ello, proponiendo recordar sólo lo malo y olvidar lo bueno, para no embellecer los campos de concentración y no minimizar el mal.

En relación con la tesis de "no embellecer" esgrimida por Shalámov, en la conferencia fue recordado en más una ocasión un episodio característico. Después de haber leído Un día de Iván Denísovich de Solzhnitsin, Shalámov le llamó, haciendo comentarios elogiosos, pero al propio tiempo dijo: "Alexandr, usted describe de una gata que supuestamente hubo allí. Ello no es verdad, la hubiesen comido..."

En este episodio se refleja con mucha claridad el método de Shalámov: no describir, no crear, no buscar imágenes ni detalles, no utilizar lenguaje expresivo, sino hacer declaraciones ante el Juicio de la Eternidad, ofrecerle al lector un protocolo de interrogatorios, seco y pavoroso, parco en palabras.

La escritora y traductora francesa Liuba Urgenson, en su ponencia dedicada al método artístico de Shalámov, mostró a los reunidos de qué sorprendentes recursos se valía él. Procurando evitar la más mínima afinidad con la "literatura", Shalámov no describe una acción sino ofrece una situación. Sus relatos no tienen el tradicional comienzo ni desenlace, ni menos aún el punto culminante, de la máxima tensión, que permite experimentar la catarsis. Nada de eso, sólo una relación de diferentes estados. Ese método de fijar estados puede compararse, quizás, con el procedimiento de dactiloscopia: no importa qué ha escrito uno, lo importante es que lo escrito es de uno y que uno asume la plena responsabilidad, hasta el fusilamiento, por lo expuesto en el papel.

La mano del escritor está helada y no siente el dolor (la belleza).

Catársis como objetivo del arte se rechaza.

Lo dicho en la conferencia por el filósofo Grigori Pmerants tuvo una colosal resonancia: él habló de la total lumpenización de la sociedad contemporánea, en que se han impuesto, según él, el lenguaje y la ideología del mundo delincuente, el que se cristalizó en los campos de concentración y elaboró su propio sistema de valores, llegando a ser Estado dentro del Estado. Según Pomerantz, los rateros echaron profundas raíces en la vida rusa, ello es un precio que estamos pagando por los campos de concentración estalinistas y un lógico eco de la época de represiones.

Para mí personalmente llegó a ser un auténtico descubrimiento la intervención del filólogo Valeri Petroshénkov (EEUU), quien habló de las relaciones entre los Shalámov padre e hijo. El padre, Tijon, era un sacerdote y misionero, notable figura de la sociedad rusa, pero su hijo no se hizo creyente. ¿Por qué? Porque el padre era no tanto sacerdote cuanto un progresista que recalcaba la importancia de la religión y la Iglesia no para el alma del ser humano sino para la vida de la sociedad. El padre hacía hincapié en el efecto terapéutico de la religión. En su escala de valores Dios ocupaba el segundo lugar, tras el problema de la educación de las masas. Además, Tijon, al mantener tal posición, seguía una moda de su época. Tal conducta produjo repulsión en el hijo, quien llegó a una tétrica negación a su padre, nunca le perdonó su paradójico darwinismo religioso y hasta llegó a odiarlo, pese a que el padre al final de la vida quedó ciego y un niño lo llevaba de la mano al templo.

A mi modo de ver, la raíz de la actitud de Shalámov hacia la literatura rusa estriba en lo siguiente: él no perdonó a nuestros escritores clásicos su afición por la terapia social y por la prédica, ni su culto a un Jesucristo ejemplar (como un peldaño que llevaría culto a Stalin). Desde el punto de vista de Shalámov, con llamamientos iracundos de los profetas y latigazos el pueblo ruso fue apartado del aguadero (comunidad campesina) y metido cual un rebaño en los invernales para reherrarlo.

Varlam Chalamov hace una despiadada conclusión: no se puede escribir como se escribía antes, no se puede ver en el arte un medio de purificación del alma, porque éste es un camino falso. La historia de Gulag (los campos de concentración) ha probado que Aristóteles no tenía la razón: la catarsis no purifica. Shalámov, tras Diderot, dudó de la utilidad del arte para la moral, llegando a la conclusión de que el arte era inútil. Que la tarea de una narrativa de verdad no consiste en describir, sino en testimoniar. "Todo mi relato es un documento memorial, teñido de sufrimientos del alma y sangre", decía él.

Shalámov será, quizás, el único escritor del siglo XX que plasmó literalmente la famosa fórmula del filósofo Teodoro Adorno: después de Oswiecim la poesía es imposible en principio.

Fuente: Ria Novosti, 02/ 07/ 2007.