En su libro Política y Estrategia en la guerra con Chile (Lima 1979), Edgardo Mercado Jarrín [ex general peruano retirado], cuando se refiere a la falta de refuerzos de artillería, caballería y transportes, escribe:

“Las ventajas obtenidas por Chile al conquistar el dominio marítimo y al haber proyectado su poderío sobre los territorios de Atacama y Tarapacá –campaña en la cual los aliados combatieron prácticamente sin artillería ni caballería que permitiera efectuar reconocimientos, explotar el éxito y destruir a las fuerzas chilenas en fuga-, exigían que en la reorganización se procediera a aumentar fundamentalmente la potencia de fuegos y la movilidad del Ejército. De acuerdo a los recursos disponibles, los efectivos de infantería quedaban subordinados a la cantidad de fusiles, pese a que la población mliitar no presentaba limitaciones; los de la caballería se atenían a la existencia de ganado equino y a las importaciones de Argentina; el material de Artillería estaba limitado por los recursos financieros del país, las adquisiciones del exterior y las posibilidades de fabricación en Lima; y los medios de transporte, al ganado mular, disponibilidad de carretas y a los recursos locales.

1) Potencia de fuegos.- Como ya se anotó, Chile eralizaba una guerra de invasión para la cual se había preparado con la debida anticipación. A esto se agregaba la obtención del dominio marítimo y la conquista de Antofagasta y Tarapacá, lo que le proporcionaba ventajas para la iniciativa de las operaciones, la elección del lugar del desembarco, el momento y las circunstancias favorable para la iniciación de la ofensiva; y todo esto, sin considerar las de orden económico. La campaña de Tarapacá y sus cuantiosas pérdidas en hombres, equipo y armamento en la retirada, habían puesto en evidencia la vulnerabilidad de las fuerzas aliadas. Ante la inferioridad manifiesta de la potencia de combate de las fuerzas aliadas, en relación a las tropas chilenas, uno de los medios más expeditivos que tenía a su alcance el Dictador para remediar la situación, era el refuerzo de la artillería.

La artillería acrecienta el poder destructor del fuego y brinda profundidad al combate. No hay artillería en reserva en el campo táctico ni en el estratégico operativo. Su carencia debilitó la capacidad combativa del Ejército peruano, y la falta de movilidad –dada la naturaleza desértica del terreno donde se realizaban las operaciones- dificultaba los desplazamientos. Un exceso de artillería sin movilidad, en ese entonces, imponía a las operaciones un carácter más pasivo y un ritmo mesurado y metódico. Por el contrario, la insuficiencia de artillería facilitaba la capacidad de maniobra.

El Ejército peruano, perdida la iniciativa de las operaciones, estaba condenado a asumir una actitud defensiva en el campo estratégico, pero podía y debió emplear la ofensiva en el campo táctico. La maniobra defensiva impuesta por la situación, requería remediar su inherente debilidad organizativa, reforzando los medios de artillería. No se hizo nada por ello. Por otra parte, el campo de batalla elegido se encontraba en un Teatro de Operaciones restringido como lo eran Tacna y Arica. La artillería era la mejor respuesta para fortalecer la potencia combativa del Primer Ejército que actuaba en un espacio relativamente reducido.

¿Pudo el Dictador reforzar con artillería al Ejército del Sur como lo exigían las circunstancias? Creemos que sí, pues existían en Lima algunos cañones disponibles. En la campaña de Lima –descontando los dos cañones Clay de 32”, viejos cañones de marina difíciles de transportar, y dos Selay construidos en Bellavista-, participaron en las abras de Santa Teresa y en Zig-Zag: 19 White, 16 Grieve, 4 Walgely, 2 Vavasseur, 1 Armstrong; en total 44 cañones. En la campaña de Tacna la artillería del Ejército del Sur estaba constituida por 2 cañones de 12” y 8 cañones de 4”.

En referencia a la artillería chilena, Vicuña Mackenna afirma: “El total de la artillería que iba a batir el campo peruano constaba de 37 cañones; de éstos, 20 Krupp de campaña, 17 de montaña, incluyendo 6 de bronce y cuatro ametralladoras; total 41 piezas contra 31 del enemigo”. Los cañones Krupp eran modelo 1879, se trata de uno de los rarísimos casos en los anales de la historia militar, en el que un ejército de un país no fabricante de su propio material de guerra, interviene en una batalla con modelos fabricados el mismo año del conflicto.

Montero no recibió ningún refuerzo de artillería, material que se reservaba para defender Lima, restando así la potencia de fuego necesaria al Teatro de Operaciones principal, en donde precisamente se iba a realizar, como se realizó, la batalla decisiva de la guerra. En la campaña de Tacna se daría lugar al gran enfrentamiento de los ejércitos profesionales de los países en guerra y sería el punto estratégico de conjunción de las fuerzas de la alianza.

2) Caballería.- La caballería acrecienta la movilidad de un ejército. La caballería que disponía el Ejército del Sur, era sumamente reducida y por consiguiente las acciones militares carecían de rapidez. Como en ese momento, todo se realizaba con tropas a pie, las disposiciones requerían de más tiempo. Las zonas desérticas del TO, situadas entre valle y valle, por lo general a dos jornadas de infantería, están constituidas por pampas arenosas, sembradas de piedras partidas y cantos rodados, cruzada por numerosas torrenteras que hacen difícil el tránsito. Una caballería numerosa facilitaba los movimientos amplios y el lanzamiento de destacamentos lejanos para obtener seguridad e información sobre los probables lugares de desembarco chilenos. La carencia de caballería imponía desplazamientos lentos dentro de un dispositivo muy agrupado y obligaba –sin alternativa- a la adopción de la maniobra defensiva. La caballería se adelanta para ganar espacio y con ello proporciona seguridad para el grueso, informa con prontitud sobre cualquier suceso, mantiene y rompe el contacto y avanza de línea de horizonte para preceder a las otras armas que requieren desplazarse con seguridad.

La guerra se desenvolvía en espacios desérticos dilatados y el ejército invasor tenía libertad de acción para elegir los lugares de desembarco. Ello requería la constitución de destacamentos móviles y de acción lejana, capaces de aplicar potentes golpes a las fuerzas chilenas en las áreas de desembarco, a la vez que garantizar al Ejército del Sur contra el peligro de acciones sorpresivas, mediante la información oportuna acerca del enemigo. Era necesario tomar el contacto con las fuerzas chilenas lo más lejos posible, desde sus puntos de desembarco, con el objeto de tener una alerta temprana y un conocimiento lo más exacto posible sobre la fuerza enemiga que se aproximaba y esto se hubiera conseguido con fuerzas de caballería adecuadas.

El Ejército del Sur, carente de movilidad, con una caballería reducida y mal montada, estaba anclada al terreno y no podía hacer otra cosa que aprovechar las líneas favorables del terreno para oponerse al adversario mediante operaciones defensivas, con la finalidad de disminuir la capacidad combativa de las fuerzas chilenas. Luego debería lanzarse a la ofensiva aprovechando la primera oportunidad, ya que las operaciones defensivas sólo tienen carácter transitorio.

El Ejército del Sur en la campaña de Tacna, en lo que se refiere a fuerzas de caballería, contó con tres escuadrones, además de un escuadrón de gendarmes de efectivo reducido. En total 400 hombres mal montados. En la acción del Manzano, en los prolegómenos de la Campaña de Lima, se empleó el Cazadores del Rímac, que bien pudo haber concurrido a la Campaña de Tacna. Chile, en cambio, en esta campaña participó con mil soldados de caballería.

3) Servicio de transporte.- La causa principal para que el Ejército optara por la maniobra defensiva en el transcurso de la guerra, fue sin lugar a dudas, la falta de medios de transporte que permitieran el apoyo de víveres, forrajes y municiones. El general Dellepiani afirma que “según documentos oficiales, las tropas de Montero en la Campaña de Tacna sólo dispusieron de 10 mulas para el servicio de su piezas de artillería”. En la Guerra del Pacífico, debido a la naturaleza desértica del TO, el abastecimiento de agua y municiones resultaban decisivos. Veamos lo que escribe Bulnes sobre este aspecto, en la campaña de Tacna:

“El problema de movilizar la artillería y los bagajes pensaba resolverse con mulas y se contaba con 500 de ellas, pero no había agua ni forrajes en ese desierto. Sotomayor calculó que necesitaba otras 700 mulas y hubo que traerlas del sur en los buques de la Cía. del Pacífico. También se trajeron 700 caballos y, asimismo bueyes, para acompañar en pie a la expedición”.

Chile disponía, pues, de los elementos necesarios par dar movilidad y capacidad ofensiva a su ejército. En cambio, el Ejército peruano no estaba en aptitud similar por falta de medios de transporte, ni siquiera para realizar el modesto avance de dos jornadas a dsitancia lejana del adversario, que es la que separa Tacna del valle de Sama. La pregunta que surge es: si durante los cuatro meses que mediaron entre la batalla de Tarapacá y la del Campo de la Alianza, ¿pudo el país reunir en ese lapso hacer el gran esfuerzo de reunir de 800 a 1000 acémilas y ponerlas a disposición del Ejército del Sur? El historiador Bulnes, al narrar la expedición de Lynch a la sierra para destruir a Cáceres, expresa: “Casapalca era el punto indicado de reunión para el paso de la Cordillera... Se juntaron 1250 bestias: 200 tomadas en la Campaña de Lima, 350 burros, 100 mulas y 600 caballos de la artillería.” Los comentarios huelgan.

El apoyo en medios de transporte al Ejército del Sur desde Lima, le hubiera permitido ocupar una posición defensiva evidentemente superior. Recordemos que en la retirada de Tarapacá, el Ejército peruano cubrió más de 300 kms. de desierto y cordilleras en veinte días, sin víveres, sin agua y descalzo, conservando la disciplina, probando elevadas fuerzas morales tanto o más que las que se requieren en el propio campo de batalla.

c) Viabilidad del envío de refuerzos

La marina peruana llevó a cabo una de sus atrevidas empresas. La corbeta Unión al mando del comandante Villavicencio, despachada del Callao el 12 de marzo con un cargamento para el Ejército del Sur, se presentó en Arica el 17 burlando la vigilancia del Huáscar –ya en uso por la marina chilena, y habilitado con cañones de retrocarga- y el Matías Cousiño que a la sazón bloqueaban el puerto. Luego de descargar en Arica los abastecimientos que traía, burlando nuevamente la vigilancia chilena a la luz del día, regresó al Callao. A pesar de la brillante hazaña, el abastecimiento resultó irrisorio. Al respecto, Mariano Felipe Paz Soldán en su Narración Histórica de la Guerra de Chile contra el Perú y Bolivia, expresa:

“En el Perú....; para la generalidad se presentaban dos hechos, cual más satisfactorios y halagadores; la brillante hazaña marinera de la corbeta, y la provisión de artículos indispensables al Ejército del Sur, en momentos más premiosos, porque aunque la aspiración de la gente más sensata, era porque de preferencia se reforzara aquel ejército con algunos batallones de los de Lima, y estos no marchaban, se había encontrado medio de calmarla con la anunciada salida de la división Leyva de Arequipa al Cuartel de Tacna, la cual debió satisfacer esta ansiedad; por consiguiente, los transportes de entusiasmo y contento embargaron todos los corazones. Pero, cuán poco debía durar esta agradable ilusión. No tardó mucho en saberse que el tan cacareado cargamento que había lanzado a la Unión a una suerte tan peligrosa, se reducía a unas cuantas gruesas de zapatos, algunos fardos de género para vestido, una pequeña cantidad de municiones de rifle, un cajón de medicamentos, una lanchita torpedo y dos ametralladoras, mientras que lo más necesario y urgente como rifles, millares de tiros y vestidos hechos, se reservaba para el ejército que el Dictador organizaba en Lima, con el objeto de asegurar su autoridad; de suerte que el viaje de la Unión no tuvo más objeto que engañar a la nación haciéndole creer que había llevado grandes auxilios al disminuido y vencido Ejército de Tacna”.

Sobre este particular, el historiador chileno Barros Arana en su Historia de la Guerra del Pacífico, dice:

“Los oficiales peruanos de Tacna y Arica que veían a sus soldados casi desnudos, y que conocían todas las necesidades del ejército, se persuadieron de que las mezquinas rivalidades de los hombres públicos del Perú, no se habían acallado en medio de los conflictos de la guerra exterior. A juicio de ellos, el dictador Piérola estaba resuelto a sacrificarlos para evitar un triunfo que debía enaltecer a Montero, y que podía ser como una amenaza para el gobierno de la dictadura. Así, pues, el viaje de la Unión, sin importar un auxilio de mediana importancia para el ejército de Tacna y Arica, vino a fomentar la desconfianza de los oficiales y aun a producir cierto desaliento en sus espíritus”.

La corbeta Unión pudo llevar al TO refuerzos de artillería, caballería, y mulas y bueyes para mejorar el apoyo de fuegos y la movilidad del Ejército del Sur. En todo caso, se dispuso de cuatro meses para enviar por tierra, tanto de Lima como de Arequipa, este tipo de refuerzos.

d) Repercusiones en la moral de las tropas

La reorganización del Ejército decretada por Piérola el 31 de enero de 1880, fue calificada por Montero de “funestamente peligrosa”. Respecto al relevo de los mandos de división y unidades decretadas por el Dictador, Montero se manifestó contrario a dicha disposición, escribiéndole a Piérola “que los comandos de división y de cuerpos habían adquirido legítima y denodadamente estos puestos, unos en los campos de batalla y otros en medio de los sinsabores y privaciones del servicio de campaña”. Agregaba como razones “la confusión que va a producir la variedad de armamentos que resultará en los nuevos cuerpos, al formar uno, de dos o tres que tienen distinto sistema de rifle y su peculiar enseñanza”.

La nueva organización del Ejército y la falta de envío de refuerzos, no sólo vulneró las posibilidades estratégicas, sino que además tuvo hondas repercusiones en las fuerzas morales, pues introdujo confusión, rompió el espíritu de cuerpo de las unidades y relajó el ascendiente del jefe sobre sus subalternos, el mismo que se forja a través de las mismas privaciones que surgen en la vida de campaña y el mutuo conocimiento de largos años de servicio. Tanto Piérola como su ministro de Guerra, don Miguel Iglesias, que llevaba el título de coronel de milicias debido a las revueltas que encabezara en Cajamarca, no tenían ninguna formación militar y carecían por completo de los conocimientos mínimos para acometer la reorganización del Ejército. En la Campaña de Tacna, como en la de Lima, los militares profesionales estuvieron en segundo plano en la preparación y conducción operativa estratégica y las consideraciones políticas, al no tomar en cuenta las recomendaciones de la estrategia, coadyuvaron a la victoria chilena”. (Ob. cit. pp. 100-108)

Siempre me he preguntado por causa de qué, Cáceres o cualquiera de los militares valientos y hazañosos, no se encargó de Piérola y su cohorte de inexpertos que condujeron al país y particularmente a la capital a una de sus degradaciones más oprobiosas por la derrota en enero de 1881. He allí una de las grandes preguntas inexplicables que no tiene respuesta porque tampoco se puede ser profeta del pasado.

Como escribió Mercado Jarrín: huelgan los comentarios.

¡Atentos a la historia, las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder, el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!

¡Sólo el talento salvará al Perú!

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