Pintar la realidad del país en blanco y negro, eso es lo que hacen los grandes medios de comunicación. Según su discurso, existen ciertas normas de “prudencia económica” que un gobierno debe seguir, ciertos parámetros “civilizados” de convivencia y relaciones comerciales y diplomáticas con otros países, ciertas maneras de comportarse frente a los poderes fácticos (la iglesia, los medios, los empresarios y sus gremios). El gobierno actual no respeta ninguna de estas cosas, lo cual lo convierte en peligroso para la “democracia”, en peligroso para la “estabilidad”.

Por ello, lo que existe de parte de estos medios contra el régimen es una guerra declarada. Y así se entienden ciertas instrucciones que reciben los periodistas de importantes diarios de circulación nacional, según hemos podido conocer de fuentes confiables: “sean maliciosos a la hora de cubrir las noticias cuando provienen del gobierno”, les dicen.

Y en esta lógica hasta la mentira es asumida como justa, puesto que como diría Nicolás Maquiavelo en sus consejos a Giuliano de Médicis en 1513 para ser un buen príncipe: “el fin justifica los medios”. Forjar pruebas, pagar a supuestos testigos o denunciantes, desde esta perspectiva, se vuelve lícito.

Se entienden de esta manera la serie de denuncias que han aparecido en las últimas semanas del año 2008. Primero se habló de un supuesto sobreprecio en la compra de pistolas para la Policía, versión que fue desmentida con suficientes y contundentes pruebas por parte de los responsables de la negociación. Sin embargo, ello no implica que la sospecha generada por los medios se haya diluido. Si existe algo que son capaces de construir son ciertas certidumbres sobre la base de versiones no confirmadas, de supuestos o de falsas denuncias.

Los medios logran satanizar o santificar a una persona en cuestión de horas, si operan bajo la lógica del “mimetismo mediático” de la que habla Ignacio Ramonet en su texto “La Tiranía de la Comunicación”, es decir, si todos hablan al mismo tiempo de la misma forma. Un ejemplo claro de esto es lo ocurrido con la imagen del ex presidente León Febres Cordero antes de su muerte y después de su muerte. Si el mote de “dueño del país” fue tan popularizado para referirse al autoritarismo de este personaje, se debió en gran medida a los medios de comunicación, los mismos que ahora, a la muerte de León, y en las actuales circunstancias políticas que vive el país, lo endiosan y lo tratan como la encarnación del guayaquileño “madera de guerrero”; como el buen alcalde, el polémico pero buen administrador, el honesto y tierno ser humano, el amigo y líder popular. Gran cambio de discurso que generó más de una reacción vomitiva en quienes tuvimos que soportar semejante cantaleta, tres veces al día, toda una semana.

En ese mismo sentido se produjeron otros escándalos, como el de la deficiencia en la construcción de las casas del plan “Socio Vivienda”. Escándalo que enfrentó de manera directa a los periodistas Jorge Ortiz y Carlos Vera con el régimen; los unos magnificando el hecho y convirtiendo lo que inicialmente fue un problema de ciertos contratistas y declaraciones algo desatinadas de la Ministra de Vivienda, en todo un problema de corrupción del gobierno. Al menos así se podía concluir al mirar la serie de versiones cada vez más malintencionadas que aparecieron sobre el tema en los reportajes, las entrevistas y los comentarios de periodistas de estos medios.

Y el gobierno, por su parte, respondiendo a las acusaciones con espacios del Estado (que en estricto sentido no son cadenas de televisión) ubicados en pleno noticiario de Carlos Vera, lo que originó una reacción furibunda de otros medios, como el diario El Comercio, que denunció inmediatamente una supuesta violación a la libertad de expresión.

La idea es encontrar un nuevo escándalo cada día, y reproducirlo por todas formas posibles hasta que quede en el ambiente como esas certidumbres mediáticas que aunque son desmentidas con pruebas, jamás podrán volverse mentiras.

La izquierda, el principal blanco mediático


Pero no solo el Gobierno es el blanco de este sutil ataque ideológico-propagandístico, también lo es, y diríamos que con más saña aún, la izquierda revolucionaria. El análisis que en los consejos editoriales de esos medios se hace (así lo dicen las mismas fuentes a las que nos referimos más arriba) es simple: como van las cosas, en el Ecuador solo dos partidos quedarán en pie y se disputarán la hegemonía: el Movimiento PAÍS, del presidente de la república, y el Movimiento Popular Democrático, partido de izquierda que apoyando al gobierno, ha sabido mantener una política coherente con el proyecto de transformaciones revolucionarias que representa y que, en ese sentido, no ha dudado en criticar algunas decisiones y políticas del gobierno, y hasta de organizarle movilizaciones para presionar por que no se afecten los derechos de los trabajadores y los pueblos.

Este partido no solo que se ha mantenido en el escenario político, sino que ha crecido. Y lo mencionamos como constatación de un hecho real. Por eso, en la cabeza de los ideólogos de esos medios de comunicación, este enemigo, el MPD, al parecer es más peligroso aún que el mismo gobierno. Es un partido que puede profundizar el proceso de cambio que se vive actualmente, en perjuicio del sistema del que ellos medran.

Han desplegado, por eso, toda una pesquisa de cada dirigente, tratando de encontrar irregularidades, supuestos abusos. Muestran a esos dirigentes, por más jóvenes que sean, como viejos políticos que manipulan a las masas, los muestran como siniestros personajes, sin escrúpulos, que es necesario no solo dejar de apoyar, sino, quién sabe hasta desaparecerlos. El odio de clase de la oligarquía contra la izquierda llega a extremos de urdir tretas de desprestigio sucias, como las ocurridas durante las elecciones de autoridades de la Universidad Central del Ecuador.

Han revivido, como lo hacen cada cierto período, especialmente preelectoral, ese viejo fantasma creado por la derecha en la universidad y amplificado por estos medios, el del supuesto gobierno de los “chinos” en la Universidad, de un supuesto poder opresor, impuesto con el terror, a fuerza de garrote y manipulación. Mentira que repetida no mil sino millón de veces en todos estos años, ha devenido en cierta verdad entre segmentos importantes de la sociedad. Pero es evidente también que ese viejo argumento cae frente a la evidencia del sentido democrático del último proceso electoral vivido en esta alma mater. Frente a la transparencia del proceso, y frente a la claridad de las propuestas vertidas en el debate. En la universidad Central, si las cosas salen bien, en bien de los universitarios y de los ecuatorianos en general, no ganarán las posiciones autoritarias, derechistas que representa el candidato Samaniego, sino las democráticas y progresistas que representa Franklin Cabascango. Y eso tendrá su significación en la construcción de una universidad en desarrollo, que aporte al cambio del Ecuador.