Huayacocotla, Veracruz. A esas horas, el salón estaba completamente lleno. Era el baile principal, el del domingo de carnaval, donde lugareños y fuereños se reúnen para lucir sus mejores trajes: máscaras, capotes, penachos y toda la indumentaria concebida durante un año, justo para ese día, el más grande de Huayacocotla, cuando la pandilla de cada barrio se afana en destacar en la fiesta religiosa y carnestolendas más popular de la Huasteca.

Al ritmo de los acordes de la banda de viento, hombres, mujeres y niños cabrioleaban en el Club Social Barrio Los Pinos, un galerón de paredes pintadas de azul con blanco y verde tierno, y los logotipos de Corona, “la cerveza de México y el mundo”. En medio de la música, el alcalde Mario Jorge Pérez Martínez tomó el micrófono: “¡Luis Daniel, ven, sube!”, conminó al joven que en medio del salón departía con sus amigos.

Animado, el muchacho, que cubría su rostro con una máscara de madera rojiza narigona –de viejo de carnaval– y sombrero con penacho, se abrió paso entre la multitud, subió al estrado y se plantó junto al alcalde. “¡Aquí tenemos a Luis Daniel Méndez, nuestro amigo de La Poderosa!… ¡Él es Luis Daniel Méndez!”, insistió antes de quitarle la máscara, levantar el sombrero y dejar al descubierto el rostro sonriente, henchido de orgullo, el orgullo de ser un profesionista en un pueblo con mayoría indígena y analfabeta y trazarse un futuro promisorio en el periodismo y la política. Aplausos y cumplidos; descendió y regresó con sus amigos.

En medio del jolgorio, recordó que le había prometido a Teresa que la llevaría a ella y al pequeño Jesús Daniel a la feria. Pasaban de las 10 de la noche. A sus 16 meses de edad, el niño ya estaría dormido, ¡pero ultimadamente eran días de fiesta y había que trasnochar!

Desde su infancia fue asiduo participante de las fiestas del pueblo; aún en los años que vivió en la ciudad de Puebla cursando la carrera de Ciencia Política en la Universidad Iberoamericana, cada febrero llegaba puntual para danzar con su pandilla. Ese último carnaval fue particular. Durante meses se esmeró en conseguir las telas para el atuendo que Teresa le diseñó: capote verde con blanco de terciopelo, sedas y lentejuela.

Según la versión de los amigos que lo acompañaban aquella noche, pasadas las 10 se despidió de ellos. Cruzo el salón camino a la salida; entre el gentío se topó con un grupo de hombres que peleaban a golpes. Se abrió paso y siguió de filo.

A sus espaldas, el hombre levantó el brazo y apunto: el revolver Smith & Wesson Mágnum 357 soltó el primer disparo. Con la puerta delante de sus ojos, Luis Daniel sintió un dolor agudo en la espalda, el calor incesante y un ligero olor a chamuscado de su propia carne. Se le avisparon los sentidos, apretó el paso y alcanzó el portón de herrería color verde del salón.

Apenas cruzó el umbral, ¡pum!, otro impacto que le abrió el lóbulo de la oreja izquierda, le desgarró la región molar y le estalló en el ojo derecho. ¡Pum!, un impacto más en el hombro derecho que le desgarró el omóplato. Y luego otro que le perforó el riñón izquierdo. Cayó de bruces sobre el piso sin asfaltar de la calle Niño Perdido.

Una de las balas que tenía como destino el cuerpo de Luis Daniel, se desvió rozando en su camino la cabeza de Fernando Felipe Fernández –un niño de 14 años que, al amparo de la noche, justo en esos momentos orinaba afuera del salón–, para terminar impactándose en la pared de la miscelánea Jessy.

Luis Daniel quedó tendido boca abajo. Domingo Felipe Tolentino, uno de los parroquianos, se agachó y tomó la cabeza entre sus manos, le limpió el rostro que sangraba profusamente. Minutos antes de que el hombre le disparara, a su paso entre la muchedumbre, Luis Daniel fue desenmascarado, de manera que el gatillero sabía perfectamente a quién masacró por la espalda.

No hubo ambulancia. Otro parroquiano, a quien en Huayacocotla todos conocen como el Ñunga, lo subió a su camioneta y lo llevó al Hospital General de Salubridad, en la calle Deportivo Lázaro Cárdenas; lo ingresaron al área de urgencias.

Pese a la emoción cotidiana que le provocaban aquellas fiestas, los últimos días Luis Daniel dudó en viajar a Huayacocotla. Su jefe Nicanor Badillo, exdirector de noticieros en La Poderosa, dice que a los dos les parecía extraña la insistencia del alcalde Mario Jorge Pérez para que ellos dos estuvieran en el baile de aquel domingo. “Durante varios meses, estuvo insistiendo, y hasta nos llamaba al noticiero y al aire hacía pública la invitación. Yo le prometí que también iría, porque ya hasta parecía desesperado, pero a la mera hora le dije a Luis Daniel que me quedaba en Tuxpan; así que de algo estoy seguro, si el alcalde tuvo algo que ver en ese crimen, también pensaban matarme a mí”.

El canto de la cigarra

Entre la espesura de la sierra, incesantes, las cigarras entonaban su chirrido copular. A las cero horas con 30 minutos, del lunes 23 de febrero, el perito médico José Roberto Fernández Leyva y la agente del Ministerio Público Angélica Jiménez San Martín se apersonaron en el cuarterón que comprende el área de “urgencias” del hospital rural para certificar que el bulto que yacía sobre una camilla cubierto con una sábana blanca era el cuerpo de quien en vida llevó el nombre de Luis Daniel Méndez Hernández.

Estaba en posición de cubito dorsal con la cabeza orientada al noreste y los pies al sureste, los brazos paralelos al cuerpo. Vestía pantalón de gabardina color caqui, el cual quedó cubierto con múltiples manchas hemáticas, boxer de algodón azul marino con rayas delgadas blancas y rojas, calcetines de algodón de color café oscuro, zapatos de media bota color negro Flexi número 25; desnudo del tórax y abdomen (blanco de los impactos); de complexión robusta, tez blanca, cabello lacio y negro, frente amplia, cara redonda; 24 años de edad, de profesión periodista.

El dictamen forense indica que murió a las 23:30 horas por shock hipovolémico secundario a heridas penetrantes de tórax y abdomen por arma de fuego. Trece heridas externas e internas provocadas por el plomo incrustado en sus 166 centímetros de estatura; quemados los pulmones, perforados los intestinos.

A las seis de la mañana, Herlinda Hernández Hernández, maestra de ciencias naturales en la primaria y telesecundaria de Huaya, se presentó ante la Agencia del Ministerio Público a exigir que se indagaran las amenazas de muerte que Luis Daniel recibió y que se castigara a sus asesinos. Ahogado el llanto, la maestra rural, que junto con su esposo Mariano, también docente, sacrificó media vida para sufragar la educación del primogénito, pidió “que se me haga la entrega formal del cadáver de mi hijo para velarlo y hacer los trámites para su inhumación, porque será inhumado y enterrado en el panteón municipal”.

Pero la historia del crimen de Luis Daniel quizá deba comenzar a contarse desde la tarde del viernes 20 de febrero de 2009, cuando llegó a Huaya con su esposa e hijo desde Veracruz, donde radicaba desde hacía poco más de dos años, cuando ingresó como encargado del área de prensa de la Comisión Estatal de Arbitraje Médico, labor que combinaba con su actividad como reportero. O quizá comience en 2007, cuando el alcalde Martín Monroy y su sucesor Mario Jorge Pérez le advirtieron que lo matarían “por ponerse con los perros grandes”, y una vez en funciones, tanto Pérez como sus hermanos le refrendaron tales amenazas.

Aunque las autoridades locales consideran que este caso es cosa juzgada, la familia piensa lo contrario. Mariano Méndez Corona, padre de Luis Daniel, explica a Contralínea que en tanto no se detenga al autor material y se aclare el móvil, él seguirá demandando justicia. La voz de familiares, amigos y testigos del crimen permite vislumbrar de forma más nítida lo que ocurrió la noche del 22 de febrero, cuando el reportero de La Poderosa fue acribillado en una fiesta de carnaval.

El ejecutor

Alejandro Rodríguez Hernández nació el 11 de agosto de 1975. Ahora tiene 35 años de edad. Es de complexión mediana, moreno, cabello negro, lacio, cejas finas rectas, nariz mediana puntiaguda, boca regular. Usa bigote delgado y ocasionalmente barba cerrada. Al igual que sus hermanos, se dedica a la albañilería. El día en que asesinó al periodista Luis Daniel Méndez, vestía chamarra negra con letras verdes, pantalón café y camisa clara, calzaba botas negras.

Para la Procuraduría General de Justicia del Estado de Veracruz y para la Comisión Estatal para la Defensa de los Periodistas, el asesinato del periodista Luis Daniel Méndez está oficialmente resuelto, pero Alejandro Rodríguez, el autor material, no ha sido detenido, y la Procuraduría nunca indagó las amenazas de los ediles contra el periodista, según pudo comprobar Contralínea al tener acceso al expediente del caso.

Las llamadas telefónicas, mensajes vía correo electrónico, anónimos o amenazas directas son algunas de las vías mediante las cuales algunos periodistas y trabajadores de los medios de comunicación han sido intimidados previo a sufrir una agresión, a ser levantados o asesinados. En la lógica, las autoridades ministeriales debían considerarlas como parte de la indagatoria, aunque por absurdo que parezca en su mayoría no es así; el de Luis Daniel Méndez es uno de estos casos.

El 25 de febrero, la Comisión Estatal para la Defensa de los Periodistas emitió un comunicado en el cual asegura que “ha sido debidamente aclarado el homicidio del periodista Méndez Hernández”, y que “esta agresión es ajena a una acción en contra del libre ejercicio del periodismo”.

Sin embargo, en la indagatoria judicial ni siquiera se citó a declarar al alcalde o sus hermanos, identificados como responsables directos de las amenazas públicas contra el periodista. Tampoco se indagó el origen del arma homicida y nunca se tuvo la declaración del autor material.

El comunicador Nicanor Badillo descarta que la muerte de Luis Daniel se haya tratado “de un pleito de borrachos”, versión oficial de la Procuraduría General de Justicia de Veracruz y de la Comisión Estatal que encabeza Gerardo Perdomo. “Para mí, es un asunto político que el culpable aún no ha sido detenido para que se le interrogue y diga quién le dio el arma o quién lo mandó matar a Luis Daniel”, explica en entrevista.

Destaca también que las diferencias entre los ediles de Huayacocotla derivaron de las aspiraciones políticas de Luis Daniel Méndez, quien a pesar de su corta edad, tenía mucha aceptación entre el pueblo para convertirse en alcalde. “En este proceso electoral, él sería el candidato, y seguro ganaría porque tenía el apoyo de muchísima gente y grupos políticos”, agrega Badillo.

El comunicador apunta un detalle: “Cuando la policía hacía las primeras investigaciones, el alcalde dijo que él sabía dónde estaba el arma, y él mismo prestó su bomba para que ésta fuera extraída del pozo. Nadie lo cuestionó”.

El asesinato de Luis Daniel Méndez colocó a Veracruz como un foco rojo para la libertad de expresión, a ojos de las organizaciones Artículo 19 y del Centro de Comunicación Social, que para esa fecha había registrado el creciente número de agresiones a periodistas y medios de comunicación en esta entidad.

Los detenidos Marcelo Hernández Escalante, Rogelio Hernández López e Israel Rodríguez Hernández fueron liberados el 25 de febrero de 2009

El 26 de febrero se ordenó mantener encarcelado a Pedro Mérida Rodríguez en el reclusorio de Huayacocotla, por el delito de encubrimiento por favorecimiento. El 4 de marzo se le dictó auto de formal prisión

El 5 de marzo de 2009 se giró orden de aprehensión en contra de Alejandro Rodríguez Hernández, por homicidio doloso en contra de Luis Daniel Méndez, dentro de la causa penal número 6/2009. Hasta hoy, sigue prófugo

El padre de Daniel al igual que Nicanor Badillo, su exjefe en La Poderosa, dudan que Rodríguez haya actuado por cuenta propia y sin ningún móvil aparente; sin embargo, explican, habrá que esperar a que la Procuraduría lo detenga para que esclarezca el móvil

Un dolor indescriptible


Hace un año que Mariano Méndez vive muerto en vida. La ley de la vida le jugó una jugarreta: murió el hijo antes que el padre. El vacío de su ausencia, dice don Mariano, “es indescriptible”.

Los ojos se le humedecen, la voz se le quiebra. “Definitivamente no puedo explicarlo porque aún no lo creo”, señala frente a la mesa del pequeño restaurantito donde el profesor se reúne con Contralínea para compartir las numerosas dudas en torno al asesinato de su hijo.

“Este dolor no se lo deseo a nadie. La ley de la vida es que muera el padre, no el hijo, pero lo peor es vivir con la incertidumbre del móvil de su muerte, así que, aunque detuvieran al que le disparó y no se aclara, su muerte seguirá impune y seguirá viva la indignación, el coraje, la reclamación.” (ALP)

La esposa

“Me llamo Teresa Benítez Escalante. Esa mañana, como a las 11, Luis Daniel salió con sus amigos Gilberto, Rafael y Gaspar. Todos iban disfrazados. Luis Daniel, con una capa de color blanco con bordados en color verde de lentejuela y penacho en el mismo color. Como a la media hora, regresó con la pandilla de la Cinco de Mayo; bailaron tres o cuatro piezas en nuestro domicilio y luego se fueron. A las 15 horas llegó con la pandilla de Potrero Seco, bailaron y él les obsequió 500 pesos.

“Entramos a la casa, estábamos todos menos mi cuñada Linda Mariana, que se quedó en un ensayo porque esa tarde iba a bailar huapango. Luis Daniel nos comentó que estaba muy feliz porque le habían halagado su traje, que desde el momento en que entró a bailar lo mandaron traer al foro y que el presidente municipal Mario Jorge le dijo que estaba muy bonita su capa; le preguntó que quién se le había diseñado y él le dijo que yo.

“Se fue otra vez y regresó. Como a las 17:30 se quitó su capote porque no quería que se lo maltrataran, pues el día estaba lluvioso. Se vistió con camisa y pantalón caqui y una máscara de madera roja, narizona, y se puso un sombrero. Le dio un beso a su hijo y a mí, y nos dijo que pronto regresaba para llevarnos a la feria.

“Mi suegra se fue a ver bailar a mi cuñada. Regresaron a las nueve de la noche, ella se puso a lavar los trastes y yo a arreglarle las uñas a mi cuñada. Eran casi la 11 cuando escuchamos los gritos de Francisco, al que le apodan el Listo, llamando a mi suegra. Le dije que no saliera, pero luego gritó más fuerte. Corrimos a la puerta. Nos dijo que a mi esposo le habían disparado. Agarré a mi suegra de la mano y nos fuimos corriendo hacia el salón donde era el baile.

“Afuera del salón estaban sus amigos. Les pregunté que qué había pasado y dijeron que afuera estaban peleándose unos individuos, que mi esposo nada tenía que ver con la bronca, pero que cuando salió le dispararon.

“Si hubiese sido una bala perdida, únicamente una le hubiera dado, pero fueron cuatro balazos los que le dieron por la espalda; además mi esposo andaba disfrazado, pero cuando lo mataron, estaba sin máscara; por ello es que pienso que la persona que lo hizo fue con la intensión de matarlo, porque además mi esposo recibió amenazas de muerte, una por el señor Martín Monroy, en el cual mi esposo vino a solicitarle ayuda al presidente y él se negó a dársela y hasta lo insultó: le dijo que cómo un escuincle se ponía con los perros más grandes; que le fuera bajando o que si no le podía pasar algo peor.

“Otra amenaza fue de Armando Pérez Martínez, hermano del presidente municipal, fue en junio del año 2008 cuando andaba en lo de las campañas. Mi esposo estaba conmigo en la papelería que teníamos frente a la escuela preparatoria, cuando llegaron dos o tres hermanos del alcalde; le hablaron y en la esquina le empezaron a reclamar lo que hablaba en el radio. Como mi esposo era reportero de La Poderosa, él daba reportes diarios desde el Congreso del Estado y ellos pensaban que todas las cosas que informaba eran sobre ellos. Se lo tomaron personal.

“Mi esposo les contestó que, si les quedaba el saco, que se lo pusieran, pero que analizaran bien las cosas y se fijaran bien en lo que grababa. Armando le dijo que se andaba buscando problemas ajenos y que la verdad estaba muy cría para andar en la grilla; que cómo se ponía con los perros grandes, que no los conocía como eran, le dijo que se anduviera con cuidado que porque ellos sabía a qué hora viajaba, cuándo y dónde, que algo le podía ocurrir. Discutieron durante casi una hora. Luego le dijeron que ya estaba informado de lo que le podía pasar y se fueron.

“Escuché todo claramente porque ellos le hablaban en voz alta a mi esposo. ‘¿Cómo vez hija?’, me dijo, y yo le contesté que tuviera más cuidado. Él se puso triste y me dijo que sí, que iba a cuidarse.”

La madre

“Mi hijo no tenía problemas con los vecinos de la colonia, pero en la época de campaña para presidente municipal de Mario Jorge Pérez, aproximadamente en el año 2007, me enteré que tuvo problemas con él, con su hermano el señor Armando Pérez y con el señor Martín Monroy Cuenca, el expresidente municipal, ya que mi hijo trabajaba en La Poderosa y, por los comentarios que hacía, pensaban que esos comentarios eran contra ellos. Mi hijo me comentó que el señor Martín lo pendejeó y lo amenazó; que se anduviera con cuidado porque podría ocurrirle algo.

“Aquel domingo 22 de febrero vi a mi hijo a las tres de la tarde; estaba en el patio de mi casa bailando con la pandilla de viejos de carnaval de la comunidad Potrero Seco. Le pregunté que si les daría de comer; me dijo que él no se había comprometido. Estaba muy contento porque todos le alababan su capote. Media hora después, salió de la casa. Dijo a dónde iba, pero como yo estaba haciendo la comida, no le puse mucha atención.

“Eran entre 10 y media y 11 de la noche. Yo estaba con mi nuera Teresa y mi hija Linda, cuando un muchachito llamado Francisco, del que no recuerdo sus apellidos pero sé que le dicen el Listo, llegó gritando ‘¡maestra, maestra, a su hijo Luis le dieron de balazos, yo no sé si esté muerto o no!”.

El Listo

“Me llamo Francisco Javier Reyes Fuentes, pero nadie me dice por mi nombre, todos me llaman el Listo. Escuché los disparos y vi cuando Luis Daniel cayó al suelo. Me acerqué y vi que tenía los balazos en la espalda. Estaba ensangrentado pero respirando. El señor Sergio me dijo que no lo levantara, que esperáramos a que llegara la ambulancia. Me fui corriendo a la casa del profesor Mariano; hablé con su esposa Herlinda, le dije que su hijo estaba tendido en el piso.”

Fernando, daño colateral

“Fui al baile con mi hermano Juan Carlos. Llegamos a las ocho de la noche. El ambiente era bueno, había muchos hombres disfrazados. Después de bailar unas horas, entré al baño, estaba muy sucio, así que mejor fui a orinar afuera. Sentí como que algo me pasó por la cabeza y escuché cinco balazos y a la gente que comenzó a gritar y chillar. Como no me dolía, me metí a seguir bailando con una chamaca que se llama Heydi de la Cruz González. Me tocó la cabeza y me dijo que me estaba saliendo sangre, luego corrió a avisarle a mi tía Guadalupe Islas, quien se encontraba vendiendo gorditas en el patio.

“Mi tía María Pérez y mi tío Domingo Felipe me sacaron del salón. Afuera vi al muchacho que habían balaceado; estaba tirado boca abajo hacia la calle Niño Perdido. Tenía varios huecos en la espalda y le estaba saliendo sangre. Mi tío Domingo se agachó, le agarró la cabeza entre las manos y le limpió la cara, todavía estaba vivo; luego un señor al que le apodan Ñunga lo llevó al hospital. Mi tía Guadalupe le fue a avisar a mi mamá.”

Los inculpados

Los disparos condujeron a los elementos de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) del estado hasta el salón Los Pinos. Luis Daniel aún yacía sobre el suelo cuando la gente comenzó a dispersarse: unos despavoridos evitando ser blanco de una agresión, otros para evitar conflictos.

A unas calles, 25 minutos antes de la medianoche, la unidad número 1016 de la SSP detuvo a Rogelio Hernández López, Israel Rodríguez Hernández, Marcelo Hernández Escalante y Agustín Rodríguez López, por la responsabilidad “que resulte” en el asesinato de Luis Daniel Méndez, dentro de la indagatoria HUAY-19/2009-02. Permanecieron en los separos de la agencia del Ministerio Público durante las siguientes 48 horas y después liberados, cuando cada uno identificó al agresor y sus versiones coincidieron:

1. Rogelio Hernández López, 47 años de edad, originario de Tenatitlán, Huayacocotla, avecindado en San Miguel Topilejo, delegación Tlalpan, México Distrito Federal, de ocupación policía auxiliar segundo del Distrito Federal.

“Tenía unos 14 o 15 años que no venía a Huaya, y vine con mi esposa Cipriana y con mis hijas Mariana y Sandra y mis nietos Sofía y Marcial, porque mi comadre Gregoria Granada nos invitó a la fiesta del pueblo. Llegamos el viernes, en su casa estaba ella, su esposo Alejandro Rodríguez Hernández y sus hermanos Agustín e Israel.

“El domingo, por gusto de todos, nos fuimos al baile en el salón. Había música de banda de viento que venía de la comunidad Potrero Seco. Agustín e Israel compraron dos cartones de cerveza y comenzaron a tomar, yo no porque estoy enfermo de diabetes. Pasadas las 10, salí al patio a comprar unas gorditas. Mi comadre Gregoria salió corriendo a decirme que entrara al salón, porque a su marido Alejandro lo estaban golpeando y que ella iba a buscar una patrulla.

“Alejandro sacó su pistola del lado derecho de la cintura y realizó cuatro disparos hacia la multitud que venía correteándolo, y los disparos le pegaron a un muchacho que andaba disfrazado de viejo de carnaval, pero no traía máscara; yo presencié cuando mi compadre Alejandro le dio los balazos. El muchacho se fue de frente, cayendo al suelo boca abajo.

“¡Agárrenlo!, comenzaron a gritar; pero mi compadre Alejandro se fue corriendo por la calle en dirección al monte y no lo pudieron agarrar. Me fui con mi familia rumbo a la casa de mi comadre Gregoria; seguidamente me di cuenta que detrás de nosotros iba caminado mi primo Marcelo junto con su familia. Antes de llegar a la casa, nos encontraron dos patrullas y nos dijeron que estábamos detenidos; subimos a la patrulla sin oponer resistencia. Cuando llegamos a la comandancia, ya tenían a Israel, el hermano de Alejandro.”

2. Israel Rodríguez Hernández, 21 años de edad, de oficio albañil, originario de Huayacocotla y avecindado en la Colonia La Xochiaca, municipio de Chimalhuacán, Estado de México.

“Llegué al salón de baile con mi primo Jesús Lira. Allí me encontré a mi hermano Agustín y a mi tío Marcelo. Comencé a tomar unas cervezas. Luego vi a mi hermano Alejandro y mi cuñada Gregoria. Comencé a bailar con una chava y un muchacho me echó bronca, pero no pasó a mayores. Pasadas las 10, comenzó el pleito con ese chavo. Yo y Agustín le dijimos a los chavos que nos quería pegar, que no queríamos broncas. Nos dispersamos pero nos dimos cuenta de que varios le estaban pegando a Alejandro. Yo comencé a correr pero me caí porque andaba medio tomado y al momento en que me caía me comenzaron a golpear.

“Vi que mi hermano sacó una pistola y comenzó a disparar. Yo estaba muy golpeado. Una señora me dio papel de baño para que me limpiara la sangre que tenía en la cara. Aunque mi hermano fue el que mató al muchacho a balazos, llegó la policía y me subieron a la camioneta. Ya llevaban a mis tíos Rogelio y Marcelo.”

3. Marcelo Hernández Escalante, 52 años de edad, de oficio albañil, originario de Huayacocotla y avecindado en la colonia La Xochiaca, municipio de Chimalhuacán, Estado de México.

“Llegamos desde el viernes; dos días antes del baile. Mi primo Rogelio y yo con nuestras familias rentamos una casa para dormir. Está un poco más arriba de la casa de mi sobrino Alejandro, quien llegó a Huaya un día antes con su mujer Gregoria, porque sus hijos tenían el compromiso de danzar.

“Ese domingo dimos de almorzar a la gente del carnaval y a las ocho de la noche nos fuimos al baile mi mujer María Concepción, mi primo Rogelio, su esposa Cipriana con sus hijas y sus nietecitos. Estábamos con unos amigos de Potrero Seco y luego me fui con mis sobrinos Alejandro, Israel y Agustín, quienes me invitaron unas cervezas; luego me separé de ellos y me puse a bailar con mi esposa.

“Unos individuos se pusieron a pelear. Mi esposa me dijo que me asomara si no estaba nuestro hijo José Eduardo; me asomé y me pegaron en la nariz. Le dije a mi esposa que nos fuéramos. Bajamos por Niño Perdido y escuchamos varios disparos. En el camino nos encontramos a mi primo Rogelio y su familia; luego llegaron dos patrullas y nos detuvieron a los dos. Estando en la cárcel, me enteré que mataron a un muchacho. Yo no tuve nada que ver; yo ni lo conocía porque vivo en el Estado de México. No sé si mi sobrino Alejandro tenga pistola porque él y sus hermanos viven aparte. También detuvieron a Israel y Agustín”.

4. Agustín Rodríguez Hernández, 26 años de edad, empleado de la Central de Abastos de Iztapalapa, avecindado en la colonia Alfredo del Mazo, municipio de Chalco, Estado de México.

“Cuando llegamos al salón de baile, mi hermano Israel ya andaba ebrio, pero todos nosotros estábamos bien. Estábamos tomando pero como que cada quien andaba bailando por su lado. De repente, vimos que Israel empezó a insultar a otro muchacho; lo jalamos y le dijimos que se calmara, pero después de un rato volvieron a golpearse y otra vez los separamos.

“Mi hermano Alejandro y yo sacamos a Israel del salón. Cuando íbamos para afuera del salón, el chavo con el que se había insultado Israel ya estaba afuera como a medio patio, esperándolo. Formaron como una hilera de chavos que nos rodearon y comenzaron a golpear a Israel; unos estaban enmascarados. A mi me jalaron de la camisa, me empinaron, me desgarraron la camisa y me rasguñaron la nariz.

“Con los golpes y empujones, nos sacaron a la calle. Cuando vio mi hermano Alejandro que se nos venía el montón de gente, corrió hacia la calle Niño Perdido, pero por la parte de abajo, y el muchacho que murió lo iba correteando. Alejandro se dio la vuelta y le disparó como cuatro o cinco ocasiones. El muchacho cayó en la calle y mi hermano Alejandro se dio a la fuga. Pensé que nada más lo había lesionado; no pensé que lo había matado. De allí me siguieron varias personas que me estaban golpeando, me arrinconé a la pared y me rodearon, me seguían golpeando hasta que dije ‘ya estuvo’.

“Me di cuenta que el chavo seguía tirado. Me fui a casa de mi cuñada Gregoria, le dije que Alejandro había matado a balazos un muchacho afuera del salón. Allí fue llegando la familia, pero Alejandro no, se fue a dormir a una casa que le prestaron y nosotros también nos dormimos. En la mañana llegó mi primo Pedro Mérida Rodríguez y le dijo a mi cuñada que le hicieran el lonche a Alejandro para que se lo pudiera llevar. Pedro fue quien lo anduvo poniendo al tanto de la situación.”

El encubridor

Pedro Mérida Rodríguez, 32 años de edad, de oficio albañil, avecindado en el Barrio El Ocotal, Huayacocotla.

“Pasaban de la 11 de la noche, estaba durmiendo con mi esposa Dominga Minerva Cruz Mérida cuando escuchamos que alguien corría afuera de la casa y luego, unos fuertes toquidos en la puerta:

?¿Quién? –pregunté.

?Sal, quiero hablar contigo –era mi primo Alejandro. Abrí la puerta y vi que traía una pistola y una bolsa de plástico de color transparente. Me dijo que le diera permiso de esconderse porque había echo un desmadre. Estaba nervioso y en estado de ebriedad. Yo le dije que no porque allí tenía a mis hijos, que mejor se quedara en la casa de mi cuñada Alejandra Cruz Mérida, que estaba sola, allí mismo en esa calle. Lo llevé y le dejé las llaves. Yo no sabía lo que había hecho. Al día siguiente me fui a su casa y le pedí a su esposa Gregoria el lonche. Cuando se lo llevé Alejandro, me contó y me dijo que se iba a ir a casa de su abuela Matilde en el rancho La Mesa. Yo le pedí la llave. Se me hizo fácil ayudarlo, no di parte a las autoridades porque es mi familiar. Daniel era mi amigo porque jugábamos y nos disfrazábamos juntos.

Pedro Mérida dice que la noche en que su primo Alejandro llegó a pedirle que lo escondiera, no sabía que había matado a Luis Daniel, sin embargo, la versión de su esposa Dominga Minerva indica lo contrario. Ante el Ministerio Público ésta declaró que esa noche, después de que Alejandro tocó a su puerta, ella le preguntó que qué había pasado: “Mató a Daniel”, le respondió Pedro. La mujer también dijo que escuchó que Alejandro bajaba unos escalones y quitaba la lámina de zinc que cubre el pozo de su casa y que aventó algo. “Suponía” que era el arma. Ratificó que, en efecto, Daniel era amigo de su esposo, y que al día siguiente, Pedro fue “a pedirle el lonche de Alejandro” a su esposa Gregoria.

Gregoria Granada Pérez

“El lunes, a las ocho y media de la mañana, llegó a mi casa Pedro Mérida. Me dijo que si podía calentarle algo de comida, que él se la iba a llevar a mi esposo Alejandro, porque estaba escondido en una de las casas del Ocotal. Que la comida se la mandara a su casa con mi hija Yesica, una de las más chicas: tiene 13 años. Le mandé arroz, tortillas, algunas carnitas y café.

“Mi esposo y yo vivíamos temporadas en Chimalhuacán y temporadas acá. Esa vez llegamos el viernes a las 11 de la mañana a bordo de su camioneta verde (una Ford pickup tubular), porque yo tenía el compromiso de darle de desayunar a los niños danzantes el sábado 21 de febrero en mi casa, en la calle Topacio.

“Alejandro tenía la pistola desde hacía dos meses. No sé donde la compró o quién se la dio, porque nunca me comenta sus cosas. La traía desde el Estado de México en una mochila color negro. Ese domingo que fuimos al baile, también fue Edith, mi hija, la mayor”.

Edith Pelicastre Granada

“Fui al baile con mi esposo Javier Ángeles García, también fue mi mamá Gregoria y su marido Alejandro; él empezó a tomar cerveza desde que llegaron al salón. Yo estaba cansada y le dije a mi esposo que nos fuéramos. Eran como las 9:40. Mi mamá me despertó como a las 11; me dijo que la acompañara a buscar una patrulla porque, en el baile, su cuñado Israel se había peleado y que su esposo se metió a defenderlo; que cuando venía para acá escuchó unos disparos.

“No me atrevía a decir nada respecto a la muerte del joven Daniel porque Alejandro le pega muy seguido a mi mamá Gregoria, y por miedo a que me vaya a hacer algún daño a mi o a mi mamá, por eso me callé, porque tengo mucho miedo de Alejandro, porque es una persona muy violenta. Cuando vivía con mi mamá, le pegaba mucho”. (ALP)

Fuente: Contralínea 181 / 9 de mayo de 2010