La juventud de América Latina vive hoy una realidad que los agobia: marginalidad, exclusión, violencia, falta de trabajo decente y limitación de espacios de participación. La paradoja es que la inversión pública y privada en ellos ha aumentado en los últimos años, y seguirá en aumento, dado el interés por jalonar desarrollo desde dinámicas de libre comercio con una alta participación de la población juvenil.

La contradicción para los cerca de 140 millones de personas entre los 12 y 24 años que habitan el conjunto de países latinoamericanos es compleja: como nunca antes en la historia, la región ha contado con tantos jóvenes, lo que los ubica como una fuerza política y productiva de vital importancia; no obstante, las políticas en materia de educación, empleo y participación juvenil no contrarrestan los problemas que han padecido históricamente.

El reto, en esa perspectiva, lo describe muy bien la Organización Internacional del Trabajo (OIT): “Lo que se haga a favor del trabajo decente y productivo para la juventud tendría repercusiones favorables en el futuro de la democracia, el crecimiento económico, los sistemas de protección social, y un desarrollo que merezca el calificativo de humano en las sociedades de América Latina y el Caribe en la primera mitad del siglo XXI”.

Precisamente, de amenazas y desafíos de la juventud latinoamericana se hablará durante el 38° Período Ordinario de Sesiones de la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA), que se realizará en Medellín, Colombia, entre el 1 y el 3 de junio, y alrededor del cual girarán diversas iniciativas juveniles que buscarán un espacio entre la diplomacia del continente para plantear soluciones concretas a su situación y evitar ser actores pasivos de su propio desarrollo.

Indicadores latinos

De acuerdo con el Informe sobre la Juventud Mundial 2007, divulgado por el Banco Mundial (BM), el gran número de jóvenes que viven en los países en desarrollo ofrece amplias oportunidades al tiempo que plantea riesgos. “Las posibilidades son enormes, pues muchos países tendrán una fuerza de trabajo más extensa y calificada, y un menor número de dependientes. No obstante, estos jóvenes deberán recibir una preparación adecuada que les permita crear y encontrar buenos empleos”, señala el organismo multilateral.

Justo en el tema de la educación, las cifras del BM indican que la tasa de inscripción neta para la escuela primaria en América Latina llegó al 95%, más alto que el promedio global de los países en desarrollo, que se ubicó en el 85%.

Si bien en el tema de cobertura educativa se está avanzando en la dirección apropiada, no ocurre lo mismo con lo referente a la calidad y la orientación de la misma. Edgar Arias, analista de temas educativos latinoamericanos, considera que las políticas educativas existentes en la región apuntan a una formación más técnica, orientada al empleo calificado, relegando a segundo plano la innovación científica y tecnológica.

“¿Entonces, dónde queda, por ejemplo, el acceso equitativo a tecnologías de información y comunicación, la preparación de las mentes y las almas para la innovación? ¿La educación que necesitamos es para soportar un modelo de desarrollo o para potencializar las habilidades de nuestros jóvenes?”, se pregunta Arias.

En cuanto al empleo y al incremento de los ingresos entre los jóvenes, los indicaron advierten que ambos aspectos están en una situación peor hoy en día de lo que estaban hace 15 años, advierte el BM. Tales circunstancias se deben a la falta de una línea de continuidad entre educación y empleo, que no satisface la demanda del sector productivo y de servicios.

Según el BM, que reseña varias encuestas sobre inversión realizadas por este organismo financiero, “más del 20% de todas las empresas de países en desarrollo declaran que uno de los obstáculos importantes o graves que afectan a sus operaciones consiste en la “falta de aptitudes y educación adecuadas de los trabajadores”.

El problema tiene que ver también con la globalización y las nuevas dinámicas comerciales, donde priman los tratados de libre comercio entre las naciones, que si bien ha beneficiado a los jóvenes, los ha convertido en víctimas de este proceso: “Las contracciones en el mercado laboral asociadas con la globalización tienden a afectar primeramente a los jóvenes, pues frecuentemente son ellos los últimos en ser contratados y los primeros en ser despedidos”, resalta este organismo financiero.

Los datos de la OIT al respecto indican que dos de cada tres jóvenes en América Latina trabajan en actividades informales, en las que frecuentemente la remuneración es menor que el salario mínimo y sin la cobertura de la seguridad social. Ellos tienen menos protección social en salud y pensiones que los adultos, y tienen menos niveles de sindicalización. En términos de ingresos, un joven gana el 56% de lo que gana un adulto promedio.

Esa realidad propicia un círculo vicioso, pues la falta de acceso a un empleo decente de los jóvenes contribuye a ahondar la pobreza. “Debido a la pobreza, y a veces por limitaciones sociales y culturales, muchos jóvenes se quedan excluidos del acceso a una educación de calidad, al trabajo decente, a los servicios de salud y otros recursos”, indica el BM.

¿Y Colombia?

Colombia no se escapa a los efectos reseñados por los organismos multilaterales mundiales y regionales. Las dinámicas educativas y laborales de la región se sienten en el país y sus efectos son complejos: profundizan la exclusión, limitan las oportunidades y reproducen la pobreza.

En el ámbito educativo, en particular en el nivel universitario, la situación es compleja para los jóvenes. Una investigación del Centro de Estudios sobre el Desarrollo Económico de la Universidad de los Andes, encontró que en Colombia, sobre una muestra de 780.000 alumnos, pertenecientes a 71 instituciones de todo el país, sólo 45 de cada 100 jóvenes que inician un programa universitario lo terminan, lo que quiere decir que la deserción llega al 55%, impactando la calidad del empleo y, por ende, del ingreso.

A todo ello se le suma la violencia. De acuerdo con el documento El potencial de la juventud: políticas para jóvenes en situación de riesgo en América Latina y el Caribe, elaborado por el BM, en Colombia el homicidio de jóvenes es el más alto en la región: en el país mueren 213 jóvenes por cada 100 mil habitantes, cifra que reduce las expectativas de vida y contrasta, por ejemplo, con Chile, donde ocurren, en promedio, 5,4 crímenes, y muy superior a la tasa de América Latina, que llega a 69 por cada 100 mil habitantes.

Asociado a la violencia aparece el conflicto armado y las actividades del narcotráfico en su cadena productiva, que afecta a los jóvenes, incluidos afrodescendientes e indígenas, en aspectos como el reclutamiento forzado por parte de grupos armados ilegales y el desplazamiento forzado.

Según cifras del Ministerio de Educación, el país tiene 700 mil jóvenes en edad escolar en situación de desplazamiento; de ellos, se han identificado 250 mil niños, niñas y jóvenes registrados en los sistemas de matrícula, tanto públicos como privados, y en su mayoría beneficiados por la gratuidad, lo que deja una amplia población por fuera de escuelas y colegios, lo que dificulta su acceso a trabajos decentes, reduce su participación política y deteriora su calidad de vida.

Hay salidas

El BM sugiere ampliar las oportunidades para los jóvenes, permitiendo el acceso a una escolaridad apropiada y a una vida laboral decente, que subsanen las deficiencias en materia de educación, empleo y participación ciudadana.

Si bien la educación tiene amplia cobertura en la básica primaria, el BM recomienda concentrar los esfuerzos en la educación secundaria superior: “es preciso asignar carácter universal al nivel básico de enseñanza secundaria sin afectar la calidad de la educación en su conjunto y que sea apropiada para la adquisición de aptitudes”.

La OIT, por su parte, apunta que si se quiere reducir la pobreza, ampliar los beneficios que brinda la globalización y brindar a los jóvenes la oportunidad de hacer realidad sus sueños y aspiraciones, “tienen que crearse vías que permitan transformar las oportunidades globales en puestos de trabajo productivos y libremente elegidos por los jóvenes”, recomienda este organismo en el informe Trabajo decente y juventud, un análisis sobre la situación de los jóvenes en América Latina.

Diversos organismos multilaterales, gobiernos nacionales, regionales y locales, así como las organizaciones no gubernamentales y la empresa privada, reconocen los obstáculos que se pueden suscitar si millones de jóvenes en América Latina se marginan del estudio y el trabajo. Por ello, como bien lo dice la OIT, reflexionar sobre el trabajo y la juventud tiene implicaciones sociales, económicas y políticas: “Hacer propuestas para promover trabajo decente y empleos productivos para los jóvenes es optar por fortalecer la democracia, apoyar la cohesión social y contribuir con el crecimiento económico”.

Se espera entonces que en Medellín, durante las sesiones del 38° Período Ordinario de Sesiones de la Asamblea General de la OEA, se promuevan acciones entre los países participantes que estimulen y apoyen a los jóvenes de la región en su formación, a fin de que se constituyan en sólidas estrategias de desarrollo a largo plazo que les den a los jóvenes de América Latina la posibilidad de participar activamente en la generación de políticas sociales y económicas que ayuden a superar la pobreza, la exclusión y la marginalidad.

Fuente
IPC (Colombia)