Si yo hubiese sido abogado de León Febres Cordero, como alguno que en determinados ámbitos compara a ese ex presidente con el actual mandatario, le hubiese aconsejado que no procedía jurídicamente pedir consentimiento antes de matar o desaparecer a los hermanos Restrepo.

Si yo fuera aspirante a alcalde de Quito, a diputado, a concejal, a consejero o cualquier otra dignidad por Acuerdo País, trataría de quedar bien en todo con el gobierno para que no deje de apadrinarme, y seguramente le lustraría los zapatos al Presidente y le pediría consentimiento para que me deje hablar.

Si yo fuera un Ministro de Ambiente que defiende los transgénicos, seguramente le pediría consentimiento a las transnacionales de los alimentos para que me digan lo que debo hacer en su beneficio y el de mi bolsillo.

Si yo fuera representante de la banca internacional, exigiría a los gobiernos que me pidan consentimiento para tener políticas soberanas.

Si yo fuera representante de una transnacional minera, exigiría que me pidan consentimiento para hacer una ley que regule la minería.

Si yo fuera una persona que trabajara por construir un proceso de quiebre, de ruptura, o sea de cambio verdadero, no pediría consentimiento a nadie para defender el patrimonio natural en todos los ámbitos. Seguramente apoyaría el consentimiento previo de las comunidades afectadas por la explotación de los recursos, y aprobaría que los sindicatos se organicen por ramas de la producción como ocurre en los países donde el sindicalismo es fuerte, entre otras tantas y tantas cosas.

Si yo fuera asambleísta de una Asamblea Constituyente soberana como la actual, no pediría consentimiento a nadie para actuar de acuerdo a mi conciencia, marcada seguramente por un legado de luchas varias.

Los consentimientos, como las sombras, siempre dependen del lugar donde estemos parados en relación al sol...