La difusión de la Teoría de la Evolución por el mecanismo de selección natural que fuera formulada por Charles Darwin en 1858, ejerció una fuerte influencia en las ciencias naturales, pero también sirvió para que algunos teóricos burgueses de Inglaterra y de otros países de Europa adoptaran los conceptos de la flamante teoría como el soporte ideológico para justificar el sistema económico vigente en esa época y sus implicaciones sociales.

En efecto, cuando se difundieron y malinterpretaron las premisas de la teoría darwiniana clásica, con extrema ligereza y mala fe se aplicaron dichos conceptos a la interpretación de los fenómenos sociales y políticos. Sin ningún pudor se llegó a afirmar que el éxito económico de unos se debía a que eran los más aptos para enfrentar la “lucha por la vida”. En cambio los otros eran los “menos aptos” y por lo tanto estaban condenados a la marginación de la sociedad y a su eliminación por selección natural. Así se otorgó el estatus de teoría sociológica al darwinismo original con propósitos ideológico-políticos. En ese marco conceptual se interpretó la existencia de clases sociales y el sistema capitalista como el sistema que acataba estrictamente las premisas de la teoría de la evolución. Nacía el darwinismo social o socialdarwinismo.

La corriente socialdarwinista llegó a sostener de manera arrogante que el sistema económico vigente era el resultado natural e inevitable de las leyes de la biología, por lo mismo debía ser aceptado sin objeción; exaltaba las bondades del sistema capitalista y lo explicaba en el marco del determinismo biológico. Empero, aquella seudoteoría no resistió por mucho tiempo el análisis de las ciencias sociales. Pronto se descubrió la trampa que subyace en el socialdarwinismo. Se reveló el error reduccionista en que incurrió al extrapolar en forma mecánica los conceptos de las ciencias biológicas al desenvolvimiento de las sociedades humanas; por lo mismo, se denunció al socialdarwnismo por utilizar la ciencia para fines políticos.

La historia reciente registra nuevos intentos de revivir el socialdarwinismo a través de la sociobiología, cuyo principal exponente es Edward O. Wilson: "En sentido darwiniano, el organismo no vive por sí mismo. Su función primordial ni siquiera es reproducir otros organismos; reproduce genes y sirve para su transporte temporal. El organismo individual es sólo un vehículo, parte de un complicado mecanismo para conservarlos y propagarlos con la mínima perturbación bioquímica" (Wilson, 1980). "Un solo gen parece ser el responsable del éxito y auge en el status; puede concentrarse en las clases socioeconómicamente superiores", Dahlberg (citado por E. Wilson, 1980).

De ahí que no resultan extrañas tesis como las siguientes: "La sociedad capitalista es una meritocracia genéticamente determinada, la riqueza y la posición social son función directa de la inteligencia(...) el desempleo se hereda de la misma forma que la mala dentadura". "La ampliación de un negocio está regida por la supervivencia del más apto(...) por obra de una ley natural y divina", J. Rockefeller. (The Ann Arbor Science for the People, 1982). Estas tesis seudocientíficas se convirtieron en el soporte para las acciones humanas y de un sistema económico que ha devenido en el "capitalismo salvaje” que se pretende perennizar mediante recetarios neoliberales.

Por cierto, el espíritu que subyace en el darwinismo social no es nuevo, pues ya se hallaba presente en las antiguas formulaciones del viejo determinismo biológico de ciertos filósofos como Thomas Hobbes, en su célebre sentencia: "el hombre es el lobo del hombre", o Herbert Spencer, quien concibió la tesis de “la supervivencia de los más eficientes en la lucha por la vida” y describió el desarrollo de las instituciones humanas como historias en las cuales "uñas y dientes se tiñen de sangre".

continuará.....