La medida del grado de irrealidad y engaño en que viven no pocos de los cubanos escapados hacia Estados Unidos en los primeros años posteriores al triunfo de la Revolución en 1959, la ofrece uno de los organizadores de la fiesta, cuando califica esa acción contrarrevolucionaria como "sinónimo de libertad, sacrificio, perseverancia y amor."

Para una caracterización objetiva de la Operación Pedro Pan, para decirlo en español, basta con exponer los hechos tal cual ocurrieron. Los adjetivos justos brotan a borbotones.

Entre 1960 y 1962, 14 mil niños cubanos fueron entregados por sus padres a organizaciones " caritativas " creadas al efecto, para ser trasladados a EE.UU., donde serían albergados por tiempo indeterminado en hogares de desconocidos y en orfelinatos.

No constituye nada difícil entonces imaginar el calvario de aquellos infantes, separados abruptamente de padres y otros familiares, llegados a un país desconocido, en manos igualmente extrañas y sin la menor idea del momento en que volverían a encontrarse con los suyos.

Muchos de aquellos muchachos han narrado y hasta plasmado en libros y filmes esos amargos recuerdos, la interminable angustia y la infinita soledad que los embargó, al verse colocados en el centro de un episodio totalmente fuera del alcance de su comprensión.

Aquel drama, de cuyas secuelas sicológicas muchos no se recuperaron jamás, formó parte de una de las tantas patrañas urdidas contra la Revolución cubana, mediante la acción concertada de criminales y ladrones vinculados a la tiranía derrocada, elementos del clero católico, explotadores criollos que habían perdido sus privilegios, y todos, bajo el auspicio de la Embajada norteamericana en La Habana.

El coordinador de la Operación fue monseñor Bryan O. Walsh, sacerdote de origen irlandés perteneciente a la Diócesis de Miami, estrechamente vinculado a la Agencia Central de Inteligencia, como se ha comprobado fehacientemente. Quienes concibieron este engendro tuvieron en cuenta el lógico clima de incertidumbre existente entre burgueses y pequeño burgueses, provocado por el proceso de cambios socio-económicos iniciado en la Isla, al que añadieron fuego mediante una colosal campaña mediática orquestada desde el Norte, y cuyo objetivo era crear condiciones para hacer creíble cualquier falsedad entre ese segmento poblacional.

La campaña de terror fue iniciada el 26 de octubre de 1960, a través de trasmisiones de radio Swan, en las cuales se daban a conocer fragmentos de una falsa y nunca concebida Ley de la Patria Potestad, en virtud de la cual los niños serían separados de sus progenitores y enviados a Rusia para lavarles el cerebro y convertirlos al comunismo.

En esa escalada llegaron al extremo de imprimir la ley y distribuirla entre aquellos proclives a creer la más fantasiosa y colosal mentira.

Los primeros cinco niños llegaron a Miami el 26 de diciembre de 1960. Empezó así un lastimoso éxodo infantil, agravado en octubre de 1962 cuando el gobierno norteamericano suprimió unilateralmente los vuelos directos desde Cuba. Atrás quedaron miles de padres a quienes se les había prometido visas y esperaban ansiosos, cada día, por un pronto reencuentro, que en algunos casos demoró varios años.

Peter Pan merece ser recordado, pero como un acto de extrema crueldad, y un ejemplo de la capacidad, vigente aún, para mentir, manipular y explotar los sentimientos de amor de los semejantes, en interés de recuperar privilegios y mezquinos intereses.

Agencia Cubana de Noticias