Hoy les incautan los bienes a los Isaías. Mañana será a Ezequiel, Elías o Job. Si vamos por este camino yo no sé donde vamos a parar. Quién sabe si en un par de semanas confiscan la Universidad Católica. Es el colmo, es un gobierno de mentirosos”, declaró Monseñor Antonio Arregui, Arzobispo de Guayaquil y vocero de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana, en rueda de prensa efectuada en la iglesia de San Francisco.

No es de extrañarse que este prelado salga a defender a banqueros corruptos como los hermanos Isaías, responsables de la quiebra de Filanbanco que hoy viven a cuerpo de rey en Miami, paraíso de los delincuentes de cuello blanco,y decirlo frente a la incautación de bienes por parte de la AGD, pues para nadie es desconocido que Arregui representa el ala de extrema derecha de la Iglesia Católica ecuatoriana y su estrecha cercanía con el Partido Social Cristiano, León Febres Cordero y Jaime Nebot, pues con declaraciones como esta: “La Iglesia Católica ecuatoriana, haciéndose eco del sentir de millones de fieles, rechaza contundentemente las acciones perversas del gobierno, tomadas con miras a establecer un régimen de terror en el país”, no hace más que desconocer las acciones a favor de los pobres que el gobierno de Rafael Correa viene implementando y realiza una campaña abierta a favor del No pues, en contubernio con la partidocracia, banqueros y empresarios que sumieron en la pobreza al Ecuador, ha tratado de desprestigiar a la Asamblea Nacional Constituyente reunida en Montecristi, tratando de que el debate gire en torno a la mención o no de Dios en la Nueva Constitución, los derechos de las minorías sexuales y el aborto. Antonio Arregui, en una clara muestra de intolerancia y de fundamentalismo católico, ha declarado también: "Dios castiga por la homosexualidad, el lesbianismo, la necrofilia y el bestialismo. No saben los padecimientos que les esperan en el infierno. Si la Constitución aprueba los derechos de las minorías sexuales, pues será una Constitución homosexual, lesbiana, necrofílica y además animal." Y cuando varios periodistas le preguntaron si la pedofilia debía ser proscrita en la nueva carta magna, Arregui, se limitó a evadir la pregunta, lo cual demuestra que por la boca muere el pez, como dice el dicho popular.

Fiel a los principios del Opus Dei, Monseñor Arregui, asiduo a los cocteles de los pelucones de la alta sociedad guayaquileña en el Club la Unión, en los eventos sociales de la Junta de Beneficiencia, las Cámaras, la Junta Cívica, el Municipio de Guayaquil, muchos de ellos compadres, compinches y testaferros de la Bancocracia que orquestó el feriado bancario junto con Jamil Mahuad de la Democracia Popular, denosta contra los grupos y movimientos que promueven un cambio democrático progresista y revolucionario.

Al interrogársele, sobre si no pensaba que era una intromisión de la Iglesia en el quehacer político nacional, el mencionado tonsurado expresó: “Es deber de la Iglesia Católica el cuidar del bien. Por esa razón no vamos a permitir que este gobierno continúe incautando el bien, promoviendo el mal y además permitiendo que los gays anden libremente por las calles”.

No es de extrañarse que un cura, miembro de una iglesia cultora de la ostentación y la riqueza, que parece haber olvidado las enseñanzas de Jesucristo, hoy esté defendiendo a los ladrones. De seguro, él hubiera sido el blanco de las críticas de su maestro, quien , si viviera, lo sacaría a fuetazo limpio de la Catedral de Guayaquil y le diría, como en su tiempo les dijo a los fariseos: ¡Sepulcros blanqueados!

El pueblo ecuatoriano, las víctimas del saqueo de los banqueros inescrupulosos como los que ha salido a defender Monseñor Arregui, se alegra de que por fin haya un gobierno como el del señor Presidente Rafael Correa Delgado, un Gobierno con los pantalones bien puestos para tomar acciones como la incautación de los bienes mal habidos por el grupo Isaías y devolverle al pueblo lo que le han robado, pues muy pronto, y no sería de extrañar, muchas sotanas correrán también a buscar refugio en Miami, paraíso de los atracadores, o a ponerse bajo las faldas del Vaticano, paraíso de curas pedófilos, como sucedió en los casos de pedofilia de centenares de párrocos canadienses y norteamericanos.