Por: Verónica Díaz

Oscureció pronto, la luna daba sus primeras señales, sabía que mamá no llegaría temprano porque era viernes y debía trabajar. Algunos compañeros de clase dicen que sólo mi mamá trabaja los viernes; yo sé que no es así, que sólo quieren molestar. El Pancho también trabaja toda la semana las noches y el día pasa durmiendo. ¡Mejor!, es malo y le pega a mi mamá. Yo desde chiquita le tengo medio, a veces le digo a mi mamá que le deje, pero ella dice que él mantiene la casa y que sino el Jorgito, la Wilma y yo no tendríamos ni qué comer.

“La luna estaba brillando, redondita, miraba y pensaba en el Luis. Esa mañana me regaló una tarjeta en forma de corazón que él mismo hizo con una hoja del cuaderno de Biología. Soñaba con que se me declare, pero es tan tímido que no se atreve. De repente azotaron la puerta: era el Pancho borracho. Ese viernes no trabajaba, ¡qué sería! Me pidió la comida y me fui a prender la cocina, estaba meciendo la sopa y sentí un apretón por atrás, le dije que se quite, que se vaya a sentar, que ya le daba la sopa. Tiró la olla -casi me quema-, me agarró del brazo; yo empecé a llorar del susto y del dolor. Estaba solita, mis hermanos se fueron a la casa de la tía Rita y no iban a venir, mi mamá llegaba a la madrugada, yo sabía que nadie me iba a salvar. Vi el diablo en sus ojos, parecía que echaba fuego, me miraba de arriba abajo, sacó la lengua y me lamió las mejillas y el cuello. Yo gritaba de asco, trataba de empujarle, de salir corriendo y me dio un puñete en el ojo. No podía zafarme, se me montó. Yo gritaba y lloraba con desesperación. Le arañé la cara y fue peor: me dio dos chirlazos, me pateó en la barriga, pensé que iba a morir. Pero no morí, estoy viva y cada vez recuerdo a ese puerco besando mi cuerpo, tocándome… No puedo más...”

“La víctima de hoy es verdugo de mañana”, sostiene Linares basándose en lo que Maturana (1996) llamaba “los animales amorosos”, que es como define a los seres humanos y al amor como su máxima definición, aunque afirma, que “si somos amorosos también nos hemos convertido en animales maltratantes y los delitos sexuales como la violación, el acoso, el estupro han resquebrajado su dinámica amorosa”. En este sentido, los delitos sexuales intrafamiliares están inscritos en relacionamientos disfuncionales de estas familias.

Acorde al monitoreo de prensa realizado en el periódico EXTRA, durante el período de agosto a octubre 2008, el 79% de los abusadores sexuales son familiares cercanos a las víctimas, por lo que podemos entender que la familia completa sufre una ruptura, difícil de conciliar.

Este drama se ve reflejado en la actitud de varias familias, quienes al acercarse a solicitar ayuda en un caso de delito sexual manifiestan su temor cuando son invitadas a denunciar y se muestran confusas e indecisas sobre quién va a hacerlo, pues dentro de su contexto familiar tendrá que recibir el embate de otro de sus miembros, que ven en la víctima (al ponerlos en evidencia) la culpable del descalabro familiar. Esta situación aumenta el sentimiento de culpa de la víctima, que piensa: “de gana dije nada, todo es mi culpa, Debí quedarme callada...” En las mujeres acosadas y/o abusadas sexualmente es común que tiendan siempre a guardar una sensación de culpabilidad generada por la carga social y cultural que, ante estos hechos, ve a la mujer como una "provocadora".

Debemos recordar que los delitos sexuales, sobre todo en los niños/as y adolescentes, les han hecho perder la confianza en el mundo adulto, ya que aquellas figuras que supuestamente debían protegerlas y cuidarlas les han fallado. Así, el proceso de denuncia de un delito sexual debería contemplar el cuidado necesario para evitar la revictimización, en donde el resto de la familia sea involucrado, procurando un cuidado de los y las agredidas, puesto que para ellas la palabra denuncia les enfrenta a hacer público su experiencia privada, les obliga a mostrar ante extraños sus dolores, sus “vergüenzas”.

Las víctimas violencia sexual, varones o mujeres, sufren de tensión nerviosa, irritabilidad y ansiedad, que a menudo pueden estar acompañados de depresión, insomnios y otros trastornos psicosomáticos como jaquecas, problemas digestivos, cutáneos. También pueden sentirse enojad@s, frustra@s, sin esperanza, desconcertad@s por no saber cómo detener lo que esta pasando, inconformes consigo mism@s, con temor al que dirán.

El acoso sexual dificulta el desempeño de las funciones y la satisfacción de llevarlas a cabo. Si la víctima informa del incidente o rechaza acceder, el acosador dispone muchas veces del poder de afectar sus condiciones de vida. Frente a esta problemática el Centro Ecuatoriano para la Promoción y Acción de la Mujer- CEPAM, en el marco de la ejecución del proyecto “Fortalecimiento del acceso a la justicia y ejercicio de ciudadanía, por una vida libre de violencia para jóvenes y mujeres de Quito”, querealiza en la comunidad de Guápulo, ha emprendido una campaña que estimula al empoderamiento de las mujeres, niños, niñas y jóvenes, con el fin de que no teman a la denuncia. El proceso de tratamiento a las víctimas de violencia sexual está a cargo de una abogada, una psicóloga y una trabajadora social, cuya titánica labor es “restaurar” la autoestima de la víctima como sujeto de derecho y “devolverle” la seguridad en su entorno inmediato, invitando a la familia a generar confianza, haciendo énfasis en la protección a la víctima.

Este proyecto está en marcha desde enero de este año, la atención integral del departamento jurídico y psicológico tiene un costo mínimo, que se ajusta a los ingresos de las víctimas, cuyo monto máximo es de $10 (diez dólares). Dicho proyecto barrial pretende generar espacios vivenciales y teóricos para reflexionar y proponer formas de acceder a una vida comunitaria libre de violencia (violencia física, psicológica, sexual, económica, ideológica, etc.), mediante la implementación de talleres- charlas cuyo fin último es el ejercicio de la ciudadanía basado en los derechos humanos y la equidad de género.

Conductas que pueden evidenciar acoso sexual, si se producen regularmente:
 Al mirar lascivamente.
 Al mostrar pornografía o fotos sexistas o graffiti, (eso incluye escribir cosas como "Carmen es una puta" en un escritorio o en las paredes del baño).
 Al invadir el espacio personal de una persona, (como un/a maestro/a que se para demasiado cerca a un/a alumno/a de una manera que le hace sentir incomodo/a).
 Al presionar a alguien para salir en una cita pidiéndole sexo.
 Al frotar morbosamente el cuerpo de otra persona.
 Al contar chistes o historias sexuales que denigren al sexo contrario.