La idea nació en Suiza en 1992 y a partir de entonces La Linterna Mágica comenzó a expandirse a distintos países de Europa, África y, con la reciente incorporación de Argentina, ya está presente en América.

"Se proyectan nueve films al año, organizadas en tres ciclos: películas para soñar y reír, películas para llorar y películas para tener un poco de miedo", cuenta Andrés Feldman, miembro de A sala llena.

Las actividades del club no empiezan ni terminan con la proyección de la película. Luego de inscribirse a La Linterna Mágica, el chico recibe en su domicilio un sobre a su nombre que contiene la publicación mensual del club. "La revista les adelanta a los chicos detalles puntuales sobre la película que van a ver. Pueden ser cuestiones históricas o cinematográficas", explica Feldman.

Luego, el día de la función, los padres acompañan a los chicos hasta la puerta del auditorio. Sobre esto, Feldman aclara que "los padres no pueden quedarse a la función", ya que "la idea es que los chicos se sientan libres de decir lo que quieran, y la presencia de los padres puede limitarlos". Vale aclarar que tampoco se puede comer ni beber nada en el auditorio. Esto, colabora a que la atención de los niños se centre en las actividades del día.

Allí, el chico se encuentra con sus compañeros del club y comienza la magia. Un actor, que personifica a un sabio, comienza a relatarle al grupo cuestiones sobre la película que ayudan a ir metiéndose en tema. Se entabla un diálogo en el que los niños preguntan y el sabio responde.

Más tarde, se incorpora un segundo actor que interpreta a un espectador ingenuo, que cuestiona al sabio desde la mirada de los niños. Luego se produce una representación teatral que tiene que ver con la temática del film y recién entonces, una vez que se ha introducido a los niños en el mundo de la película escogida, se lleva adelante la proyección.

Hasta ahora, en las tres funciones que se llevaron adelante, los chicos pudieron disfrutar de películas disímiles como El globo rojo y La era de hielo.

Feldman cuenta que la primera película que se pasó fue El Navegante, de Buster Keaton, con una orquesta tocando en vivo. "Así, los chicos no sólo vieron un clásico del cine mudo, sino que también lo experimentaron con música en vivo", explica Feldman.

"Intentamos que el chico se lleve las emociones que le provocó la película y luego las comparta con el padre, la madre o el amigo", explica Andrés y aclara que no se produce ningún debate posterior a la proyección. "La idea es esa: que los chicos descubran emociones y que de a poco vayan decidiendo qué es lo que quieren ver y no que vean sólo lo que tiene más rating", agrega.

El proyecto funciona en todo el mundo de forma similar: se crea una asociación civil sin fines de lucro y se busca capital que lo financie, tanto en el sector privado como en el sector público. Además, se cobra una cuota muy económica a los socios, que en el caso de la Argentina es de 70 pesos anuales.

Feldman explica que "en este momento el proyecto se está financiando principalmente por la cuota anual que pagan los chicos" y agrega que este dinero "no alcanza ni siquiera para cubrir los gastos de publicación y envío de la revista". Por ahora, el Museo de los niños les brinda el espacio, pero les cuesta conseguir apoyo económico.

Así y todo, el club fue declarado de interés cultural por el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y se le otorgó apoyo institucional del INCAA, pero no se ha otorgado apoyo económico al proyecto desde el Estado.

Nota publicada por la agencia ISA (http://www.agenciaisa.com.ar/)