Lenin denunció al revisionismo como una forma nueva a la que recurría la burguesía para atacar al marxismo, ahora desde dentro, luego que fuera derrotada en su lucha ideológica franca. De este modo, el reformismo y el revisionismo, sin ser sinónimos, nacieron juntos, como hermanos siameses.

1.En qué consiste el reformismo

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Sus orígenes, sus ideólogos, sus postulados, sus críticos: Hace poco más de 100 años que surgió el reformismo. Eduard Bernstein, quien fue uno de sus principales ideólogos, aseveró que una “tenaz lucha prolongada, avanzando lentamente de posición en posición”1, llevaría al socialismo, por lo que éste sería consecuencia de la evolución, no de la revolución; se alcanzaría luego de una serie de pequeños éxitos, idea que atribuyó a Marx y Engels, de manera indebida.

Por esto, a Bernstein se le considera también el padre del revisionismo, nombre que él mismo dio a su método de “revisar” o “reinterpretar” a los autores citados para, según su pretensión, poner de manifiesto lo que en verdad quisieron decir, eludiendo el debate ideológico de frente, respecto al socialismo científico y la teoría de la revolución, y por esto mismo, Lenin denunció al revisionismo como una forma nueva a la que recurría la burguesía para atacar al marxismo, ahora desde dentro, luego que fuera derrotada en su lucha ideológica franca.2 De este modo, el reformismo y el revisionismo, sin ser sinónimos, nacieron juntos, como hermanos siameses.

Otros ideólogos del reformismo fueron Conrad Schmidt, Otto Bauer, Rudolf Hilferding, Mijail Tugan-Baranovski, Carlos Kautsky y Ferdinand Lassalle. Bernstein publicó su principal trabajo en 1899, Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia, año en que surge la Segunda Internacional en que prevalecieron las tesis reformistas. Hasta nuestros días, la Internacional Socialista, que aglutina a los partidos socialdemócratas del mundo, reivindica aquella Internacional como su legítimo antecedente.

Rosa Luxemburgo criticó a Bernstein y al reformismo, al que consideró como una “teoría oportunista” y un “intento inconsciente” de “elementos pequeñoburgueses” para “cambiar la política y los fines” del partido “en su provecho”.3

Por su parte Lenin, sobre el tema del reformismo, dice que:
Es una manera que la burguesía tiene de engañar a los obreros, que seguirán siendo esclavos asalariados, pese a algunas mejoras aisladas, mientras subsista el dominio del capital… [puesto que] cuando la burguesía liberal concede reformas con una mano, siempre las retira con la otra, las reduce a la nada o las utiliza para subyugar a los obreros, para dividirlos en grupos, para eternizar la esclavitud asalariada de los trabajadores .4

El mismo Lenin, reconociendo que puede haber un reformismo “sincero”, dice que aun éste en los hechos pasa a ser “un instrumento de la burguesía para corromper a los obreros y reducirlos a la impotencia. La experiencia de todos los países muestra que los obreros han salido burlados siempre que se han confiado a los reformistas.”5

Y Vicente Lombardo Toledano, quien también fue un crítico lúcido del reformismo, escribe respecto de la Segunda Internacional que ésta pronto perdió su influencia debido a que:

En ningún país logró nada trascendental para la clase obrera, y fue impotente para evitar la guerra interimperialista de 1914. Su teoría de la conversión paulatina del capitalismo en el socialismo, ajena a la filosofía del materialismo dialéctico, al ser aplicada a la realidad demostró su valor deleznable.6

En concreto, ¿en qué consiste el reformismo? Consiste en plantear que se puede pasar del régimen capitalista al socialista sin hacer la revolución; sin que la clase obrera tome el poder y desplace de éste a la burguesía; sin que destruya el Estado burgués y construya uno diferente, un Estado obrero y popular; sin considerar al socialismo como el primer escalón de la sociedad comunista –esta última ni siquiera entra en sus concepciones-; sin que se aplique la fórmula “de cada quien según su capacidad, a cada quien según su trabajo” en el socialismo, y sin que desaparezca la propiedad privada de los medios de producción y cambio, es decir, preservando el modo capitalista de producir, salvaguardando al sistema capitalista. El reformismo postula que un proceso de reformas progresivas tanto políticas como económicas, hará que el capitalismo evolucione hasta arribar a una sociedad que colme los ideales de “libertad, justicia y solidaridad”7, con los que identifica al socialismo, que de esta manera pierde su identidad cualitativamente distinta, que le confiere el pensamiento marxista, y adquiere un perfil brumoso; el propio Bernstein postula que el “objetivo final no es nada, pero el movimiento lo es todo”; considera la vía electoral como la única válida, defiende la democracia representativa y da a su ideología el nombre de “socialismo democrático”. Es decir, a fin de cuentas lo que el reformismo postula es formar una corriente dentro del sistema capitalista que participe en los procesos electorales de manera eterna, y que trate de conseguir pequeños cambios esporádicos, sin plantearse como objetivo construir un sistema social cualitativamente distinto y superior.

El período del auge del reformismo. Luego de que cayera en la inoperancia la Segunda Internacional, en 1914, los reformistas volvieron a agruparse en 1923 en la Internacional Obrera y Socialista, y finalmente en la actual Internacional Socialista, en 1951. La época de auge del reformismo fue la posterior a la Segunda Guerra mundial, cuando su enfoque tercerista –que proponía una “tercera vía”, según decían, equidistante del comunismo y el capitalismo- obtuvo el apoyo de importantes franjas del capital imperialista internacional, que tomó como la válvula de escape a la socialdemocracia para evitar el “avance del comunismo”, sobre todo en los países de Europa occidental.

Bajo el paraguas de gobiernos socialdemócratas, que se dijeron “socialistas”, se produjeron, en efecto, reformas de cierta importancia en los países capitalistas de alto desarrollo, como una seguridad social de buen nivel, seguro de desempleo, inversión estatal en salud pública, educación, vivienda y otras, que aliviaron las condiciones de vida de la clase trabajadora de esos países, estableciendo lo que dio en llamarse “Estado de bienestar”, y aplicando políticas keynesianas para vitalizar al capitalismo de la era imperialista por medio de la intervención del Estado en la economía, desde luego que se trataba de un Estado imperialista que actuaba en beneficio de los supermonopolios y los trusts. Pero siendo la época en que el capital financiero y corporativo internacional domina el mundo, la reducción relativa del volumen de ganancias que las reformas causaron al gran capital, la recuperó con creces incrementando la explotación y el saqueo de los países del capitalismo dependiente, como los de América Latina, Asia y África, creando una diferencia verdaderamente abismal entre los niveles de salarios para igual trabajo entre los proletarios de la zona del capitalismo subordinado respecto de la zona metropolitana imperialista, y una diferencia profunda asimismo en lo que se refiere a derechos y prestaciones sociales. Con esto, una vez más quedó demostrada la validez del análisis de Lenin sobre el carácter manipulador y engañoso de las reformas que concede la burguesía, antes citado.

Pero luego de la desaparición de la Unión Soviética y el conjunto de países que construían el socialismo en Europa, y de manera paralela, con la Globalización neoliberal y su cauda de medidas profundamente regresivas, la socialdemocracia se transmutó en lo que ahora es: su nueva identidad difiere profundamente de la de otras épocas, como veremos más adelante.

2.Tipología de la crisis contemporànea

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La crisis que se inició de manera formal en 2008 con el estallido de la burbuja hipotecaria y ha golpeado duramente a la economía del mundo, en contra de lo que dicen los voceros y propagandistas del capitalismo, no ha concluido. Persistirá, como se comprueba hoy en Grecia, España, Portugal y otros países de la Unión Europea, que por su magnitud es el segundo núcleo importante del imperialismo, pero continuará azotando con máxima dureza a los eslabones más débiles del sistema capitalista mundial, como es el caso de México, cuya economía es dependiente en alto grado, complementaria del mercado de Estados Unidos, a cuyos fines se subordina, y país que está sujeto en lo político a las decisiones de los organismos de tipo supranacional creados por el capital internacional para proteger y administrar sus intereses en el orbe, como el FMI, la OCDE y el BM.

Pero es indispensable aclarar que cuando se habla sobre la “crisis global” actual, frecuentemente se confunde el todo con una de sus expresiones concretas, grave, es cierto, pero no la única –ni siquiera la peor- que se refiere a la economía productiva y a la distribución, o a los variados ángulos del fenómeno especulativo-financiero, y se dejan de lado otros aspectos medulares, con los que se demuestra a plenitud que la crisis contemporánea del régimen capitalista mundial expresa el agotamiento del sistema; por eso es multiforme e infranqueable; está presente en la base económica y en todas las superestructuras, de tal manera que este modo de producción ya no tiene salida.

Expliquémonos: sustentamos con Marx que el modo capitalista de producción, al que el Homo sapiens pudo arribar tras decenas de miles de años de existencia, desarrolló la capacidad de desatar poderosos medios, desde la máquina de vapor hasta los recientes descubrimientos de la ciencia y avances de la tecnología de finales del siglo XX e inicios del XXI, para transformar la naturaleza y crear satisfactores para sus necesidades8. Tras ese largo recorrido, los medios materiales de producción que hoy existen, que pudo generar el trabajo humano en la era del capitalismo, si se les utilizara en beneficio de la humanidad de manera racional, serían suficientes para erradicar el hambre y satisfacer las necesidades materiales y culturales de la población total del planeta, que ya se acerca a siete mil millones. Alcanzarían para garantizar la no contaminación ambiental severa que padecemos, limpiar al planeta y revertir la que ya se generó; asimismo, para evitar el cambio climático que amenaza con desequilibrarlo todo y con exterminar la vida superior incluida la humana, si no es que todas las formas de vida en la Tierra.
Pero en la Cumbre de Copenhague de 2009, ni siquiera se registraron los acuerdos mínimos para atenuar de manera paulatina la contaminación con el muy modesto fin de aplazar el momento del previsible colapso, mucho menos los que harían falta para cancelar ese proceso perverso y revertirlo. Por lo que hace a los objetivos de la Cumbre del Milenio pactados hace diez años, en el 2000, con el fin de erradicar la pobreza extrema y el hambre que azotan a la humanidad, apenas alrededor de treinta países, de 192 que hicieron el compromiso, han informado sobre avances que pudieran ser adecuados a las metas parciales trazadas para 2015, es decir, sólo el 16%; los demás nada informan sobre mejoras en proceso. Pero los pocos que informaron de adelantos, tropezaron en 2008 con el estallido de la crisis cíclica, con los consiguientes recortes a los recursos públicos destinados a los fines sociales. Así, la esperanza de que pudieran darse pasos hacia la eliminación de la pobreza extrema y el hambre, dentro del sistema mundial vigente, capitalista, se fue al drenaje cuando los recursos que unos pocos países destinaban a ese fin, los reorientaron al rescate de los grandes capitalistas en quiebra. La eterna historia de este sistema se repitió: todo para los que todo lo tienen, nada para el proletariado.

En fin, todos los indicadores muestran que estamos ya, por tanto, en el momento histórico exacto en que de acuerdo a las palabras de Marx “las fuerzas productivas materiales de la sociedad [entraron] en contradicción con las relaciones de producción exis­tentes…, con las relaciones de propiedad [capitalistas] dentro de las cuales se han desenvuelto hasta [aquí]”9. Por eso, siguiendo con el mismo filósofo y científico social, fundador del materialismo dialéctico e histórico, hoy, “de formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas re­laciones [se convirtieron] en trabas suyas”10, al obstruir “la producción en vez de fomentarla”.11

El sistema capitalista, que ha creado portentosos medios materiales de producción, es evidente que no los utiliza para bien de la humanidad; esto se debe al sistema mismo carece de capacidad de hacerlo: su contradicción innata entre su método de producir, que es eminentemente social y colectivo, y su método de apropiación que es privada e individualista, se lo imposibilitan. El problema sólo lo podrá resolver la humanidad eliminando la causa, lo que implica eliminar el sistema capitalista y reemplazarlo por uno que no se sustente en esa contradicción, al que Marx y Engels denominaron socialismo.

Por eso es que los poderosos medios contemporáneos de producción, utilizados con el criterio, innato del capitalismo, de la máxima ganancia, son los causantes de la destrucción ambiental, y no pueden evitarlo; son asimismo la causa de la contaminación de la naturaleza en todos sus ámbitos: aire, agua, suelo y subsuelo; del cambio climático y de la muy grave amenaza que pende sobre el planeta y la vida, sobre todo en sus formas superiores, entre ellas la vida humana, que está en peligro de extinción. Y por eso mismo, ha llegado el momento en que la lucha por sustituir el modo capitalista de producción con sus contradicciones innatas, desde el punto de vista objetivo pasa a ser un interés vital de la humanidad en su conjunto, como jamás lo había sido, porque la supervivencia de éste régimen más allá de este momento sólo tiene dos desenlaces posibles: la barbarie más completa o la total aniquilación.

Pero más todavía, el capitalismo tampoco puede utilizar en nuestros días sus portentosos medios de producción para reproducirse como modo de producción y de apropiación, debido a que su contradicción principal, ya mencionada, también genera la tendencia histórica declinante de la tasa de ganancia, que Marx estudia exhaustivamente y devela en la sección tercera del libro tercero de El Capital.12 De acuerdo con la Ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia, descubierta por Marx, el capitalismo impulsa el desarrollo científico y tecnológico y revoluciona de manera incesante los medios de producción –como en efecto ha sido- pues cada vez que logra una herramienta más eficaz, una máquina mejor, más evolucionada, consigue que el trabajo humano le rinda mayor cantidad de mercancías por jornada de trabajo y así incrementa su ganancia bruta. Sin embargo, al mismo tiempo y de una manera que podríamos calificar de paradójica, reduce su ganancia en términos porcentuales respecto del capital invertido. Esta ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia, que la historia ha corroborado y que es irreversible, al final ha desembocado en el momento actual en que la tasa de ganancia en términos relativos es ya tan reducida que no resulta atractivo para los dueños del dinero invertido en la esfera de la producción, que, por otra parte, es la única capaz de reproducir al sistema capitalista como tal.
Esto explica por qué se desarrolló de manera explosiva el llamado capital especulativo, al grado de que hoy su volumen es masivamente superior al capital productivo en el mundo, fenómeno al que se conoce como la “economía casino”, que predomina. El capital especulativo, como bien se sabe, no crea satisfactores para las necesidades humanas, ni siquiera produce mercancías; su operatividad se reduce al traslado de recursos ya existentes, de unos a otros bolsillos, saqueando principalmente a las capas más pobres de la población y las economías más débiles, y, como ya se dijo, tampoco reproduce al régimen capitalista, por lo que esta expresión del capital refleja el agotamiento del sistema de la propiedad privada de los medios de producción y cambio. Este fenómeno su puede equiparar con uno parecido del ámbito de la biología: el momento en que las células de un ser vivo dejan de reproducirse al haber llegado a su decrepitud total.

3.Frente a la crisis actual, ¿hay salida por la vía reformista?

Como se ha demostrado, no estamos hoy ante una crisis cíclica más, solamente, ni frente a otra recaída más o menos aguda de enfermedad crónica del capitalismo, sino en el momento en que sus males genéticos han agotado sus posibilidades de recuperación por medio de reformas o ajustes.
Los rasgos fundamentales del sistema capitalista contemporáneo en crisis, al confrontarlos uno a uno con las capacidades del reformismo dejan a la vista que éste está derrotado, que nada tiene que hacer que pueda salvar al decrépito régimen de la propiedad privada de los medios de producción y cambio. Procedamos a dicha confrontación.

1.No estamos ante una crisis cíclica más, como las que ha sufrido el régimen capitalista a lo largo de su historia. Estamos ya en el momento en que el capitalismo, a causa de su tendencia congénita a la disminución de la tasa de ganancia, descubierta por Marx, ya no hace atractivo para los capitalistas invertir en la esfera de la producción. El capital especulativo es parasitario, no crea satisfactores para las necesidades humanas, ni siquiera produce mercancías; tampoco reproduce al régimen capitalista, por lo que esta expresión del capital refleja el agotamiento del sistema de la propiedad privada de los medios de producción y cambio. Este fenómeno su puede equiparar con uno parecido del ámbito de la biología: el momento en que las células de un ser vivo dejan de reproducirse al haber llegado a su decrepitud total.

2.La crisis del sistema capitalista afecta a la base económica del mismo, su modo de producir cuya contradicción con sus relaciones de producción se agudizó en alto grado; y afecta asimismo a todas sus superestructuras. Los parches de uno y otro tipo de los que puede echar manos el reformismo nada pueden remediar frente a la magnitud y los variados aspectos del problema.

3.Con toda la fuerza que poseen los Estados Nacionales, aun los más poderosos del planeta, y los organismos supranacionales que el capitalismo imperialista ha creado –fuerza inmensa todavía hoy la de unos y otros, no lo ponemos en duda- sin embargo ésta apenas les alcanza, para hacer ajustes superficiales que no remedian la esencia de los males, antes prolongan la agonía.

4.Lo anotado en los puntos anteriores expresa el agotamiento del sistema de la propiedad privada de los medios de producción y cambio, agotamiento que es irreversible; no existen reformas que lo puedan recomponer. Es preciso cambiar al sistema.

5.Para remate, la socialdemocracia –expresión orgánica del reformismo- dejó de pretenderse equidistante al capitalismo y al comunismo, y se volvió un brazo ejecutor más de las políticas neoliberales duras, como en los casos de España, Grecia y Gran Bretaña, o, en el mejor de los casos, un brazo ejecutor de las políticas neoliberales acompañadas de ciertas acciones asistencialistas que mitiguen el sufrimiento que traen consigo a los sectores más desprotegidos de la población, como sucede hoy en varios países de América Latina. En ninguno de los dos casos, la socialdemocracia posee herramientas para resolver los problemas de fondo del régimen capitalista.

6.Adicionalmente, el capitalismo llegó a una fase en que su modo de producir genera daños gravísimos al medio ambiente y destruye los ecosistemas; tiene al planeta amenazado con un cambio climático que podría volverse irreversible y aniquilar todas las formas de vida superior, incluida la vida humana, y para esto tampoco hay salidas por la vía del reformismo, apenas paliativos. Salvar a la humanidad y al medio ambiente, salvar al Planeta, su habitabilidad, exige sustituir este sistema socioeconómico arcaico por uno que no contenga la contradicción innata de éste entre su forma de producir, eminentemente social y colectiva, y su método de apropiación, privada e individualista. Al sistema que lo reemplazaría, con un modo de producir que siga siendo social y colectivo, pero con un armónico modo de apropiación, también social y colectivo, Marx y Engels le llamaron socialismo. Cambiar un sistema agotado por otro superior, en eso consiste precisamente hacer la revolución. Como ya demostramos, llegó el momento en que el capitalismo, a causa de su tendencia congénita a la disminución de la tasa de ganancia, ya no hace atractivo para los capitalistas invertir en la esfera de la producción. El reformismo no posee herramienta alguna de la que pueda echar mano para resolver el problema; el proceso al que nos referimos no es reversible; no hay mecanismo que, dentro del régimen de la propiedad privada, pueda canalizar los recursos indispensables a la esfera de la producción; dentro de este sistema no hay salida.

Conclusión.

Sólo el reemplazo de este sistema por uno superior, que no contenga en su seno la causa del mal, éste podrá superarse. El nuevo sistema no depende de la magia de un nombre, Marx y Engels le llamaron socialismo, podría tener otra denominación, pero requiere que desaparezca la propiedad privada de los medios de producción y cambio y se sustituya por la propiedad social; que los satisfactores de las necesidades humanas, consecuentemente, dejen de ser “mercancías”, es decir, instrumentos de lucro; que la clase social dominante, que rechaza tales cambios y se opone a ellos con todos los medios a su alcance, la burguesía, sea echada del poder y sustituida por otra clase social, la clase trabajadora, y en esto y no en otra cosa radica la revolución. La única salida es, pues, la salida revolucionaria.

Fuente : Partido Popular Socialista de México.