El capitalismo convierte en mercancía todo lo que toca: el arte no es ajeno a esta realidad. Frente a este hecho, no hay lugar a dudas que en los pueblos dominados surge una estrategia de arte diferente, un arte diferente, un arte contestatario, un arte que cuestiona la realidad social y se vuelve arma de politización de masas; un arte que lo llaman arte popular, cuyas raíces están en el folklore, la historia particular de los pueblos y sintetizan las luchas por la liberación, innovando lenguajes y volviéndose motor de la transformación ideológica.

Muchos grupos de teatro popular, que surgieron en nuestro país en décadas anteriores, han desaparecido o han sido absorbidos por la dinámica del capitalismo. La Asociación de Trabajadores del Teatro (ATT), que impulsó la actividad teatral en los los años 80, surgió como una necesidad de aglutinarse, para no solo reclamar espacios para esta actividad, sino para encauzar nuevos lenguajes teatrales y motivar esta actividad a nivel nacional. En la actualidad, la ATT está prácticamente desaparecida.

Las politicas desarrolladas por el Estado han marcado este proceso, tan es así que en su momento el Banco Central del Ecuador, con su Departamento de Cultura, apadrinó a ciertos grupos que se beneficiaron de ello y rompieron la lucha grupal de la ATT. Por su parte, los grupos, por una falta de orientación política, cayeron en la práctica del clientelismo (buscar auspicios o funciones a costa de lo que sea para ’sobrevivir’). Para los años 90, los grupos impulsan una actividad de carácter particular, muchos de los cuales se manifiestan ’apolíticos’. Surge, entonces, la concepción de estructurar las compañías de teatro con carácter empresarial, con el concepto de que ello permitirá que los actores no solo puedan sobrevivir, sino proyectar una actividad teatral desarrollada en la lógica del mercado de la cultura.

“Todos los actores están haciendo chauchas”


Entrevista a Víctor Hugo Gallegos, actor y director de Teatro, ex profesor de la escuela de Teatro de la Universidad Central.

“Evidentemente, los tiempos han cambiado y también la sociedad. El teatro se creía que si era popular tenía que estar comprometido políticamente, que no tenía que cobrar y que no debía tener nada relacionado con el ámbito comercial... Aquello era difícil de sostener: la propia historia se ha encargado de mostrar que para sobrevivir en la realización del trabajo teatral artístico cualquiera que fuere, necesitamos estar vinculados a través del ’maldito’ dinero y que necesitamos, también, financiamiento; hecho que es innegable y absolutamente objetivo en el mundo entero. La cultura y el arte están resueltos por el mercado; desgraciadamente tenemos que hablar del mercado de la cultura del arte; el arte ha alcanzado libertades tremendas para la creación, pero tiene, históricamente, un concreto que le redefine, que es el hecho de pensarse el arte y la cultura en general entre la problemática del mercado...”

- En el momento actual, ¿crees que el movimiento teatral ecuatoriano se enrumba con mucha más fuerza en el plano comercial?

 No creo que esté pasando eso, porque en el plano comercial – empresarial tenemos muchas dificultades para insertarnos: el teatro, lamentablemente, en la gran mayoría de hacedores en nuestro país, en nuestra ciudad, está resolviéndose a nivel de lo que mestizamente llamamos “la chaucha”. Todos los actores están haciendo chauchas para poder sobrevivir, para que su arte sobreviva y ellos con su arte; esto es gravísimo.

- ¿Las obras que últimamente se han presentado en el contexto nacional tienen una perspectiva político – social?

 Yo creo que sí. El hecho de que no estemos directamente nombrando o haciendo la deixis de lo político a lo interior de las obras de arte, no significa que no la estemos tomado en cuenta y vinculándolo a las obras; tal vez lo que esté desapareciendo es el panfletarismo, de lo cual yo me alegro mucho, porque ya no es tiempo de seguir haciendo -nunca fue tampoco- tiempo de hacer propaganda política exclusivamente, so pretexto de creación artística. El gritar “¡viva la revolución!” al filo de un escenario es bien fácil; son otras las tareas culturales y son otras las tareas políticas que, evidentemente, van a tener un vínculo dialéctico; eso es un hecho. Creo que obras como las que hace el grupo “Contra viento”, las mismas obras que hace Beatriz Vergara desde una perspectiva pequeño burguesa en “Ser o no Cero”; el trabajo con un grandeza artística y artesanal de “La Espada de Madera”, hacen y tienen implicaciones muy importantes dentro de lo que es una visualización de una sociedad como la nuestra en todos los ámbitos de la vida; ahí no vemos claramente cómo estamos fritos en la corrupción, cómo estamos fritos en los problemas del amor, cómo estamos fritos o qué perspectivas de salvación de la existencia tenemos; en los líos de la esperanza, de la transformación, del cambio, no quiero usar la palabra ’revolución’ así muy fácilmente, sino cómo queremos que esta sociedad cambie; es decir, empiezan a toparse temas que antes no se topaban porque parecían insignificantes frente a la grandeza de la revolución y pensábamos que ese comprometimiento determinaba lo popular en el arte... Creo que lo comprometido ya no es exclusivamente panfletario.