Impresiones sintetizadas de un total de 5 horas de contacto directo con los dos «números uno» de la política rusa. Tres horas con el jefe del gobierno, Vladimir Putin, y dos horas, al día siguiente (11, 12 de septiembre) con el presidente Dimitri Medvedev, en Moscú. Y todo se desarrolló en el marco de un encuentro cara a cara con una treintena de expertos occidentales (el Club de discusión «Valdai»).

Primera impresión: ¿Quién manda en Moscú? Muchos de los presentes trataron de encontrar respuesta a esta pregunta. En lo que me concierne, me pareció que la respuesta reside en el hecho mismo que los dos protagonistas no tuvieran el menor reparo en ponerse al alcance de los mismos interlocutores a muy poco tiempo de intervalo.

Ninguno de los dos evadió nunca ni una sola pregunta. Y, aunque se había explicado que se trataba de una discusión «a puertas cerradas», y que se excluían las citaciones directas, las transcripciones fieles de las preguntas y respuestas se hicieron públicas casi inmediatamente. No afloraron contradicciones ni diferencias entre las dos personas. Se trata de una diarquía muy sólida, basada en una mutua comprensión mutua de larga data, con una división de tareas más bien clara.

Los estilos y la experiencia son diferentes, pero no el tono. Lo más que se puede decir es que el jefe del gobierno, a quien se describe como el hombre de hielo, se mostró incluso más apasionado que el presidente, a quien se pudiera atribuir ahora la designación de sonrisa de acero dada la seca dureza de sus declaraciones.

¿Quién tomó la decisión de responder a la agresión de Saakashvili? Putin dijo que «ningún tanque se habría movido, ningún soldado habría dado ni un paso si la decisión no hubiese sido tomada por el comando supremo». Y Medveded lo confirmó, al día siguiente, al contar detalladamente, hora por hora, los acontecimientos de la noche del 7 al 8 de agosto. «Si en aquel momento Georgia hubiese sido ya miembro de la OTAN, mi decisión no se hubiera diferenciado en nada de la que tomé. Lo único diferente hubiera sido el grado de peligro, que hubiera sido un poco más grande». Y, de hecho, fue Medveded quien pronunció el epitafio definitivo que sella un giro radical en las relaciones entre Rusia y Occidente: «el 8 de agosto representó el fin de nuestras ilusiones de que el mundo se había construido sobre bases justas».

Junto al otro epitafio, que siguió al anuncio, por parte de Putin, del fin de la colaboración con Estados Unidos en la lucha contra el terrorismo internacional: «El 8 de agosto equivale para nosotros al 11 de septiembre de los estadounidenses». Después de haber identificado a ciertos sectores de la administración estadounidense como los promotores de Saakashvili, eso equivale a acusarlos implícitamente de terrorismo.

La actual arquitectura del mundo «no nos satisface». «El sistema unipolar está muerto y el bipolar no tiene perspectivas porque el mundo es multipolar». Sin embargo, ¡ay de quien trate de destruir el derecho internacional!, «porque sin este será imposible construir una nueva arquitectura».

Por consiguiente, los quieran dialogar con Moscú tendrán diálogo. Los que quieran ponernos de nuevo detrás de una cortina de hierro deben saber (respuesta de ambos dirigentes) que la Rusia de hoy y de mañana es lo suficientemente fuerte como para no tenerle miedo a nadie. Sería mejor para todos, sin embargo, salir del error del que no acaban de liberarse algunos sectores de Occidente: «Rusia no es la Unión Soviética». Pero «la crisis con Georgia modificó todo el marco de las relaciones internacionales externas de Rusia». «No podemos seguir soportando…» Sobre ese punto, es mejor no albergar duda alguna.
Por lo tanto, se acabaron las retiradas tácticas y estratégicas de Rusia.

Si Occidente quiere ampliar todavía más las fronteras de la OTAN, tiene que saber que a cada acción corresponderá, eventualmente no en el mismo lugar, una reacción de la misma envergadura. Y que no vengan a decirnos que no tenemos derecho (Putin) a hacer todo lo que podamos para que Ucrania no entre en la OTAN.

¿Por qué no podríamos nosotros hacerlo y decirlo mientras que Estados Unidos, con el apoyo de ciertos europeos, hace todo lo posible por empujar a Ucrania a entrar en la OTAN? ¿Hay alguien que sea capaz de notar la diferencia entre la distancia que hay entre Moscú y Kiev y la que hay entre Moscú y Washington? Además, en Ucrania viven 17 millones de rusos. ¿Cómo reaccionarán? Por lo pronto, parece que a la mayoría de los ucranianos no les agrada la idea, y son ellos los que tienen que decidir.

¿Sanciones? Una sonrisa sarcástica se dibuja en el rostro de Putin: «Ni siquiera los hombres de negocios de ustedes las apoyarían». En ese plano, las respuestas de Rusia pueden resultar bastante dolorosas para quienes se aventuren por ese camino. Además, (Putin) explíquennos por qué al cabo de 34 años el Congreso de Estados Unidos no ha anulado todavía la enmienda Jakson-Vanil (que excluía a la URSS de la categoría de «nación muy favorecida», NdlR). ¿Es esa la manera de tratar a los socios? Tienen que saber que si siguen empujándonos nos vamos volver del otro lado (Putin anunció la inauguración de una terminal del nuevo gasoducto hacia el Pacifico).

Y, sorprendentemente, es también Putin quien recurre a la vieja idea de Gorbatchev: deshacerse de las armas atómicas. Y declara: «Encuentro esa perspectiva muy realista. No es una esperanza de tipo genérico. Me baso en las tecnologías obtenidas en el desarrollo de las armas no nucleares, que permiten a países no nucleares alcanzar un poder de destrucción inaudito. Sobre todo teniendo en cuenta que el peligro de proliferación de las armas nucleares se está extendiendo».

Por consiguiente, diálogo para los que están de acuerdo [con el diálogo], pero en condiciones de paridad y sin rebajar a nadie. «Si Rumania concede pasaportes a los moldavos, ¿por qué no podemos nosotros concederlos a los ciudadanos de Osetia del Sur y de Abjasia?» Rusia no tiene pretensiones territoriales, hacia ninguna región. «Durante los años de mi presidencia (Putin) nunca me reuní con los líderes de Osetia del Sur y de Abjasia e incluso los empujamos siempre hacia Georgia. El reconocimiento de la soberanía de estos (Medvedev) constituye ahora «una condición necesaria y suficiente para su protección» ante otros ataques.

Apreciamos la línea que sigue Sarkozy en nombre de Europa, cuya «presencia en las zonas de fricción» se acoge ahora favorablemente «para evitar nuevas agresiones». Pero, cuidado con los misiles en Polonia y con el radar en la República Checa. «Nos habían dicho que estaban dirigidos contra Irán, pero después de Georgia cambiaron el posicionamiento de tiro y dijeron que estaban adaptados a la nueva situación. Por lo tanto, están dirigidos hacia nosotros, como habíamos dicho desde el principio».

Un marco muy claro que constituye un viraje radical y no improvisado, que venía madurándose desde hace tiempo. Ahora le toca a Europa revisar sus cuentas, dado que Estados Unidos no parece ser capaz de entender.