Debe haberle sucedido a los castizos realistas el nueve de diciembre de 1824, cuando los soldados mestizos, indios y criollos de Antonio José de Sucre les desbandaron en apenas unas horas de combate entre las honduras de Ayacucho, no solo para entregarle la libertad a Perú y adelantar la de Bolivia, sino para cerrar definitivamente el imperio de sus majestades españolas en el Cono Sur del hemisferio.

Los tiempos de los virreinatos organizados y estructurados a la usanza de la metrópoli sobre los saqueados reinos indígenas, se diluyeron entre el olor a pólvora y el metálico tañer de espadas y lanzas. Nacía una América con mando propio, aunque para nada ajena a acechanzas, traiciones, dobleces y nuevas injerencias foráneas.

Ayacucho fue un hito esencial, pero no el definitivo en la conquista de una real y duradera independencia. Los padres libertadores no llegaron a ver consumados muchos de sus sueños, y 183 años después de aquella brava epopeya, quedan muchas cosas por cambiar en estas tierras y no pocas insolencias e intromisiones que frenar y cortar de cuajo entre quienes aún estiman esta zona una suerte de haz de pueblos de segunda a los que se puede vapulear, faltar el respeto y tratar como conquistados eternos.

Subvaloran la mezcla de voluntades y sentimientos surgidos del crisol racial y cultural impuesto por ellos mismos y que eclosionó, para desdicha de los prepotentes, en vitalidad revolucionaria, empeño por las transformaciones y voluntad sempiterna de entronizar la justicia y la autodeterminación como valores inalterables.

La espiral de la historia, que muchas veces reservó a los latinoamericanos violencia, represión, invasiones extranjeras, dependencia, miseria y depauperación, ahora propicia un alza acelerada de combates exitosos, de victorias populares y de realizaciones económicas, políticas y sociales que anuncian una nueva era.

El espíritu de Ayacucho, que en ocasiones pudo parecer enterrado a cuenta de enemigos externos e internos, gana espacio amplio por estos días, y la tarea no es otra que multiplicarlo, explayarlo y brindarle cauces anchos y extensos para establecer una corriente definitiva y definitoria. Y es que la hora de honrar a los héroes, sin máculas regionales, sacude con fuerza las aldabas.

Agencia Cubana de Noticias