Leo en el internet: “En el futuro, el libro desaparecerá a manos de la tecnología”. Un impulso me hace hurgar en mi biblioteca, quizá para constatar que aun allí están los libros, mis viejos amigos.

Mi romance con los libros empezó en la escuela primaria. Con cuanta expectativa esperaba que nos entregaran la lista de útiles escolares. Aún conservo en mi olfato el olor fresco del papel, de los libros: Coquito, Caritas Alegres y por Otros Senderos, recién impresos.

La novela Huasipungo de Jorge Icaza, (regalo de mi madre) fue el primer libro que leí a la edad de 11 años. Al leer la explotación del indio ecuatoriano a manos de la iglesia católica, los terratenientes, el poder militar y gubernamental, decidí que los combatiría toda la vida.

En la década de los 80, no había televisión, ni internet, ni cibercafés. Mientras estudiaba la secundaria en el Colegio Nacional Saquisilí, la radio con su música me acompañaba (de ahí mi vicio de leer con la radio encendida) mientras leía María de Jorge Isacs, Nana de Emile Zolá, La dama de las Camelias de Alejandro Dumas y otros clásicos de la Literatura Universal, además de los autores del grupo de Guayaquil, el poeta César Dávila Andrade con su poesía de denuncia social: Boletín y elegía de las mitas, al trujillano César Vallejo con sus poesías: “Setiembre” e “Idilio muerto”, la literatura de la generación de los decapitados como Pablo Palacio y su Dévora o un hombre muerto a puntapiés. El diario del Che en Bolivia, fue una revelación que la leí de un tirónen una noche y aún hoy, de vez en cuando vuelvo a sus páginas para reencontrarme con Ernesto Guevara de la Cerna.

Andando la vida me fui a la capital del Ecuador a estudiar Psicología Clínica. En la biblioteca de la Pontificia Universidad Católica me encontré, a más de los Psicoanalistas Sigmund Freud y Jacques Emile Lacan, el norteamericano Henry Miller son sus trópicos y crucificciones rosadas, El Principito de Saint Exupery, con la literatura de autores latinoamericanos de proyección universal como: Cien años de soledad, Ojos de perro azul, El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez, Sobre héroes y tumbas y Abadón el exterminador de Ernesto Sábato, El beso de la mujer araña y Boquitas pintadas de Manuel Puig, los cuentos y la novela Rayuela, del argentino Julio Cortázar, la poesía del uruguayo Mario Benedetti, Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano, la literatura de Mario Vargas Llosa (antes de que fuera candidato por la derecha peruana y escribiera por encargo), Alfredo Brice Echeanique y su Octavia de Cádiz, La extraña vida de Martín Romaña y Un mundo para Julius, Destinitos fatales, de Andrés Caicedo, entre otros.

De la literatura escrita por mujeres nombraré: Incesto de la francesa Anaís Nín, La casa de los espíritus y los“Cuentos de Eva Luna de Isabel Allende, Arráncame la vida de Angeles Mastreta, Nosotras que nos queremos tanto de Marcela Serrano, Como agua para chocolate y Afrodita de Laura Esquivel.

En fin, la lista es larga. Muchos de los libros han sido comprados, regalados o hurtados. Algunos están dedicados por autores y amigos escritores como: las escritoras ecuatorianas: Consuelo Yánez Cosío, Gabriela Alemán y Lucrecia Maldonado, los poetas tzántsicos Raúl Arias y Alfonso Murriagui, poemas de Bruno Pino y Héctor Cisneros, publicados en la revista de la Pedrada Zurda.

Allí en mi biblioteca, mis viejos amigos los libros, esperan impasibles que los vuelva a visitar. Una que otra tarde, se alegran cuando les presento algún nuevo ‘amigo rojo’ los que se suma (literatura subversiva dicen los sostenedores del sistema), pues ando en la tarea de educarme y reafirmar mi convicción política de izquierda revolucionaria.

Sería una tragedia para el mundo que el libro desapareciera, a pesar de lo que dicen los ecologistas: que así se preservarían millones de árboles y miles de bosques. Sería imposible un mundo sin los libros, la humanidad simplemente no lo soportaría.