Sin embargo, no es este el tema ha analizar, si no el derecho a la memoria , el derecho a recordar a los que ya no están, a los que un día la intolerancia política les negó el derecho a disidir del patrón común, a los que por salirse del marco y pensar en una vida más digna fueron aniquilados por un sistema con afilados dientes que no deja escapar ninguna de sus presas, queda el derecho de la memoria como un exorcismo, como una reivindicación de lo más humano, recordar para no permitir que vuelva a suceder, acabar la hipocresía.

Se presentan dos problemas fundamentales. Por un lado una sociedad permisiva con la lógica asesina, y por otro una sociedad, que por esa misma permisividad, permanece resignada a que las cosas pasen, una sociedad que se niega a mirar sus manos ensangrentadas por siglos de luchas intestinas, que cambian de bandera, pero que parece mantener la extracción de sus victimas, me refiero con esto a que si bien no podría caracterizarse un patrón único de confrontación, si podría afirmarse que la mayoría de las muertos, si no todos, como suele ocurrir en toda guerra, son siempre los mismos, los de abajo.

La historia reciente de Colombia añade una nueva característica a un sector amplio de las victimas del conflicto, identificación ideológica con proyectos de izquierda. El ataque contra este sector se presenta no solo en términos de desapariciones, asesinatos, atentados, si no también con un bombardeo mediático al que parecimos acostumbrarnos, las victimarios encuentran entre la “gente del común” cierta recepción, pues los muertos de la izquierda son buenos muertos, toda vez que son ellos los culpables del desastre de país que tenemos.

Los sindicalistas son los que dejan en banca rota las empresas, las que desangran sus finanzas, y eso parece ser el referente del presidente Uribe cuando se excusa en las pésimas finanzas de ciertas empresas estatales para privatizarlas, es el caso de Telecom, del Seguro Social, el mismo caso de la educación pública, además de esto, la muerte de activistas políticos, como estudiantes, o políticos de profesión, bajo el pretexto de ser miembros de grupos insurgentes, auxiliadores, o simpatizantes. Hemos llegado al caso de asesinar a un joven con retraso mental, y vestirlo de camuflado, como ocurrió hace ya algunos años en Valledupar o asesinar una familia en San José de Apartado a machetazos, duele citar, duele.

El genocidio contra la Unión Patriótica, justificada por el Vicepresidente Francisco Santos, y que continúa hasta nuestros días, con más de tres mil muertos, cobra especial interés porque se actuó con el fin de hacer desaparecer todo un partido, es decir el objetivo era acabar a bala a una colectividad con ideas contrarias al régimen; los desaparecidos del Palacio de Justicia, muertos por que así se “defiende la democracia maestro” como diría Luis Alfonso Plazas Vega Teniente Coronel encargado del operativo, mientras en la televisión , por autorización de la hoy Embajadora en Inglaterra Noemí Sanín y en ese entonces Ministra de Comunicaciones, transmitían un partido de futbol, duele recordar.

Día tras día aumentan las cifras de sindicalistas caídos, de estudiantes amenazados, de desplazados, y nos queda solo la alternativa de recordar, como un ejercicio sanar, o al menos hacer menos dolorosa la herida, para que esos muertos sigan vivos , venciendo así el objetivo de los perpetradores, de los señores de la muerte, que con los cuerpos se fueran las ideas, que con ellos muriera la esperanza, no bastaron las advertencias que hicieran Cepeda o Pardo Leal, no bastaron las muertes de campesinos, las masacres de Fusagasuga, de Mapiripán, las condenas al Estado, no bastaron las muertes de Chacón ni el baño de sangre de Barranca, el derecho a la memoria es el derecho mismo de la vida digna, es el derecho de levantar las banderas por la vida, de exigir y de actuar para que esto no vuelva a ocurrir.

El derecho a la memoria, es el derecho por saber la verdad, porque esa verdad llegue a cada casa y a cada ciudadano, es el derecho porque la sociedad deje de lado la parsimonia, porque se entere que hasta el día de hoy ha sido cómplice con su silencio, para que exijamos entre todos el derecho a la vida, por hacer una memoria viva de la historia real, y en ese punto más que exigir un derecho, corresponde a todos nosotros, construir una nueva realidad , el derecho se hace deber, el deber de recordar, el deber de construir la verdad, tal y como pretendieron hacerlo en su momentos los que hoy no están.

Duele recordar, pero es necesario, que no halla de nuevo ni un minuto de silencio.