El 11 de septiembre de este año se cumplen 120 años del fallecimiento de Domingo Faustino Sarmiento, quizás el héroe patrio que mejor permita enlazar la historia argentina.

Había nacido en 1911 y con apenas 16 años tomó la decisión de unirse al ejército del General Paz para luchar contra las montoneras de Facundo Quiroga. En una carta de unos cuantos años después se lo contaría a Mitre “Usted sabe que doy valor a estas bagatelas y necesito tener mi cuartel general, donde están mis compañeros y amigos”. Era pichoncito por aquellos tiempos, no había llegado a la mayoría de edad y ya sabía que entre el blanco y el negro, para jugar al ajedrez prefería las blancas.

Luego de ser Presidente de la Nación y ya como parte del gobierno de Julio Argentino Roca, lograría promover la sanción de la Ley de Educación Común. Esta ley, conocida como la 1.420, estableció la educación primaria gratuita, obligatoria y laica para chicos de 6 a 14 años.

Todos los chicos tendrían el derecho de ir a la escuela primaria y el estado, el deber de brindar su educación. La ley era obligatoria. Todos debían ir a la escuela, todos. Pero todos los considerados educables. Los otros, los no educables -los negros, los indios, los gauchos- no hacían falta.

¿Por qué endilgarle ese título tan pesado de “padre de las aulas”? ¿Por qué adjudicar esos rótulos que sólo pueden ser resguardados a fuerza de golpes y olor a pólvora?

Es justo reconocer sus luchas por la educación y la apertura de más de 800 escuelas en un país casi analfabeto. Pero mientras tanto también escribía que “el niño no tiene derechos ante el maestro, no tiene por sí representación, no es persona según la ley”. Para Sarmiento el niño era menor en un doble sentido: menor de edad y menor en la razón. La escuela permitiría su proceso civilizatorio.

¿Por qué no desnudar a Sarmiento? ¿Por qué no sacarle ese ropaje de bronce? ¿Por qué no descubrir ese cuerpo de mármol inmaculado?

¿Acaso temerán sus aduladores de sorda ceguera que se vean las manchas de sangre de la cabeza degollada del Chacho Peñaloza?

¿Acaso se descubran en su espalda los campos de concentración indígenas que existieron durante su gobierno y que nos cuentan todavía hoy los abuelos mapuches?

¿Acaso se note en sus suelas la tierra rojo sangre del Paraguay? ¿Acaso queden vestigios de esa guerra que siguió hasta su final y que dejó por saldo 400.000 paraguayos muertos?

¿Acaso en sus bolsillos se encuentre algún cheque de un banco de Inglaterra por el agradecimiento a los favores prestados (y por los gauchos muertos)?

Sarmiento tuvo aciertos y errores. Fue un personaje contradictorio. Fue un personaje pasional como afirman sus biógrafos. En sus debates intelectuales y en sus libros planteó la disyuntiva Civilización y Barbarie, pero esa discusión pública la inundó de muerte.

Y ahí se acaban los aciertos y los errores. Ahí los errores son crímenes. Durante el ejercicio de su vida política se diseñaron las más cruentas campañas militares que dejaron cientos de miles de muertos. Su pluma, tan profusa y sensible a contar la historia, no escribió una sola letra que denuncie el genocidio indígena. Pero sí supo aconsejar con aquella consabida recomendación a Mitre: “no ahorre sangre de gaucho que solo sirve para abonar la tierra”

Cien años después, a fines del siglo siguiente, en 1976, aberraciones parecidas serán definidas como excesos. Y quizás es por eso, por las historias y los actores repetidos, que todavía no se pueda discutir abiertamente en las escuelas sobre esta figura que arroja tantas sombras y tanta noche.

Quizás porque aquellas aspiraciones de un país europeo, blanco y granero del mundo todavía sigue sin ver sus sueños cumplidos. A pesar de los asesinatos, de los golpes de estado, del hambre, de la desocupación, los dueños de esa patria de unos pocos todavía no han podido armar el país que querían.

Mientras tanto, acá afuera, en el Gran Buenos Aires, las pieles oscuras, las no educables, las que volvieron a nacer en cuyo, patagonia, en el Chaco o en Paraguay, siguen contándose de a miles.

¿Cuándo se podrá aprehender en las escuelas quién fue Sarmiento?

¿Cuándo podremos preguntarnos si cada chico que muere desnutrido no forma parte de aquél proyecto sarmientino?.

Sociólogo