En efecto, a pocos días del desastre, el gobierno de los Estados Unidos se vio forzado a congelar todos los planes armados recientemente para abrir a la exploración energética nuevas zonas ribereñas, al menos hasta que se aclaren debidamente las causas de la catástrofe.

La Guardia Costera de Estados Unidos advirtió con alarma que el volumen del derrame de crudo se multiplicó por cinco.

Mary Landry, contralmirante de esta institución armada, hizo el anuncio de que se había descubierto otra nueva fuga en el tubo de subida del pozo submarino, lo cual elevó el nivel de filtración de mil barriles de crudo por día a cinco mil. Mientras, 11 trabajadores siguen desaparecidos desde la explosión que causó el incendio de la plataforma y su hundimiento.

Las fuentes indican, además, que el uso de robots no pudo activar la válvula de corte del escape a la altura del lecho marino, y la empresa británica junto a la Guardia Costera iniciaron la "quema controlada" del combustible para intentar evitar que la mancha de petróleo crezca.

Se trata, sin embargo, de un episodio de los tantos ocurridos en materia de vertimientos petroleros en el mar, los cuales constituyen blanco de las más severas críticas de los movimientos ambientalistas locales e internacionales.

En 1991, por ejemplo, durante la Guerra del Golfo, desatada por George Bush padre, se destruyeron instalaciones petroleras en Kuwait que arrojaron a las costas cerca de mil 900 millones de litros de crudo, y se creó la marea negra que cubrió unos 10 mil 360 kilómetros cuadrados, en el mayor derrame de la historia hasta el presente.

Años antes, en 1978, el pozo de exploración Ixtoc había explotado en la bahía mexicana de Campeche y hasta el momento de ser controlado, casi un año después, esparció alrededor de 350 millones de litros de crudo en esa rada.

Pero una de las características de este nuevo accidente radica en el hecho de que a fines de marzo último el presidente Barack Obama había anunciado la anulación de la moratoria para desarrollar exploraciones de petróleo y gas frente a gran parte de las costas del país.

Dejaba atrás la disposición que las concentraba únicamente en determinadas áreas del Golfo de México.

Si bien la Casa Blanca se cuidó de no mencionar el candente punto de las posibles explotaciones energéticas en Alaska, los analistas entendieron su decisión como el intento de congraciarse con los republicanos opuestos a medidas oficiales encaminadas a frenar el cambio climático.

Durante más de 20 años la exploración petrolera en la mayor parte de las costas norteamericanas, a excepción del Golfo de México, había permanecido prohibida para preservar el medio ambiente gracias a la presión de los sectores proclives a la defensa de la naturaleza.

Lo llamativo en la nueva posición de Obama residía precisamente en que fue su gobierno quien inicialmente puso coto a la aplicación de la controvertida propuesta aprobada bajo el mandato de su antecesor, W. Bush, que permitía realizar nuevas perforaciones en Alaska y en áreas de la Costa Este norteamericana.

Ahora, la tragedia medio ambientalista que afecta a al litoral colindante con el Golfo de México y su repercusión entre infinidad de ciudadanos, se ha constituido en si misma en una valla a las acciones dubitativas de la nueva administración en materia energética.

Como suele decirse en buen criollo, al menos por estas fechas “el horno no está para galletitas” al hablar de explotación petrolera en los Estados Unidos.

Agencia Cubana de Noticias