Un nuevo proceso electoral se inicia en el país. Y aunque mirando la historia social desde la dialéctica, esté claro que las reales transformaciones revolucionarias no llegarán por ese camino, es obvio que este proceso constituye un nuevo escenario de lucha política entre lo viejo y lo nuevo, entre lo caduco y lo progresista, y en ese plano es un escenario nada despreciable para ganarle espacios al poder oligárquico, para crecer y avanzar en la conquista de una Patria Nueva, que abra las puertas a la sociedad de los trabajadores, la sociedad socialista.

La inscripción de las candidaturas a las diversas dignidades, y la actual coyuntura política, dejan hasta ahora la siguiente lectura: la tendencia democrática, patriótica, progresista y de izquierda triunfará y se afirmará en el Ecuador, y ello constituye algo importante para los pueblos de este país. Porque grave sería que esta tendencia se vea afectada, desacumule, se detenga, y hasta retroceda; eso sería consecuencia no solo del trabajo de los enemigos del cambio, es decir, de la oligarquía y el imperialismo, sino también de algunos sectores confundidos de la tendencia, sectores que leen mal la realidad del país, que no alcanzan a ver más allá de sus mezquinos intereses particulares o de grupo.

Estos dos oponentes enfrenta el proceso de cambio. El primero por supuesto será siempre el crucial, es el enemigo natural de los pueblos, pero el segundo no deja de ser importante. Es más, al interior de las fuerzas de la tendencia que está con el cambio, se producirá una intensa lucha ideológica y política, pues se juegan dos posibilidades: que el proyecto se quede en un simple reformismo y máximo en un desarrollismo de tipo cepalino, o que se radicalice y por tanto se profundice en beneficio de los trabajadores y los pueblos.

El voto se constituye entonces, para los ecuatorianos, en un instrumento de definiciones en el plano ideológico. Si hace más de una década las circunstancias de la conciencia en las masas determinaban que las alternativas progresista y de izquierda no se miren como factibles, como realizables, y por tanto la derecha gane con cierta olgura, ahora existe un escenario en que las posiciones de la derecha están en malas condiciones, mientras que aquellas que hablan de soberanía, de democracia, de derechos colectivos son las ganadoras. Pero al interior de esa gran tendencia ganadora hay una disputa elevada en el plano ideológico: dentro de ella existen sectores más cercanos o comprometidos con el pasado, con el viejo sistema, y posiciones que buscan renovarlo todo, de manera profunda, a favor de los más humildes, de quienes generan la riqueza. Es una disputa por crecer al interior de la tendencia, pero en el plano de la confrontación de ideas, de propuestas, de trayectorias, de consecuencia con los más caros anhelos de los pueblos.

Las cartas están echadas: al elector le corresponde no equivocarse. Apostarle a la radicalización del proyecto, a conquistarlo todo, no solo pequeños espacios. A avanzar a saltos, y no lentamente.