Experto en lucha antisubversiva, en control de disturbios y seguridad interior, con una carrera de décadas en el Ejército, el general en retiro se lleva la mano a la barbilla y a la pregunta de qué está ocurriendo con los grupos armados en estos momentos, y si el EPR es o no peligroso, responde con gravedad, pero directo:

“Lo que pasa es que no le estamos midiendo el agua a los camotes; en pocas palabras, estamos operando casi desde cero, retomando la labor de inteligencia militar que sobre estos temas se dejó de hacer el sexenio pasado y ahorita está cabrón saber exactamente el tamaño y los alcances de esta gente”.

Estamos pagando las consecuencias de haber convertido toda la agenda de seguridad en una agenda de lucha contra el narcotráfico, que además tampoco dio los resultados esperados, añade.

“La guerrilla no se quedó quieta, siguió actuando, ocultándose, preparándose, y se les fue perdiendo el seguimiento que había”.

–¿Por qué?

–Porque ya no se hizo.

–¿Por qué?

–Ya no se ordenó.

–Sí, pero ¿por qué?

–Porque todo se volvió el narco, la acción del narco, la delincuencia organizada, los “ajustes de cuentas”, los “levantones”, los zetas, el Golfo, Sinaloa, los capos. Nos pusieron esa agenda, nos ordenaron luchar contra ese enemigo y lo demás fue quedando de lado, dice el general, anónimo en la declaración por razones de sobra.

Minutos antes de las 10 de la noche, el general, de traje gris, llega al lugar tras desechar dos sitios en la zona norte de la ciudad. Una discreta escolta lo acompaña. El saludo amable y la conversación sobre cualquier cosa dura unos instantes. “Vamos al grano. Aquí es mejor, es más tranquilo y todos estamos mas relajaditos”, dice el militar mientras le deja a su escolta sus dos celulares.

Quince minutos después llega el segundo divisionario, también vestido de civil y escoltado. Igual de certero en el objetivo de la reunión.

El otro militar llega mucho más tarde, casi al final del encuentro. Apurado, apenado, pero igualmente valioso en su conocimiento de lo que ocurre.

Las mesas del lugar se vacían. Sólo quedan cuatro o cinco comensales, pero la voz de los militares sigue siendo discreta.

El primero de los generales –tal vez con más experiencia– responde las primeras preguntas.

–¿El EPR es o no rival de cuidado?

–No lo sabemos. En lucha frontal, no; pero, como guerrilla, son muy violentos: están dispuestos a todo y saben por dónde van, tienen gente, armas, dinero y apoyo.

Toma la hoja de la libreta y con letra manuscrita, clara, explica con gráficas y cuadros lo que llama la “primera gran verdad” sobre la zozobra de la inteligencia mexicana y sus ausencias y extravíos desde finales del sexenio de Ernesto Zedillo, la administración de Fox y lo que va de este gobierno. Habla de las etapas históricas en la lucha armada y menciona tres fases en su desarrollo: la insurrección, la lucha armada y la revuelta popular.

–¿Se perdió tiempo?, ¿qué ocurrió con la inteligencia del Ejército?, ¿en dónde estamos?

–Hablamos de finales de la década de 1950 y principios de la de 1960, con el surgimiento de la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria del maestro Genaro Vázquez Rojas; de luchas magisteriales y de la guerrilla de Lucio Cabañas, en Guerrero, pero también del contexto internacional, de Cuba y de Rusia y de los comunistas y su influencia en el continente para atajar al capitalismo y su ideología.

–Pero eso es el pasado, general. De eso no queda nada. El Ejército y la policía, la Federal de Seguridad, la Secreta, acabaron con todos o al menos con los más importantes.

–Sí queda gente, y a esos se les daba seguimiento en 1980, cuando vimos que venía ya en camino el EZLN.

“Esto no se acabó. Esta gente sigue accionando. Es el EPR que sobrevivió por generaciones y se reorganizó. Fueron Partido de los Pobres, Procup, Brigada de Ajusticiamiento, y más tarde EPR. Ahora son divisiones y nuevos grupos que operan no sólo en Oaxaca y Guerrero, sino en otros estados.

–¿El sureste?, ¿dominan el sureste?

–Allí siempre han estado. Ahora, tenemos elementos para señalar que se mueven en Sonora, Chihuahua, Monterrey, Puebla, Hidalgo, Michoacán, Morelos, algunos más en Nayarit y otros en Aguascalientes. Eso está comprobado. Andan muy activos.

Ahora hay dos generales sentados a la mesa. El segundo entiende al detalle la plática en marcha y tras el saludo se suma para apoyar lo dicho. Agrega el asunto del narcotráfico como línea de explicación y consumo popular y mediático, para meter en un mismo costal la violencia de los cárteles de la droga, la de la guerrilla eperrista, ciertos secuestros, los asaltos a camionetas de valores en el Distrito Federal, el boyante tráfico de armas y explosivos.

El recién llegado agrega que se dejó de hacer la inteligencia fina y básica de antes, al avanzar el sexenio de Fox. Repite que todo se centró en el narcotráfico. Añade que, a la par de la saturación de misiones y de operativos antidroga, en el Ejército se dio también el paulatino desmantelamiento del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen).

Sus principales mandos fueron removidos poco a poco y colocados en sitios en los que aparentemente se les daba un nuevo rol en la lucha contra el crimen organizado. Se les envió a diversos sitios a intentar organizar agendas y planes a largo plazo para aplicar políticas anticrimen.

Nada extraordinario ocurrió y las labores de inteligencia quedaron en manos de inexpertos. Se dio, además, una lucha entre instancias como la Agencia Federal de Investigaciones y la Policía Federal Preventiva a nivel de mandos, en coordinaciones operativas y en racionalidad y amplitud de funciones, dicen los generales.

Los grupos armados percibieron las irregularidades y aceleraron algunas decisiones. Otras se dieron de acuerdo con los tiempos políticos y con sus calendarios de acción, explican.

La rebelión que viene

Hay un engaño en todo esto, aseguran los generales. “Ese engaño se le ha hecho a los dos últimos presidentes de la República al ocultarles información, negarles otra y exagerar u omitir datos vitales, para que el máximo comandante tenga una visión real de las cosas y pueda decidir”.

El trabajo de inteligencia se fue pervirtiendo. Los reportes y el acopio de información comenzaron a reducirse a un sólo tema como causa y efecto: el crimen organizado. Ése era el responsable de todo y en esa lógica se desglosaban todos los informes y reportes de incidencia delictiva en el país, coinciden los militares.

“Todo lo encausaron al narcotráfico y así creyeron que iban a resolver las cosas; pero estas acciones revelan, por la forma de ejecutarlas, la lucha de esta gente. Muchas de las acciones que siempre se le terminan atribuyendo al narco fueron en realidad operaciones de la guerrilla”.

–¿Como cuáles?

–La famosa incursión de comandos de dizque sicarios en Sonora, la balacera que desataron, la persecución, el paso por los retenes de la PFP. Todo eso fue asunto de guerrilla, no de ajustes de cuentas.

“Esa gente tardó varias semanas en meter de madrugada las camionetas y las armas. Fue una operación hormiga y nadie se dio cuenta. No es cierto eso de que le fueron a quitar las armas a la PFP. Sencillamente entraron sin que nadie se diera cuenta. Además, la camioneta hummer que se usó en esas acciones fue robada a un joven que la estaba vendiendo en Puebla. Lo balearon para quitarle la camioneta y a los 12 días aparece en Sonora.

–¿Qué más?

–Los asaltos a camionetas de valores. Ése que se hizo aquí en el Distrito Federal cruzando un camión para tapar la llegada de las patrullas y luego la balacera. Fueron ellos, el EPR, sus comandos. Son operaciones muy elaboradas: la delincuencia común no actúa así, no tienen ese nivel. Los atracos como esos son para hacerse de recursos, para que la gente que opera aquí tenga manera de seguir adelante y no haya necesidad de que les envíen dinero que se pueda rastrear.

–¿Son muchos casos?.

–Están aquí y allá. Las ejecuciones de comandantes en Michoacán, en particular la del coronel que fue emboscado, fue también una operación de eperristas que se sintieron descubiertos.

“Y otras más, la de Acapulco. Lo de Guerrero, cuando un comando entró a las oficinas de la policía ministerial a ejecutar a un comandante, a un agente del Ministerio Público y a dos secretarias, fue también cosa del EPR.

“Los narcos no andan por ahí con camaritas grabando lo que hacen. La guerrilla sí. Es parte de su manera de hacer propaganda, de llevar un control de lo que hacen y también para corregir errores. Es guerrilla, no narcos”.

Los militares dicen que para los estrategas de la actual guerrilla mexicana las dos primeras etapas de la ruta crítica de la liberación nacional ya se cumplieron: la insurrección y la lucha armada.

“Ahora, según esta gente, lo que sigue o lo que debería seguir es la fase de la revuelta popular. Parece que en eso andan, que ése es el objetivo y en eso trabajan, en crear las condiciones o en empujarlas para que se den esos escenarios de desestabilización”, dice el primero de los generales.

Otro agrega que al Ejército se le ordenó, desde sus altos mandos, en el sexenio anterior, no actuar, no meterse para nada en el conflicto de Oaxaca, aun a pesar de que se tenía conocimiento de la presencia del EPR y de otros grupos en la zona.

“Se tuvo conocimiento de la presencia de células de este grupo a poco más de un kilómetro de la zona militar en la capital oaxaqueña, pero la orden era clara y así se hizo. No se envió gente a las calles, no se pusieron retenes ni hubo cateos. Ésas fueron las órdenes del general Clemente Vega: no meterse, no manchar de nuevo al Ejército ni hacer nada que se reflejara en la población civil. Ése fue el gran temor de los mandos, que se dieran escenarios de represión de los que fueran responsables las fuerzas armadas, coinciden los generales. Se supo que anduvieron por el centro de la ciudad y la orden también fue no hacer nada, no intervenir.

“De ahí para acá se dejó de investigar, de tener el control sobre información sensible y vital para la seguridad”, indica el primero de los militares.

–¿Y cómo ha respondido la inteligencia militar ante estos retos y complicaciones?, ¿se ha reestructurado, hay nuevas instancias, reasignaciones?, ¿siguen existiendo instancias como el CIAN (Centro de Inteligencia Antinarcóticos), la sección segunda (Inteligencia Militar), o la sección séptima (Operaciones Contra el Narcotráfico)? –la pregunta, aunque seria, termina por arrancarles sonrisas a los generales. Uno y otro se turna para responder, como si el momento hubiera estado ensayado–.

–No. Nada ha cambiado. Los militares somos todavía muy cuadrados. Tanto así que, como comandantes, limitamos mucho a los Grupos de Información Sensible (GIS), no los soltamos y muchos acaban espantados pensando, “no, mejor no te metas a fondo porque te vayan a detener y yo luego qué digo, cómo justifico que tú”.

Un par de minutos antes de la medianoche, como en cuento de hadas, una revelación ilumina las mesas vacías. “La verdad es que, en la actualidad, los mandos tienen miedo de actuar, hay muchas dudas”.

–¿Y la tecnología, no les ayuda?

–Sí, pero es muy costosa y muchos la utilizan para otras cosas.

Al final de la noche el diagnóstico es claro y muy poco alentador. Los militares resumen que se debe regresar a las raíces de problemas como el de la guerrilla en México y revisar a sus líderes, porque esta gente casi siempre recorre el mismo camino dos o tres veces y no cambian sus hábitos fundamentales. Son las mismas personas y van a acabar haciendo lo mismo que saben hacer.

“Si hoy iniciamos este esfuerzo, en un año tendremos las bases para comenzar a actuar y tomar el control para prevenir y que no se den escenarios de alto riesgo e inestabilidad. Por lo pronto –dicen los generales– seguimos reaccionando y calculando quiénes son, cuántos son, adónde van a atacar, cómo le haremos para defendernos. Seguimos con más saturación de misiones, con poco personal, temor a actuar a fondo y un dislocamiento en los servicios de inteligencia.”

Fecha de publicación: Agosto 2a quincena de 2007