Para un académico de fuste como el señor presidente de la República, Rafael Correa, no será extraño el término “mafia”.

Mafia significa: organización criminal clandestina. ¿Quiso el Presidente realmente llamar criminales a los dirigentes de la UNE, a cuyo último Congreso Nacional asistió en calidad de invitado de honor?

Si equivocó el término, al Presidente seguramente no le iría bien en las pruebas que su Ministro de Educación impone a los maestros. Pero si lo dijo con plena conciencia, el problema es serio: está cometiendo una penosa injusticia contra quienes los ecuatorianos guardan un profundo cariño y respeto.

Generaciones enteras de compatriotas se han educado con los maestros de ese magisterio al que Correa llama “mafia”. Compatriotas que desde diversos espacios han construido con sacrificio, ingenio y capacidad, el Ecuador que hoy tenemos; que han peleado a lo largo de estos casi 30 años de “larga y oscura noche neoliberal”, por defender la soberanía nacional, los derechos de los trabajadores y los pueblos, por construir una propuesta de cambio revolucionario, mientras el señor Presidente, meritoriamente, estudiaba becado en universidades europeas y norteamericanas.

Por otro lado, si existe un antónimo claro de “mafia”, ese es: “izquierda revolucionaria”. Es la izquierda revolucionaria la que ha venido forjando la conciencia política de cambio de la que supuestamente es partidario el Presidente. Es la que no solo ha impulsado ese cambio desde el discurso, sino desde la práctica, y que a veces le ha costado las vidas de muchos valiosos dirigentes, hijos del pueblo, referentes latinoamericanos.

Son, desde todo punto de vista, condenables los calificativos del Presidente al magisterio nacional, porque llevan implícito un peligro más grave y rechazable aún: el hecho de que en un gobierno democrático se use la amenaza, el miedo y la fuerza de la represión para imponer su voluntad, recurriendo a la vieja práctica de la derecha.

No se puede ser tan ligero a la hora de hacer política, aún más, no se puede hacer política de manera visceral, caprichosa. El Ecuador debe cambiar, lo sabemos, pero ese cambio tiene que ser hecho por los protagonistas de la historia: los trabajadores y los pueblos, no por una sola persona, por más líder o caudillo que se crea, por más PHD en economía que se sea.

Es necesario que la crisis política originada alrededor del tema de la evaluación docente se resuelva deponiendo actitudes vanidosas y autoritarias, tendiendo puentes sinceros para el dialogo, proponiéndose, en la práctica y no solo en las palabras, trabajar en conjunto con los actores del hecho educativo. Es necesario construir una propuesta integral de cambio en la educación, y como parte de ésta, un proceso de mejoramiento de la calidad de los docentes, que implique tratarlos como sujetos del cambio, no como objetos desechables.

La UNE continúa movilizada y firme, y es lo menos que los ecuatorianos podemos esperar de nuestros maestros que lo primero que siempre practicaron y nos enseñaron es la dignidad. No se puede sino ser solidario con quienes han sufrido injustamente los vejámenes de un gobierno que tiene entre sus principales funcionarios a tecnócratas que nunca pasaron por una aula fiscal, que no conocieron nunca los calores sofocantes de los techos de zinc de sus aulas, o el frío intenso cuando esas aulas no tenían techo. Solidaridad con esos dignos y valientes ecuatorianos. Sabemos que la Patria Nueva y el Socialismo serán los que justifiquen al final tanto sacrificio y tanto esfuerzo. ¡Adelante!