Quienes piensan que la novela policial es un género menor, que sólo es distracción para héroes frustrados, convertidos por la impotencia del destino en meros lectores, están muy, pero muy equivocados.

En este género, el arte narrativo condensa la intriga, el suspenso y el misterio en un complejo juego intelectual, en donde la lógica y el razonamiento cumplen un papel esencial.

Arsenio Dupin y el orangután asesino


La atormentada, pero lúcida genialidad de Edgar Allan Poe (1809 – 1849), escribió en 1841 Los crímenes de la calle Morgue, relato que estableció las bases teóricas de lo que después se conocería como la novela policial ‘problema’ o ‘enigma’: un misterio de apariencia compleja es resuelto por un detective mediante el análisis de los hechos; una muerte, un asesinato o una desaparición son el eje central del relato; el suspenso y la intriga de la narración apuntan al esclarecimiento del problema o enigma.

En este inolvidable cuento, el escritor norteamericano creó, también, al primer detective de ficción: Arsenio Dupin, quien vive en la mente de miles de lectores, fascinados por su actuación en el singular caso del orangután asesino, que, navaja en mano, degolló a madame L’Espanaye… y también al tedio literario…

Después de Los crímenes de la calle Morgue, el E. A. Poe escribió El misterio de Mari Roget y La carta robada, cuentos que cristalizaron este género literario : “Poe no quería que el género policial fuera un género realista, quería que fuera un género intelectual, un género fantástico si ustedes quieren, pero un género fantástico de la inteligencia, no de la imaginación solamente; de ambas cosas desde luego, pero sobre todo de la inteligencia”, señala al respecto, otro genio de la literatura universal: Jorge Luis Borges.

La industria del crimen


A mediados del siglo XIX, las condiciones económicas y sociales avizoraban el desarrollo de este género: “Era el apogeo de la revolución industrial; empezaron a aparecer las primeras metrópolis, lo que originó hacinamiento y crecimiento demográfico atrofiado, circunstancias que elevaron y diversificaron el crimen… Por supuesto, estas circunstancias apresuraron la creación de los cuerpos de policías y todo su desarrollo organizativo e investigativo”, sostiene el crítico Tomas Narcejac.

La novela policial ‘problema’ tendría su apogeo especialmente en Inglaterra y se popularizó hasta las primeras décadas del siglo XX. Su máximo exponente fue el inglés Arthur Conan Doyle (1859 – 1930), creador del más famoso detective de todos los tiempos y uno de los personajes de ficción más conocidos en el mundo entero: Sherlock Holmes.

¿Cómo definir a este género?


Parece un jeroglífico. Una sutil partida de ajedrez. Un problema de álgebra. Un baile de disfraces… Como dirían los más connotados eruditos: “Todas las definiciones le convienen, pero ninguna le basta” (aquí también está incluida la sentencia que Máximo Gorki dio al respecto: “es el alimento preferido del burgués”)…

La mejor definición, no obstante, está en las sensaciones que provoca este tipo de literatura en cada uno de nosotros. Leer a E. A Poe, a Wilkie Collins, a Arthur Conan Doyle, a Jonh Dickson Carr, a Agatha Christie, a Ellery Queen, a Gilbert Chesterton, entre otros insuperables representantes de la novela ‘problema’ o ‘enigma’, es descifrar el código de la lógica y el sentido común; es poner jaque mate a la mediocridad intelectual; es resolver matemáticamente una ecuación sobrenatural o metafísica; es reconocer por el brillo de los ojos, el tono de la voz o el movimiento de las manos, al más ingenioso enmascarado… Es, en definitiva, acompañar el proceso de exigencia mental, juego deductivo y creatividad artística del autor, con nuestra capacidad de análisis y de imaginación.

Al leer este género literario, ¿cuántas veces hemos sentido deseos de palmear los hombros de SherlocK Holmes (héroe de Conan Doyle), de Hércules Poirot (el sagaz detective de Agatha Christie) o del Padre Brown (el afable protagonista de Chesterton), por lograr resolver un extraordinario misterio, a todas luces imposible de hacerlo? ¿Cuántas veces hemos sentido el deseo de que ellos palmeen nuestros hombros, por haberlos acompañarlos, dignamente, en una irrepetible aventura detectivesca?