2-12-2009

Si lo hubieran planificado adrede, con la torpeza que otorga la mediocridad y el horizonte nulo, no habrían conseguido peores resultados. En efecto, los guarismos demuestran que la alguna vez esperanza popular revolucionaria encarnada en el Apra, pierde adeptos, anemiza su presencia y retrocede alarmantemente en La Libertad, cuna y tumba de sus primeros adalides. La contienda en Julcán es un síntoma alarmante de cómo van las cosas. Importante reivindicar la sentencia bíblica para que los dirigentes sepan que Por sus obras les conocereis.

Con una visión certera, en fecha ya lejana, como 9 de febrero, 1993, en Expreso y a través de un artículo de opinión, Andrés Townsend Ezcurra, escribió las siguientes líneas que transcribimos literalmente. Como entonces.

De hacerse un ejercicio imaginativo, condición fundamental en cualquier juego de guerra política, doctrinaria o ideológica, y trasladáramos el texto de don Andrés a los días actuales, verificaríamos una portentosa señal de alerta que no pierde brillo en sus aristas múltiples. Hoy que la fe ha sido sustituida por la estupidez en cantidades industriales, las demostraciones gárrulas hablan por sí solas y licencian a quienes han hecho mérito de ineptos en cualquier materia, incluida la dirección política.

Leamos. (hmr)

Crisis y refundación del Apra

por Andrés Townsend Ezcurra

Con la autoridad que puede darme más de medio siglo de identificación con los ideales políticos de Haya de la Torre y el haber mantenido a lo largo de estos años una posición combativa y crítica de la progresiva desmoralización del APRA, creo que es mi deber formular algunas conclusiones derivadas de los resultados que muestran los últimos comicios celebrados en el país.

No oculto que lo hago con un gran sentimiento de pena frente al hecho más significativo de las elecciones municipales: la catastrófica derrota del Partido Aprista Peruano. Otros fenómenos, como la aparición de independientes, admiten explicaciones válidas, pero el hecho memorable y macizo es el descenso abrupto del poder electoral del Partido del Pueblo.

Después de haber constituido la primera fuerza partidaria del país y haber movilizado, aún en épocas difíciles, no menos del tercio de la población electoral, el otrora poderoso partido de Víctor Raúl exhibe cifras de humillante pequeñez. De seguir esa tendencia, el APRA correría el peligro de perder su inscripción en el Jurado Nacional de Elecciones. Viejos reductos como Chiclayo, Cajamarca y Huaraz, se han perdido. Y ser vencidos en Laredo, donde yace la raíz heroica del APRA, tiene un significado simbólico. Y si en uno o dos lugares se ha ganado trabajosamente, esta victoria es hija de los méritos personales de los candidatos y no conquista masiva del pueblo.

Tan agudo desgaste electoral patentiza, con cifras irrecusables, el descrédito y la clamorosa impopularidad de aquellos que, desde la muerte del jefe y fundador, asumen un liderazgo en el APRA que se ha movido, trágicamente, entre la incompetencia y la inmoralidad. Si aún en épocas de cruda persecución el ser aprista implicaba, además de un riesgo policial, un orgullo ciudadano, en nuestros días, y desde el colosal fracaso del gobierno del señor García, la condición de aprista provoca los comentarios más duros de una desilusionada ciudadanía.

La práctica desintegración del APRA transtorna y desorienta el panorama político nacional. Cuando, en otras épocas, una tiranía o una dictadura interrumpían la marcha democrática del país, el pueblo supo mantener su confianza en un futuro forjado por el partido en que depositaba su fe. Ya no tiene ese consuelo. En virtud del desastre de un gobierno mal llamado aprista, se ha asesinado la esperanza.

A pesar de estos hechos tan notorios e incontrovertibles, los organizadores de la derrota y empresarios del desastre se obstinan en ocultar la evidencia, y arguyen, con supercherías de leguleyo, queriendo cambiar la derrota, su derrota, en una victoria que nadie acierta a ver.

Es hora de decir: ¡Basta ya! Basta de mentiras y falsificaciones, pues es indigno tratar de engañar a un pueblo y a un partido que, a lo largo de su vida, ha dado tantas muestras de heroísmo y lealtad, y que no tiene la más mínima responsabilidad de la aplastante derrota. Ya lo dijo Haya de la Torre: “No hay pueblos ni masas malos. Sólo hay dirigentes buenos o malos”. Y quienes manejan arbitrariamente el partido hace más de diez años, han acreditado una pavorosa irresponsabilidad y un desenfreno incontenible por el enriquecimiento ilícito. Un partido que predicó y practicó la moral, se vio dominado por corruptos e inmorales. Si su Jefe, que tanto gravita en la vida política del país, que hubo de morir en casa fraterna pero ajena, volviera por un instante a la vida, podría ver con asombro y repugnancia cómo los supuestos líderes que se auparon en el poder partidario después de su muerte, sólo buscaban, por todos los medios, cuantiosas fuentes de desvergonzado enriquecimiento.

Tantas desviaciones y desastres conducen a una ineluctable comprensión que el Partido Aprista Peruano, de tan larga y prestigiosa trayectoria en América Latina, ha dejado de existir tal como lo conocimos. Sus bases, proscritas de toda participación en la vida interna del partido, su juventud zaherida y maltratada, ha dejado de gravitar en la orientación partidaria; y sus locales, otrora rebosantes de pueblo, sólo exhiben pequeños grupos de fieles que se resisten a reconocer que, de estos antiguos templos cívicos, han huido los dioses tutelares.

¡Es hora, nuevamente, de la lucha y del empeño! El grito de guerra de quienes permanecen íntimamente fieles a las lecciones del gran conductor no es ya “El APRA nunca muere”, porque el APRA del fracaso y la coima, el APRA de la corrupción y del acomodo, ese APRA que ya no era tal, ha muerto asesinada por dirigentes proditores. Hay que refundarla y rehacerla, movilizando el ancho caudal de juventud que siempre supo movilizar el pueblo peruano.

A quienes, como yo, que no aspiran ya a ninguna posición política, sólo nos queda repetir las líneas terminales del prólogo de un libro mío: “En el ánimo de viejos combatientes que vencieron la tortura, la prisión o el exilio. Y en la conciencia de jóvenes incontaminados late, enteriza y exigente, la voluntad revolucionaria que hizo el milagro de tantos años de aprismo, de combates, de limpieza y de esperanzas”.

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