Entonces se entrega a un apasionado repaso de los hechos y las circunstancias que la llevaron a cantar y también a componer tangos sin renunciar a su pasado de muchacha punk. Reciente ganador del Gardel al Mejor Álbum Femenino de Tango, su CD Celos (B.M.V.) se editó luego en DVD con el registro de la noche de junio de 2006 en la que Celeste desplegó su vena tanguera sobre el escenario del Centro Cultural Torcuato Tasso. Dice Carballo: «El DVD desarrolla la idea del disco. Tiene más opciones, por ejemplo el remix que hizo Romina Cohn de “Un tango desnuda”. Hay otro remix, el de “Preludio para el año 3001”, en el que hice un video-danza, una rama de las artes audiovisuales que me gusta mucho. Celos tiene la impronta de cada uno de los músicos: Franco Polimeni (piano), Paul Dourge (bajo), Juanito Moro (batería) y Federico Vázquez (bandoneón). No es un disco mío: es de todos los que participamos en el proyecto, desde el director Galel Maidana hasta los camarógrafos”.

–¿Cómo fue ese recital en el Tasso que terminó editado en DVD?

–En realidad fue un ciclo que hicimos todos los jueves de junio, en 2006. Y cada jueves la respuesta de la gente era mayor. El show también iba subiendo en intensidad emocional y calidad musical. En un momento, se nos venía el último jueves y se terminaba el proyecto. Y yo iba a volver a mi repertorio de siempre: blues, canciones, rock and roll. Pero bueno, yo tenía una propuesta de una persona que quería producirme desde hacía un tiempo. Entonces decidí tomarla para este proyecto. Por eso pude armar todo en apenas una semana: cinco cámaras, grúas, directores. O sea, montamos un pequeño set de televisión en el Tasso, grabamos en forma digital con dos computadoras. Y después hicimos un desarrollo de casi un año y medio. Aparte de la edición, seguimos buscando imágenes de la ciudad para sumar a la filmación del recital. Nos tomamos nuestros seis, siete meses para salir a filmar. Mucho tiempo, con mucha paciencia, para lograr lo que queríamos. Acompañé al cameraman y al equipo. Algunas de las tomas las hice yo.

–¿Y en qué lugares inesperados descubriste “tango”?

–Es que en Buenos Aires encontrás tango en cualquier lugar donde pongas una cámara. ¡En todos lados hay tango! Estuvimos en La Boca, claro. Pero en un momento nos había agarrado un embotellamiento de media hora en la esquina de Corrientes y el pasaje Discépolo. No me podía mover, tenía la súper cámara en el auto y aproveché: son tomas artesanales, están buenísimas. Después nos tomamos casi un año para dejar que el material madurase, para elaborar bien dónde íbamos a incorporar cada imagen: con qué ritmo, con qué plano. Está todo hecho muy cuidadosamente, no hay nada pegado al azar. Trabajé con Axel Elizondo, el editor, que hizo varias cosas en cine. Tiene una mirada muy inteligente, pero aparte él también es músico. Por eso en el DVD todo lo que se ve está relacionado con los ritmos.

–En lo personal, ¿cómo llegaste a un trabajo como Celos?

–Tendría que escribir un libro para poder explicarlo. Son muchas historias de vida. No es casual que pueda editar un show en vivo sin cortes ni cambios. Hay un trayecto anterior en mi vida y en mi carrera que me permite llegar a este momento. Crecí en una familia de tangueros: mis hermanos mayores fueron cantantes de tango, especialmente mi hermano Eduardo, que era un gran intérprete amateur. Era químico industrial, trabajaba en una industria textil, y lo desarrollaba como un hobby. Y yo lo compartí con ellos toda la vida. Por eso no me resultó raro haber grabado Celos, porque siempre canté tangos. Desde chica escuché discusiones a la hora de discernir cuál era el mejor autor o cantante. Más allá de eso, tuve la oportunidad de registrar por primera vez un tango profesionalmente en Chocolate inglés. Fue en el 91, cuando grabé “El día que me quieras” con Charly García haciendo arreglos y tocando. Después, en 2000, nos encontramos con Daniel Melingo y me invitó a cantar en un show. Había un contrabajo, una guitarra española y un bandoneón arriba del escenario. Fue muy emocionante. Nunca había cantado un tango con un bandoneón sonando ahí, de verdad. En mi casa se cantaba a capella, no había músicos. Hice clásicos como «Nada» y “El bulín de la calle Ayacucho”. Y, como me gustó, después me invitó a otros shows.

–¿Qué cuerda habrá tocado en vos ese bandoneón?

–Seguramente una cuerda muy profunda, que ni yo conocía. Porque a partir de ese momento empecé a escribir textos, y me daba cuenta que no eran ni un blues, ni una canción country, ni nada de eso: eran letras de tango. No porque me hubiera hecho la aporteñada, para nada: el lenguaje era el mío, el de siempre. Pero el espíritu era tanguero. A partir de ahí empezó un largo desarrollo, hasta que nos encontramos con el maestro José Colángelo, le presenté los textos y él eligió “Buenos Aires no tiene la culpa” para ponerle la música. En un mes trajo la música hecha, me encantó y la grabé en 2004 en Celeste Acústica 2. Y la incorporé en mi repertorio, junto a las canciones que la gente ya conocía.

–Antes habías grabado “Un tango desnuda”

–Sí, lo incluí en el primer Celeste Acústica. Fue la primera canción que hice en esta nueva etapa y me di cuenta que había decidido que era un tango por sí misma. La música no te pide permiso, je. Pero yo no me hacía cargo. Hasta que hice mi outing, mi salida del closet tanguero, pasó un tiempo. ¡Me llevó como ocho años! Bueno, hay gente a la que le lleva toda la vida, así que no estuvo tan mal.

–Vistos de manera retrospectiva, la experiencia de Celeste Acústica funcionó en tu carrera como una apertura hacia otros ritmos y texturas musicales. En ese sentido, ¿ese par de discos se pueden escuchar como antecedentes de Celos?

–Fue una oportunidad que tuve: Celeste Acústica se centraba básicamente en las versiones acústicas de mis canciones clásicas. No había una competencia entre los temas nuevos y los anteriores. Entonces aproveché para poner “Un tango desnuda”, no me importaba que fuera un hit sino poder escucharlo en un disco. Lo hicimos con la banda de Dani Melingo, con la que veníamos tocando. Esporádicamente, hacíamos algún show de tango por ahí. Y siempre terminaban en escándalo… Porque hacíamos un repertorio tanguero y, cuando yo decía “Bueno, este es el último tango”, la gente empezaba a los gritos. Querían un blues, querían rock. Un día se armó un escándalo tan grande que tuve que pedir prestada una guitarra española sin micrófono, para cantar un par de blues y rocanroles porque el público se había puesto cabrero a más no poder… (se ríe)

–O sea que, más allá de lo que dijera el público, tu acercamiento al género fue progresivo.

–Sí, después hicimos en Morocco un show exclusivamente de tango. Fue con la banda de Dani, él estuvo como invitado. Esa noche reventamos Morocco. Estuvo buenísimo. Y en esa época Fernando Rezk, su bandoneonista, un día me llamó por teléfono: “Celeste, tengo que decirte algo muy importante”. “¿Qué pasa?” “No te asustes, pero tengo que ir a tu casa para decírtelo”. Vivo a 60 kilómetros de Buenos Aires, pero él se tomó el tren y, en un momento dado, lo vi aparecer en medio del campo con el bandoneón a cuestas. Bueno, tomamos unos mates y le pregunté qué le pasaba. “Mirá, así como yo crecí escuchándote a vos como referente y compositora de rock, hay una generación que tiene que escucharte como referente y compositora de tango. Yo creo que vos tenés que empezar a componer tangos”. Y yo: “Ay, Fernando…” (se ríe). Se ofreció a enseñarme, entonces le conté que tenía una canción que estaba componiendo desde hacía ocho años. “A mi me parece un tango, pero no se lo quiero decir a nadie”, le expliqué. Y cuando la empecé a tocar en el piano, enseguida saltó: “¡Es un tango, está buenísimo!”. El tema era “Un tango desnuda” y al poco tiempo lo grabamos. Fue el punto de partida para que después le pusiera música a otros textos que había escrito. Algunos, como «Camino real» y “Tiempo de blues”, salieron en Celos.

–¿Es cierto que de chica eras fan de Amelita Baltar?

–Lo que pasa es que Amelita Baltar viene en el combo Astor Piazzolla-Horacio Ferrer. En realidad, cuando yo tenía 12 años “Balada para un loco” perdió en el Festival Buenos Aires de la Canción. ¡Salió segunda! Yo me acuerdo que salió segunda, pero ¿quién se acuerda de la primera? ¡Nadie! (se ríe). Al otro día fui y me compré el disco, un simple que tenía “Balada para un loco” de un lado y “Chiquilín de Bachín” del otro. Saqué los dos temas con la guitarra y empecé a cantarlos en las reuniones familiares. “Chiquilín de Bachín” era mi caballito de batalla. Demoledor. Y me encantaba Amelita Baltar: su estilo, su voz, su presencia. Aparte del estilo de Piazzolla y las imágenes de la letra de Ferrer, porque venía de escuchar otras cosas. Era la época de Sui Generis, a full. También estaba Pappo’s Blues, la etapa de “Desconfío”. Para mi las dos cosas convivieron siempre. Por eso cuando alguien me dice «Qué raro vos cantando tangos», yo contesto que no es para nada raro.

–Te descubriste como cantante pisando con un pie en cada mundo.

–Pero es que vivimos en el mismo lugar. Siempre pisamos los dos mundos. Todos. El Carpo nació en La Paternal, ¿te creés que no escuchaba tango? (se ríe). ¡Por favor! La música trasciende a los músicos. Los músicos, como personas o individuos, tienen sus lugares de pertenencia y sus códigos. Pero la música pasa por otro lado. Una cosa es tener onda con un músico y otra muy distinta es la música en sí misma. No tiene nada que ver. Por eso, en realidad, todo influencia a todo: en la cultura no hay límites. No hay fronteras delimitadas por ningún político, periodista o ser humano.

–¿Y cuáles pueden ser los puentes entre el tango y el rock?

–Las historias. El devenir. La nostalgia. La ciudad. El hacinamiento. La forma de vida. Es Buenos Aires, otra vez. Porque el tango nace de la convergencia de muchas culturas en una ciudad portuaria. Y el rock también es, básicamente, una música urbana. La electricidad en el rock se incorpora en las ciudades. El blues y el bluegrass, en cambio, están más emparentados con el campo.

–¿Cuál fue el punto de partida para armar el repertorio de Celos?

–Encontramos un buen equilibrio. El otro día hablaba con Amelita Baltar y ella comentaba: “Es más difícil armar el repertorio que hacer una canción nueva”. No es para tanto, al menos para mí. Lo que pasa es que yo lo hice de una forma espontánea. No tuve mucho tiempo, porque me invitaron a hacer esa seguidilla de shows en el Tasso de un jueves para el siguiente. En ese momento estaba de gira y Franco Polimeni, el pianista, me dijo: “Nosotros nos vamos de compras al centro. Cuando volvemos, ya tenés que haber pensado una lista de temas”. Entonces me quedé en la piscina del hotel, en Formosa, saqué los cedés que tenía en la mochila y eran todos de tango. Estaba escuchando Lunático de Gotan Project, de ahí elegí un tema que me encanta: “Celos”. Aparte de que es una canción inspirada con aires de tango, presenta un tema del que nunca se habla, parece un tabú: los celos. Después saqué un disco de María Graña, que tiene dos tangos de Chico Novarro que me gustan: “Acompañada y sola” y “Un amor de aquellos”. Y así fue como elegí el repertorio, al que también incorporé algunos tangos míos y dos canciones que venía cantando desde antes, “Aprendizaje” y “Qué suerte que viniste”.

–¿Cómo fue tu trabajo a la hora de encarar clásicos como “El día que me quieras”?

–Lo hice con el mismo amor con el que encaro cualquier canción. Si elijo una canción porque me gusta, voy directo a su esencia: la melodía o el texto. E intento decirlo como siento que nunca se había dicho antes. En el tango, una de las cosas más importantes es el texto, la lírica, de qué está hablando: la interpretación. Entonces, si canto “Fuimos” es para hacerlo de una manera que creo que todavía no se hizo. Con otra imagen, tal vez.

–¿Qué descubriste como intérprete?

–Una parte que tiene mucho que ver con lo actoral. Después de años tocando rocanrol con la guitarra colgada, estás en otra frecuencia. Literalmente. Pensás en el equipo, el cable, la guitarra o el sonido, y no tanto en la interpretación, la mirada, el gesto o la palabra. Entonces empecé a descubrir y a desarrollar todo eso. Mi postura sobre el escenario era diferente, porque no toqué ningún instrumento: me dediqué a cantar, a interpretar, a concentrarme. Eran textos que estaba aprendiendo, porque tampoco me sabía las letras de memoria. Después, cuando me vi filmada, me impresionó.

–¿Por qué?

–Por esa cosa gestual, totalmente diferente, que propone el tango. En uno de los primeros shows, el lugar estaba lleno de fans. Y uno me gritó: “¡Sonreíííí Celesteee!”. No. ¡No da! Porque la postura es otra. Porque hay otra mirada. Porque ni siquiera estoy mirando para afuera: estoy mirando para adentro.

–O sea que, por más puentes que haya entre el tango y el rock, también hay energías diferentes.

–El encuadre es diferente. El entorno es distinto. El tango tiene esa cosa dramática, emparentada casi con la ópera: en la interpretación y en la actuación del texto, literalmente. Yo me vi transformada después de Celos. No soy la misma Celeste que la que toca rythm & blues con la guitarra colgada. Soy otra persona.

–¿Y cómo es esta otra Celeste?

–Es muy profunda, tiene una carga de erotismo muy fuerte. Y aparte se nota que sale la cantante, a pleno.

–Tu acercamiento al tango es un romance de verano o un...

–... ¿Un casamiento? No creo en el matrimonio porque, como institución, ya ha demostrado que ha generado sociedades enfermas. O sea: prefiero la libertad. Me gusta el tango, pero soy libre. Y aparte estoy componiendo unos blues impresionantes. Y tangos también.

–¿Qué abre y qué cierra Celos en tu carrera?

–Nada. No es algo que encontré en el camino. Ni tampoco estoy en una rotonda (se ríe). Es una continuidad total.

Nota publicada en el portal www.buenosairessos.com .