No es posible que unos cuentos poderosos sigan decidiendo por todos los habitantes del orbe. No es democrático y constituye muestra mayúscula de discriminación.

De ahí que en reciente sesión destinada a discutir sobre la reforma del sistema de Naciones Unidas, insistiese una vez más Cuba en, al menos, ampliar la representatividad global dentro del privilegiado Consejo de Seguridad.

En efecto, al cierre de este junio, la representación de la mayor de las Antillas destacó que el controvertido Consejo de Seguridad no podrá hablar de participación ni personería válidas si se mantiene la ausencia en su seno de los países subdesarrollados, abrumadoramente mayoritarios en la escena global.

Cuba considera que el número de miembros permanentes de dicha entidad de ONU debe incrementarse para adicionar, como mínimo, dos países de África, dos en desarrollo de Asia y dos de América Latina y el Caribe.

Igualmente La Habana favorece el incremento del número de los integrantes no permanentes para lograr la adecuada representación de las naciones en desarrollo.

Lo cierto es que hoy la efectiva ejecutividad de la ONU radica en la exigua cofradía de poderosos, mientras los criterios de más de 180 estados se mantienen relegados al mero papel simbólico en el seno de una retórica Asamblea General cuyas decisiones carecen incluso de carácter vinculante.

Resulta mal de diseño histórico. La constitución de la ONU luego de la Segunda Guerra Mundial propició que las potencias vencedoras del nazi fascismo y el militarismo nipón asumieran importante cuota de poder que se concretó en su carácter vitalicio en el Consejo de Seguridad y el respectivo derecho al veto, arma política de lógica incomprensible, con más razón cuando el tiempo ha transformado la realidad global a pasos agigantados.

Ese privilegio, vale recalcarlo, si bien permitió a la extinta Unión Soviética restar apoyo legal a maniobras y aventuras imperiales, ha servido mayoritariamente a los Estados Unidos y sus aliados occidentales para enfrentar cambios revolucionarios o evitar la condena a congéneres tan violentos y díscolos como Israel, y en su tiempo el régimen racista sudafricano.

Solo Washington ha ejercido el veto en más de ochenta ocasiones, de ellas nada menos que 58 veces para anular documentos de condena a Tel Aviv y sus actuaciones expansionistas y genocidas contra las naciones árabes, y en especial contra el pueblo palestino.

En nuestros días, el Consejo de Seguridad ha sido utilizado para promover la campaña antiterrorista de los círculos de poder norteamericanos, materializadas esencialmente en las guerras de Afganistán e Iraq, y mucho más recientemente para azuzar sanciones contra Corea del Norte por el presunto hundimiento de una nave de guerra sudcoreana en mar rebosante de barcos y artilugios militares Made in USA.

También para encender los riesgos de una conflagración con Irán, radical oponente al que se le atribuyen el “pecado” de pretender el dominio pacífico del átomo.

De manera que a buen entendedor le sobran argumentos para discernir que la reforma integral y profunda de la ONU no es reclamo de extremistas, sino una absoluta necesidad de la historia.

Agencia Cubana de Noticias