Las olas del mar llegaban a la playa desde lo más profundo del Océano. El sonido de la espesa agua cobijaba a los bañistas para que se refresquen del intenso calor que caía sobre sus cuerpos. La música salsera que sonaba en los grandes parlantes no fue suficiente para dejar de escuchar esa voz, aquella que timbra todo el día y que incita a endulzar la vida.

A ese vozarrón todos le conocen ahí, porque es el único que tiene esa característica de ganarse la vida. Eso lo comentan los propios habitantes, mientras esperan que el conocido personaje se acerque y les refresque sus gargantas con cientos de naranjas. “Es que no hay más dulce de la que ofrece Corozo. Sabemos que escoge las mejores para vender, por eso acaba, de un solo ‘tiro’, cerca de 300 naranjas diarias, y eso le permite sobrevivir al naranjero de “Las Palmas”, dijo Justo Cuero, un vendedor de cd’s.

Eran las 09h30 de la mañana y el grito característico se acerca, no se logra escuchar claramente lo que dice. Mientras camina con la hielera sobre sus espaldas, ofrece a propios y extraños la fruta preferida que tranquiliza la sed de sus demandantes. Todos le compran, no hay uno que diga no al producto de este popular vendedor que poco a poco se aproxima hacia nosotros. “¡Cómo que no está con sed familia! ¡Venga, observe estas jugositas, solo para usted, para nadie más!”, se logró escuchar mientras estrechaba sus manos con sus posibles compradores.

Llegó el momento de saborear las más jugosas naranjas, para mi era la oportunidad de probar esta admirada fruta, antes lo había hecho pero no con esa ansiedad con que muchos la degustaban. ¡Hola negrito lindo, cómo estás!, le dijo el naranjero a Justo Cuero, el vendedor de Cd`s. Puso la hielera en la arena, abrió la tapa y las famosas estaban ahí: descansaban todas ellas, una más pesada que otra y fácil de ser chupadas porque Corozo les había desvainado su cáscara. ¡A ver familia, solo a 25 ‘latas’ cada una. Todas están gordas y son las únicas que no me piden bajar de peso! manifestó Corozo, quien provocó en los presentes carcajadas de alegría.

Mientras el naranjero jugueteaba con la afilada arma blanca, pensé que era la oportunidad para conversar con él. Saqué de mis bolsillos playeros los únicos cincuenta centavos que cargaba y le pedí que me sirviera dos famosas gordas que lucían tan frescas en la hielera. El jugo caía como vertiente natural, las ganas de chuparlas era inevitable, qué rico…

Luego de pedirme que le grabara todo lo que diga, conversamos:
Tenía catorce años cuando inició su trabajo por las estrechas calles de Esmeraldas, vendía cocadas. La labor empezaba a tempranas horas: a las 06:00 de la mañana enfundaba cientos de alfajores, los empaquetaba en un cartón de plátanos y los cargaba en su vieja bicicleta. Luego de pedalear como un gran varón y dejar correr grandes chorros de sudor por su pequeña frente, a las 06h30 ofrecía los dulces en las paradas de buses interprovinciales, restaurantes, playas y parques de la ciudad. Tenía que vender para comer, actividad que, de no venderse las cocadas, lo recompensaba con de ayudante de cerrajería. Oficio que luego le permitió, luego de 10 años de ventas, dedicarse a la cerrajería como soldador y ser convocado por varias empresas privadas para que realice este trabajo.

Ahora tiene 47 años de edad y hace tres que se dedicó a vender naranjas porque, según él, “hace rato que ya no es negocio vender cocadas y dedicarse a la soldadura. Ahora soy empresario naranjero”. A diferencia de antes, esta vez la actividad empieza la noche anterior: a las 19h00, escoge las mejores naranjas, las más grandes y jugosas, luego las pela hasta que aguante el cuerpo. Desnuda hasta 300 naranjas en la noche. Lo que antes recorría las paradas de los buses y restaurantes, ahora solo lo hace en la playa donde acuden muchos turistas sedientos por la deshidratación que causa el astro Sol.

“Nunca me ha gustado trabajar para los millonarios, yo también tengo mi empresa naranjas. Ellos siempre explotan a la gente que, por necesidad, tienen que servirles. Yo soy de este paraíso de tierra. Trabajaré hasta que mi cuerpo me lo permita y pueda saludar a todos con mi fuerte voz, nada más. Solo un grito humilde pero con dulzura…” dice Jimmy Corozo, el naranjero de “Las Palmas”.

Luego de varios recuerdos, ya no quiso hablar más. Se quitó por un momento las exóticas gafas que lucía para limpiarse unas cuantas lágrimas que habían caído por sus negras mejillas. Discúlpeme caballero, los recuerdos si que matan, mi pana, pero ahí le damos - me dijo con una voz entre cortada-. Se puso de pié, me estrechó su mano en son de despedida y se perdió por la extensa playa gritando: “ ¡Venga que le ofrezco la gorda, la única que no pide adelgazar pero sí chupar. Solo a veinte y cinco centavitos…!”