¿Cómo evitar entregarnos a un sentimiento de satisfacción cuando nos supimos que, al cabo de largos años de manifiesto desinterés, el presidente Bush reactivó el «proceso de paz en Palestina» convocando una conferencia en Annapolis (el 27 de noviembre de 2007); que se comprometió a construir el Estado palestino antes de que termine su mandato presidencial; que luego de esa excelente decisión se desarrolló en París una Conferencia Internacional de Donantes durante la cual la comunidad internacional, presa de un irresistible impulso de generosidad, donó más miles de millones de lo que esperaban los palestinos (el 17 de diciembre de 2007); y que el propio Bush viajó a Palestina para poner manos a la obra (del 9 al 11 de enero de 2008)? ¡Que lindo es todo en el mundo de la comunicación!

Sin embargo, a no ser que creamos en el cuento de los Reyes Magos que vienen a ofrecer sus regalos al naciente Estado palestino soberano, esa versión mediática de los hechos resulta más bien sorprendente para todo el que recuerda que hace 60 años que se les viene prometiendo a los palestinos un Estado que no acaba de concretarse.

Annapolis

La Conferencia de Annapolis representa un intento de Washington por retomar el control de la situación en Palestina, control que dejó durante 7 años en manos de los sucesivos gobiernos israelíes. Es una confirmación de la supremacía de Estados Unidos sobre Israel, lo cual representa una derrota para el movimiento sionista que afirma que no hay diferencia entre los intereses de Washington y los de Tel Aviv. Se trata, sin embargo, de una derrota de corta duración.

El que George W. Bush haya sido el maestro de ceremonias y que aparezca en algunas fotos que quedarán para la posteridad le permite mantener la frente alta. Pero no cambia el hecho que durante esta conferencia las 48 delegaciones extranjeras tomaron nota de que el poder cambió de manos en Washington, tal y como hube de explicarlo una semana más tarde desde estas columnas [1].

El clan Bush-Cheney, al servicio de las multinacionales de la industria militar, del petróleo y de la industria farmacéutica, se ha visto obligado a ceder ante las presiones del Estado Mayor militar del ex presidente Bush padre (Robert Gates, Wlliam Fallon, Michael Hayden, Mike McConnell, etc.), que goza a su vez del apoyo del grupo Baker-Hamilton [2]. Estos últimos impusieron a la Casa Blanca el abandono inmediato del proyecto de «remodelamiento del Gran Medio Oriente» para pasar a un «imperialismo inteligente» (Smart Imperialism) en el marco del cual los conflictos los conflictos se manejarán en configuración de «baja intensidad» y se otorgará el protagonismo a una serie de seductoras operaciones de carácter publicitario.
Y, para consolidar dicho cambio, el 3 de diciembre los militares publicaron el informe de las agencias de inteligencia que establece que no hay razón para que Estados Unidos entre en guerra con Irán [3].

Ehud Olmert se presentó de mala gana en Annapolis y su ministro de Defensa, Ehud Barak, trató de sabotear la reunión al presentar una nueva exigencia según la cual la comunidad internacional tendría que reconocer «Israel como patria del pueblo judío y Palestina como patria del pueblo palestino». En otras palabras, no sólo la comunidad internacional debería pisotear el derecho inalienable de los refugiados palestinos a regresar a su propio país sino que tendría además que obligar al Estado palestino a recibir a los israelíes árabes que sean excluidos del Estado reservado únicamente a los judíos.
Esta absurda exigencia fue descartada de un manotazo por los nuevos amos de Washington y –por vez primera– se pidió a la delegación israelí que renunciara a su sempiterna condición previa de no negociar la paz hasta que no se desarmen la milicias palestinas (o sea, después de la derrota de la Resistencia palestina). Por alguna razón aún desconocida, los israelíes acataron la orden de Washington y, abandonando «la madre de las condiciones», bajaron la cerviz ante su amo.

De forma bastante original, la Conferencia no terminó con la publicación de una declaración común, sino que comenzó por… ¡la lectura del documento final! [4] Al leerlo ante las cámaras, el presidente Bush pareció establecer su posición como árbitro en el conflicto. Pero, a los ojos de los diplomáticos presentes, estaba demostrando que le habían quitado el poder y que no tenía autoridad para negociar absolutamente nada durante la conferencia. De hecho, no se trataba ya de una conferencia diplomática sino de un show y no había por tanto problema alguno en que todo se transmitiera en vivo y en directo a través de los canales de televisión.

Este documento «final» es extremadamente lacónico. Además del reconocimiento de la supremacía de Estados Unidos por parte de los dos bandos en conflicto, el documento anuncia un calendario de negociaciones que debe terminar, antes del fin del mandato presidencial, con el reconocimiento de un Estado palestino. Menciona además la llamada hoja de ruta, como modo de precisar lo que debe entenderse por «Estado».
Se trata, en efecto, de un tema que se presta a confusión. Para las Naciones Unidas, el término Estado hace referencia al plan de división de Palestina de 1947. En ese mismo sentido lo interpretan Rusia y la Unión Europea, entre otros autores de la llamada «hoja de ruta». En ese caso, se trata de un Estado en el sentido pleno de la palabra. Para el movimiento sionista, por el contrario, el término «Estado palestino» se refiere al modelo aplicado en la Sudáfrica del apartheid y la Guatemala del general Efraím Ríos Montt. En ese caso se trataría de una o varias “reservas” destinadas a los palestinos, carentes de atributos necesarios para vivir en Israel, lo cual le permitiría a Israel deshacerse de sus responsabilidades de ocupante [5].

Los militares estadounidenses impusieron que la supervisión del calendario de Annapolis esté en manos del general James L. Jones, quien desempeñó un papel en la campaña contra el clan Bush-Cheney al entregar un severo informe sobre el desastre iraquí [6].

Hasta ahí llegan las buenas noticias. Si bien es cierto que George W. Bush tuvo que aceptar una enorme concesión, la realidad es que no cedió en aquello que el movimiento sionista considera primordial y que él mismo se había comprometido por escrito a imponer, el 14 de abril de 2004: si hay que aceptar un Estado palestino, este tendrá que tener en cuenta en primer lugar las «nuevas realidades en el terreno» y no puede por tanto esperar por tanto existir en el territorio que las potencias le atribuyeron en 1947; en segundo lugar, estará bajo la dirección de títeres.

Además, los objetivos que el general Brent Scowcroft (ex consejero para la seguridad nacional) había establecido públicamente para la administración Bush no han sido alcanzados [7]. Aunque resulta positivo que Siria fuera –finalmente– invitada, como aconsejaba la Comisión Baker-Hamilton, la realidad es que la conferencia estaba desprovista de credibilidad al no estar acompañada de un congelamiento de la colonización.

Lo esencial es que después de la conferencia tenía que producirse, en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU, el voto de una resolución que diera fuerza de ley a la declaración de Annapolis. Pero en el último momento George W. Bush la retiró del orden del día del Consejo, mientras que Ehud Olmert declaraba que el calendario de Annapolis no tenía carácter vinculante, o de obligatoriedad, para Israel. La correlación de fuerzas existente en Washington entre sionistas y americanistas seguía siendo inestable. Desde Tel Aviv se anunciaba que en Israel se esperaba al presidente de Estados Unidos para principios de enero, lo cual fue posteriormente confirmado desde la Casa Blanca.

París

Según la versión mediática, la Conferencia Internacional de Donantes para el Estado palestino se decidió en Annapolis. Pero resulta extraño que el alto funcionario francés encargado de prepararla –Pierre Duquesne, ex consejero financiero de Lionel Jospin e hijo del director de prensa Jacques Duquesne– ya había sido designado cinco semanas antes, el 17 de octubre, durante una reunión en París a la que asistieron Tony Blair (enviado especial del Cuarteto) y Jonas Gahr Store (ministro noruego de Relaciones Exteriores). Parece que Pierre Duquesne resultó elegido debido a las buenas relaciones que mantiene con Salam Fallad, primer ministro de la Autoridad Palestina, desde la época en que ambos representaban a sus países respectivos ante el Fondo Monetario Internacional (FMI).

En todo caso, el verdadero organizador de esta conferencia fue Brent Scowcroft, quien la preparó al mismo tiempo que la de Annapolis. Inicialmente se trataba de financiar la creación de un Estado palestino soberano antes de que terminara el año 2008, según las modalidades del plan del rey Abdallah de Arabia Saudita, adoptado por la Liga Árabe (o sea, con regreso a las fronteras de 1967 y reconocimiento de los derechos de los refugiados). El Grupo Estratégico del Instituto Aspen [8] había servido de marco para la elaboración de un compromiso, lo cual resultó fácil debido a que Condoleezza Rice fue en el pasado secretaria de dicha institución. Una comisión ad hoc creada bajo el nombre de «Grupo Estratégico Medio Oriente» ya había sido presentada a la prensa el 3 de diciembre de 2007, pero la conmoción que provocó la publicación del informe de las agencias de inteligencia sobre Irán hizo que nadie prestara atención al anuncio.

En el discurso que pronunciara aquel día en la sede washingtoniana del Aspen Institute, la secretaria de Estado indicó que con vistas a financiar la Autoridad Palestina, Estados Unidos donaría 400 millones de dólares en el marco de la conferencia de París, cantidad a la que se sumarían «contribuciones privadas».
Es precisamente en ese punto donde reside toda la astucia del proyecto: el uso de la donación anunciada en París estará bajo control del Cuarteto, mientras que las «contribuciones privadas» no estarán bajo control de nadie.

Pero, luego de haber saboteado la resolución de la ONU después de Annapolis, la administración Bush se esforzó por desviar la Conferencia de París hacia un objetivo diferente. Y no había contar con que fuera su homólogo francés Nicolas Sarkozy quien se opusiese a ello.

Según las declaraciones ditirámbicas del final de la conferencia, cualquiera diría que los Reyes Magos habían adelantado su llegada para traerle a la Autoridad Palestina mucho más de lo que esta hubiese podido esperar en sus sueños más optimistas: ¡74 000 millones de dólares!
Curiosa filantropía: las anteriores donaciones fueron mayoritariamente reducidas a polvo por los misiles del Estado hebreo (entre otros, durante la destrucción del puerto y del aeropuerto de Gaza, recientemente construidos), mientras que un promedio del 10% de las sumas concedidas fueron sistemáticamente malversadas por ministros de la Autoridad Palestina con fines de enriquecimiento personal.

Con vistas a pasar el cepillo, la Autoridad Palestina había redactado un expediente en el que presentaba toda clase de proyectos en espera de financiamiento: edificación de una nueva ciudad entre Nablus y Yenin, construcción de miles de viviendas sociales, establecimiento de un sistema de seguridad social al estilo occidental, por citar sólo algunos ejemplos. Pero, ni siquiera poniendo por escrito las ideas más irrealizables, logró encontrar cómo llegar a gastar más de 5 600 millones de dólares.

¿Cómo interpretar entonces esta lluvia de dólares? Es que ahora se trata sobre todo de apoyar a la Autoridad Palestina contra el movimiento Hamas, al extremo que una parte de los fondos está oficialmente destinada a garantizar los salarios de los funcionarios de la región de Gaza para que se queden en su casa y se nieguen a ponerse al servicio de Hamas. La Conferencia Internacional de Donantes para el Estado Palestino se convierte así en una maniobra de corrupción a gran escala.

Con esa idea en mente, David de Rothschild –en el papel de protector del Estado de Israel– había recurrido personalmente a los donantes para incitarlos a la generosidad. Y uno de sus ex socios, Francois Perol, ahora secretario general adjunto de la presidencia de la República, seguía la marcha de las operaciones. Queda por averiguar cómo fue posible convencer a los Estados de que debían destinar enormes sumas de dinero al enriquecimiento de aquellos que colaboran con la ocupación israelí sin que tal cosa beneficie los intereses de sus propios países.

Sin embargo, apenas había cesado el centellear de los flashes de los fotógrafos en París, cuando el ejército israelí asesinó en Gaza al jefe de las brigadas de al-Qods (la rama armada de la Yihad Islámica en Palestina) y a su segundo. Lo cual es una manera cruel de hacerle saber al mundo que, visto desde Tel Aviv, el «proceso de paz» no es más que una forma de ganar tiempo.

Jerusalén

En 7 años de mandato presidencial, George W. Bush nunca había viajado a Israel. Su abuelo colaboró con los nazis, su padre fue firme con el Estado hebreo y le costó muy caro el haber organizado la conferencia de Madrid. Pero George W. Bush se convirtió en figura de proa de los sionistas cristianos. Su carta de 2004, en la que reconocía como israelíes los territorios anexados por el Estado Hebreo [9] se considera en el Congreso Judío Mundial como más importante que la Declaración Balfour de 1917, en la que se anuncia la creación del «hogar nacional judío.

En la prensa internacional, la visita de George W. Bush a Israel (del 9 al 11 de enero de 2008) se anunció como la expresión del compromiso personal del presidente de Estados Unidos a llevar adelante el «proceso de Annapolis» antes de dejar la Casa Blanca y a entrar en la Historia como padre del Estado palestino. Esto no es más que una repetición irreflexiva de las notas de los encargados de la propaganda. La propia prensa internacional reportó además el viaje con un tono diferente. Mencionó la turbación de Tel Aviv ante el brusco cambio de la política de Washington hacia Irán y las tonterías del turismo religioso a la basílica de la Natividad y el lago Tiberíades. En realidad, George W. Bush viajó a Israel con el doble objetivo de prestar apoyo a Tel Aviv y de pedirle ayuda.

El 10 de enero de 2008, el presidente de Estados Unidos declaraba en el hotel King David, de Jerusalén: «la ocupación que empezó en 1967 debe terminar. El acuerdo [de paz] debe establecer Palestina como patria del pueblo palestino, al igual que Israel es la tierra del pueblo judío.[Declaración de George W. Bush afirmando que Israel es la tierra del pueblo judío (texto en francés), Réseau Voltaire, 10 de enero de 2008.]]. Aportaba así su apoyo a un sistema de apartheid en el que el Estado palestino no será más que un bantustán, y anulaba toda esperanza de alcanzar una paz global en el Medio Oriente.

El presidente Bush mencionó de paso la necesidad de establecer un mecanismo de indemnización para los refugiados palestinos que se vean privados de sus derechos. Se trata de una idea que ha ido abriéndose paso desde hace varios años y que ya ha dado lugar a complicados cálculos por parte de un grupo de universitarios israelíes, palestinos y europeos que se reúnen en la universidad de Aix-en-Provence, en Francia. Con sorprendente ingenuidad, este grupo de Aix imaginó la creación de una Agencia Internacional dotada de fondos astronómicos para comprar el derecho al retorno –que constituye sin embargo un derecho inalienable, según los tratados internacionales– de los 9 millones de palestinos.

George W. Bush siguió adelante derramando más tarde indecentes lágrimas en el memorial Yad Vashem y declarando que deploraba que la US Air Force no hubiese puesto fin en su momento a «la solución final del problema judío» bombardeando Auschwitz.

La emoción que expresó ante las cámaras de televisión no lo llevó sin embargo decidir devolverle a los familiares de las víctimas el millón y medio de dólares de la Consolidated Silesian Steel Company que él mismo heredó a principios de los años 1980 [10]. Esa herencia (que George W. Bush aceptó, aunque su padre la había rechazado anteriormente) era fruto de los trabajos forzados a los que fueron sometidos los prisioneros de Auschwitz II-Birkenau. Pero sus amigos israelíes estaban tan contentos de sus declaraciones, que pasaron por alto su evidente hipocresía.

Varios días más tarde, al hacer uso de la palabra durante un mitin en Gaza, Ismail Haniyeh, primer ministro del gobierno no reconocido de Hamas, declaró: «Rechazamos la visión de Bush de un Estado de trastienda (…) Rechazamos su negación del derecho de los refugiados al regreso y su posición en lo tocante a Jerusalén. No aceptamos que los 11 000 prisioneros sigan encarcelados y que puedan mantenerse colonias en territorio palestino».

¿Qué esperaba el presidente de Estados Unidos a cambio de su gran show? Que Israel emprenda una iniciativa que refuerce el poder del clan Bush-Cheney en Washington y ponga al grupo Baker-Hamilton en una situación que le impida seguir obstaculizando sus planes. También se han desarrollado reuniones con los responsables de los servicios de seguridad, sin que nada se haya filtrado por el momento.

Una inquietante incógnita se plantea ahora en Washington, como en numerosas cancillerías: ¿En que consistirá la sorpresa?

titre documents joints


Documento preparatorio de la Conferencia de Anapólis que define a «Israel como patria del pueblo judío y Palestina como patria del pueblo palestino».


(PDF - 3.4 Mio)

[1«Washington décrète un an de trêve globale», por Thierry Meyssan, Réseau Voltaire, 3 de diciembre de 2007.

[2«Pourquoi McConnell a-t-il publié le rapport sur l’Iran?», Horizons et débats, 17 de diciembre de 2007.

[3«Iran: intentions et possibilités nucléaires», extraits du NIE, Horizons et débats, 17 de diciembre de 2007.

[5Sobre Israel y el modelo del apartheid, ver L’Effroyable imposture 2, por Thierry Meyssan, Jean-Paul Bertrand éd., 2007.

[6El general Jones está también a cargo de la campaña tendiente a lograr mediante la propaganda lo que Estados Unidos no ha podido obtener por la fuerza: que los demás Estados limiten voluntariamente su consumo de petróleo en nombre del calentamiento climático.

[8«L’Institut Aspen élève les requins du business», Réseau Voltaire, 2 de septiembre de 2004.

[9«Lettre de George W. Bush à Ariel Sharon», Réseau Voltaire, 14 de abril de 2004.

[10«Les Bush et Auschwitz, une longue histoire», Réseau Voltaire, 3 de junio de 2003.