Tal conflagración resultó la más prolongada en la historia estadounidense. Analistas la califican como “fracaso y frustración”. Deviene la más notoria de las derrotas del imperio norteño durante la denominada Guerra Fría.

El descalabro bélico, traumático para la sociedad norteamericana, se tradujo en cifras inéditas y escalofriantes: 58 mil muertos y más de 300 mil heridos; miles de soldados adictos a las drogas… No fue casual que medios de prensa describieran ese panorama como “síndrome de Vietnam”.

Cuando hace 35 años –30 de abril de 1975— los blindados de las Fuerzas Armadas Populares de Liberación de Vietnam penetraban por los muros del antiguo Palacio Presidencial de Saigón, sepultaban decenios de metralla y muerte padecidos por el pueblo anamita.

La prolongada guerra y la ocupación militar y política de EE.UU. finalizaron ese día.

Los antecedentes se remontan a la derrota francesa y los Acuerdos de Ginebra de 1954, momento en que Washington entró a escena para apoyar al régimen anticomunista de Vo Dinh Diem, de marcada factura antipopular.

La respuesta de la población no se hizo esperar y nació el Frente Nacional de Liberación (FNL), aglutinador de las mayorías.

En agosto de 1964, el mandatario de USA a la sazón, Lyndon B. Jonson, ordenó la autoagresión de un buque de su país –conocido como los sucesos de Tonkín—e iniciaba la guerra aérea destructiva contra el norte vietnamita y justificaba la presencia de sus tropas en el sur.

Tras la ofensiva vietnamita del Tét en 1968, el cowboy Johnson decidió desvincularse progresivamente del conflicto y la búsqueda de alguna solución negociada. El empuje de los combatientes vietnamitas, tanto en el norte como en el sur, pusieron en jaque el poderoso armamentismo norteamericano y demostraban al mundo la voluntad del pueblo para no dejarse vencer ni dominar.

Liberados más de la mitad de los escenarios en conflicto por las fuerzas populares, y la potente ofensiva militar llevada a cabo en el sur, obligaron al gobierno de Washington a sentarse en la mesa negociadora y vieron la luz los denominados Acuerdos de París, signados en enero de 1973, para restablecer la paz en el norte anamita.

A pesar de lo suscrito, Estados Unidos aún no se rendía y Richard Nixón, mandatario estadounidense a la sazón, mantenía su obstinada idea de dominar y acabar con el FLN en el sur.

Apenas se asomaba 1974, y el mando político vietnamita dio órdenes al Estado Mayor de las fuerzas armadas para alistar la batalla final por la liberación: el deterioro del enemigo y las continuas violaciones a los acuerdos parisinos, así lo aconsejaban.

La primera victoria aconteció en Phuoc Long, que contaba con cinco mil efectivos del ejército saigonés. Los sucesivos triunfos, propiciaron que el Comité Central del Partido de los Trabajadores de Vietnam escogiera el 10 de marzo de 1975 para el inicio de la gran ofensiva final.

Entre el 26 y el 28 de abril, a poco más del mes de victoriosas acciones, se consolidaron las regiones militares I y II y se ordenó la Operación Ho Chi Minh. En menos de 48 horas el régimen de Nguyen Van Thieu era liquidado en el sur y el embajador de Estados Unidos a la sazón G. Martin , escapaba, presa de pánico, en helicóptero desde la azotea de la sede diplomática.

Las fuerzas liberadoras tomaban Saigón, las tropas norteamericanas eran retiradas en masa y, como homenaje al gran líder y revolucionario vietnamita, la ciudad de Saigón cambiaba para siempre su nombre por el de Ho Chi Minh.

Agencia Cubana de Noticias