La confrontación revolución - reformismo, que viene desde el siglo XIX, luego de la muerte de Engels, y que tomó la forma de “correcciones” o “adiciones” a la teoría marxista, tiene un escenario de disputa muy complejo y clave: el de la lucha ideológica, el de la confrontación en el plano de la comunicación y la propaganda.

Lenin calificó al reformismo como “un engaño de que la burguesía hace víctimas a los obreros, quienes, mientras subsista el dominio del capital, seguirán siendo esclavos asalariados, pese a algunas mejoras aisladas”. Es decir, el intento de confundir, de engañar a los obreros con que su situación mejorará en el marco del mismo sistema para que renuncien a la idea de transformarlo, es la esencia del reformismo, y ello tiene mucho que ver con la propaganda que éste lleva adelante.

En Ecuador asistimos a un proceso de intensa ofensiva ideológica del reformismo, que busca afirmar la idea de que se vive una “revolución ciudadana”, en el marco del mismo sistema capitalista; de que el tránsito revolucionario entre la “larga y oscura noche neoliberal”, y la “nueva época”, se produce de manera pacífica y que se logra con el liderazgo mesiánico de un líder como el presidente de la República, Rafael Correa, cuya palabra es inapelable, por lo cual pretende deslegitimar a las organizaciones y partidos políticos revolucionarios, y más bien los convierte en enemigos principales de esta particular “revolución”.

“La dialéctica de la historia es tal, que el triunfo teórico del marxismo obliga a sus enemigos a disfrazarse de marxistas. El liberalismo, internamente podrido, intenta renacer bajo la forma de oportunismo socialista” , decía Lenin. Y ello es particularmente demostrable con la situación del Ecuador; el gobierno tiene un discurso disfrazado de izquierda y con tintes populistas; amplificado y sustentado técnica y políticamente por un aparataje propagandístico de primera línea, lo cual, acompañado con una política asistencialista, genera un respaldo considerable entre las masas. Por ello, a esta situación es necesario enfrentarla con creatividad y eficacia.
La disputa entre reforma y revolución exige nuevas lecturas y actitudes.
En primer lugar, para los revolucionarios es necesario comprender a la propaganda como consustancial a la acción política revolucionaria, no como un simple accesorio. No se puede pretender separar a la política de la propaganda, puesto que esta última no solo se reduce a un material impreso, o editado en audio o video, o construido en internet y otros soportes tecnológicos; es sobre todo la generación y la comunicación de las ideas revolucionarias, a través de diversas formas, espacios y tiempos. Es la política en movimiento.

Si bien la propaganda se desarrolla en el plano de la superestructura, es decir en el ámbito de las ideas, no es menos cierto que el partido del proletariado mismo existe en ese nivel. Esto significa que hacer propaganda no es una cuestión lejana o complementaria a la razón de ser misma del partido del proletariado. Marx dijo que las ideas se convierten en fuerza material, únicamente cuando las masas las asumen y actúan a través de ellas. Se diría que esa es la política, y por tanto, esa es la propaganda.

Calificar la acción política significa calificar la acción propagandística. Pero la pregunta es: ¿cómo hacerlo? La respuesta tiene que ver con dos elementos claves: con la recreación, en todos los niveles y formas, de la línea política revolucionaria, de las orientaciones del partido; con desarrollar, en los hechos, un proceso de autosostenimiento político, financiero, etc. Ello surge, por supuesto, de la relación directa con la masa, de la vinculación del militante con la realidad, de su acción revolucionaria que vincule la teoría con la práctica. Y el otro elemento tiene que ver con la comprensión del fenómeno propagandístico como un escenario de disputa de la conciencia de las masas, en el cual la producción y difusión masiva de mensajes, la apropiación y uso de esos mensajes, tiene una especificidad teórico-técnica que es necesario dominar y desarrollar, y no solo por parte de determinados cuadros especialistas, sino por la generalidad de la militancia. No hablamos de hacer de cada militante un técnico especialista en el manejo de todas las tecnologías y medios. Nos referimos a que la militancia requiere comprender los elementos generales, los fundamentos teóricos de la comunicación y la propaganda, que le permitan tener una visión estratégica de esta tarea, y no solo una visión utilitarista, inmediatista, limitada de la misma. Esto, además de la obvia necesidad de desarrollar la especialización en esta área, por parte de determinados cuadros, que cada vez deben ser más, y ubicados en cada frente de trabajo.

Para el militante que asimila adecuadamente el marxismo, y genera política revolucionaria, el diseño de estrategias propagandísticas de largo, mediano y corto alcance, será una necesidad imperiosa. Comprenderá y necesitará para su acción de la difusión planificada y sistemática de las ideas del proletariado en cada circunstancia y espacio específico.

Calificar la calidad de política y técnica de los mensajes

Es necesario comprender que históricamente la humanidad ha venido discutiendo, estudiando los fenómenos que están alrededor de la comunicación y que, si bien mucho de ese corpus teórico es especulación y se enmarca en las posiciones filosóficas idealistas, existen desarrollos que permiten sistematizar los conocimientos empíricos que históricamente se han venido desarrollando en esta área. Conocimientos que sustentan el manejo de los medios, y la elaboración de sentidos por parte del poder burgués imperialista, y que requieren ser aprovechados por el proletariado para su lucha insurreccional por el socialismo y el comunismo.

Los revolucionarios no podemos seguir mirando a la construcción de nuestros mensajes como un hecho de una sola vía. Si bien tenemos mucho que decir, la propaganda no debe manejarse solo con el criterio de lo que queremos o debemos comunicar, sino, sobre todo, de en qué circunstancias vamos a comunicar; a quiénes vamos a comunicar (identidad cultural, condiciones socioeconómicas), con qué medios vamos a comunicar (cada medio maneja su lenguaje específico y es leído de diferente manera de acuerdo al sector social concreto) y, consecuentemente, cómo vamos a comunicar (que incluye la construcción del mensaje, la elección del medio, el proceso de difusión de ese mensaje, y la evaluación de su impacto). Es decir, hay que pensar más en los destinatarios de los mensajes, en las circunstancias que los rodean, en los sentidos que construye el poder a través de su industria cultural y sus medios masivos, en las diversas formas de lectura de mensajes que las masas han adquirido; y hasta en los estados de ánimo de las masas, que siendo un elemento muy subjetivo, hay que hacer el esfuerzo por medirlo.

En la confrontación política contra la burguesía y el imperialismo, la izquierda revolucionaria en el Ecuador ha venido acumulando una importante experiencia propagandística, tanto desde el punto de vista de la asimilación teórica, como de su acción práctica. En varias oportunidades hemos logrado marcar ciertas pautas a la forma de hacer política: fuimos nosotros quienes pensamos en los grandes formatos gráficos para difundir nuestra simbología, a nuestros dirigentes y representantes populares. Los murales artísticos, por ejemplo, que fueron de tal impacto que pronto los demás partidos políticos comenzaron a utilizarlos. Nosotros imprimimos un ritmo distinto a la campaña electoral, llevamos a nuestros candidatos hacia las masas, visitándolas puerta a puerta, y no solo esperándolas en grandes concentraciones como antes se acostumbraba. Ahora, todos saben de la importancia de esta relación, más cuando han llegado a hacer de los medios masivos un recurso que agota al elector.

La burguesía puede llevarnos la iniciativa en la magnitud de la propaganda que puede hacer, por los costos de esas producciones y por el control de los medios que ellos tienen, pero nosotros estamos en capacidad de alcanzar el máximo dominio de los elementos tecnológicos, y no solo respecto del uso de las máquinas más avanzadas, sino también de la utilización de las tecnologías populares, lo cual implica la incorporación de la masa a la actividad propagandística. Es decir, desde el punto de vista de lo que es posible hacer, en función de la realidad, en función de la idiosincrasia de los pueblos, en las condiciones concretas.

Está demostrado por la experiencia histórica que la centralización de los contenidos y la unificación de ciertas formas, simbologías y mensajes, es clave para llegar con contundencia, en medio de un escenario de disputa desigual como el que nos plantea el poder.

Esto no quiere decir, sin embargo, coartar la iniciativa y creatividad de los militantes, y mucho menos impedir que las orientaciones se recreen en medio de la realidad concreta. Es simplemente actuar de manera organizada. En propaganda debemos incorporar de forma activa e inteligente los enfoques pluricultural, de género e intergeneracional, así como las particularidades de identidad que tienen los diversos sectores y regiones en las que actuamos.

Hemos dado pasos importantes en particularizar ciertos mensajes para los diversos sectores, siempre bajo una sola línea general de la propaganda. Es evidente que es responsabilidad de quienes diseñamos esas líneas generales, y particulares, equivocarnos mucho menos, estudiar a profundidad sobre los escenarios en los que nos movemos.

En los actuales momentos enfrentamos una verdadera guerra de agresión en el plano de la comunicación y la propaganda por parte de la burguesía, el imperialismo, el revisionismo y el oportunismo . El partido del proletariado está en el centro de esta ofensiva, así como las organizaciones populares y de izquierda. El gobierno de Correa recurre a la vieja táctica de la repetición continua de mentiras para intentar alejar a las masas de sus organizaciones, a los dirigentes de sus bases. Utiliza la gran maquinaria mediática que posee, además de los espacios oficiales gratuitos y pagados en los medios de la oligarquía, para fijar ideas reaccionarias como el caudillismo, el cuento de la meritocracia como condición previa a la estructuración de una sociedad elitista, la idea de que la participación ciudadana se mide solo en las urnas, entre otras. Combatimos estas ideas con procesos comunicacionales que proponen la validez de la democracia más amplia de los pueblos, la solidaridad y la idea de que los cambios solo las hacen las masas de trabajadores del campo y la ciudad, los pueblos y nacionalidades. De que el cambio auténtico solo llegará con el Socialismo.

Aunque el ataque ha sido insistente contra organizaciones como el Movimiento Popular Democrático, la CONAIE o la UNE, la propaganda revolucionaria ha logrado posicionar sus colores, su simbología, el número de sus listas, a sus principales cuadros dirigentes, los elementos fundamentales de su programa de gobierno, y, sobre todo, elementos de carácter ideológico como su consecuencia con los intereses de los pueblos, el espíritu de lucha de sus cuadros.

Sin embargo, es evidente que la campaña reaccionaria golpea, y la idea no solo es tener la capacidad de responder de manera oportuna y adecuada, sino sobre todo entrar a la ofensiva, tomar la iniciativa, recuperar la trayectoria y trascendencia histórica del MPD y hacer de ellas parte del acumulado de la conciencia de los pueblos.

Para ello requerimos calificar nuestros mensajes, comprender la existencia de diversos lenguajes comunicacionales. Debemos estar en condiciones de elaborarlos de manera clara y efectiva.

Los lenguajes de la comunicación

Quien piensa que por haber aprendido a leer y escribir, o por tener la capacidad de hablar, está en las condiciones suficientes para relacionarse de manera efectiva con su entorno inmediato y con el mundo, vive un verdadero desfase histórico. Hoy la sociedad se relaciona (aunque no de manera igualitaria) a través de diversos lenguajes, entre los cuales los audiovisuales han adquirido un indiscutible liderazgo. Lenguajes que siendo restringidos para la mayoría en cuanto a su producción (debido a que el capitalismo excluye a las masas de los instrumentos para crearlos), no son desconocidos, o inaceptados por la generalidad de las personas. Es más, han llegado a tener un peso trascendente en la conciencia de las masas, esa es una realidad que los marxistas leninistas no podemos negar.

Esta etapa superior del capitalismo, a la que Lenin categorizó como imperialismo, trae consigo un gran desarrollo de las fuerzas productivas y, por tanto, de la ciencia y la tecnología. En ese plano se inserta el inusitado avance de las denominadas TICs. (Tecnologías de la información y la comunicación), que ha generado, y esta es la tesis que planteamos: un nuevo tipo de lector-productor de menajes.

Es que como lo explicó Marx, la actividad transformadora del ser humano sobre el mundo exterior produce valores en los que se refleja la esencia humana. Gracias a la producción material, una parte de la naturaleza se convierte en obra humana y en realidad humana. Es decir, el hombre no solo produce objetos para satisfacer sus necesidades, sino que el producto en sí crea un tipo de ser humano.

Claro que en el capitalismo, esa producción creadora de millones de manos y cerebros de trabajadores del mundo termina en un proceso de alienación, que significa que los objetos que producen no les pertenecen, y al no pertenecerles no pueden vivir de ellos ni formarse con ellos. La propiedad privada arrebata el objeto al productor tanto en el sentido económico como en lo espiritual y moral. Esto es lo que sucede actualmente con las TICs.
Sin embargo, las transformaciones en las formas de comunicarse, de relacionarse que ha sufrido el mundo, son innegables. Como lo sostuvo José Stalin en 1950, en el periódico Pravda, cuando respondía a varias preguntas de jóvenes inquietos por los problemas de la lingüística: “El intercambio de ideas constituye una necesidad permanente y vital, ya que sin él sería imposible organizar las acciones conjuntas de los hombres en la lucha contra las fuerzas de la naturaleza, en la lucha por la producción de los bienes materiales indispensables; sería imposible conseguir éxitos en la actividad productora de la sociedad y, por tanto, lo sería también la existencia misma de la producción social” .

Es decir, las nuevas formas de comunicarse que han ido surgiendo en el transcurso de la historia, pese a haber aparecido como objeto de uso exclusivo de las clases dominantes, van convirtiéndose poco a poco en un bien social, que mejora el intercambio de ideas y la producción social en general. Por ello los comunistas no podemos ver a estos desarrollos como ajenos.

Lenguaje audiovisual, el cine y la TV

Si nos planteamos que este nuevo lector-productor de mensajes se desenvuelve utilizando nuevos lenguajes, debemos también reconocer que dentro de todos ellos, el audiovisual ocupa un lugar privilegiado.

Por ello es vital comprender cómo funciona:

Partamos de una premisa: lo que se mira en una pantalla de cine o de televisión no es la realidad, es la copia de una parte de ella, una construcción dotada de sentido, creada de acuerdo a la intención del o los productores.

Hay dos explicaciones básicas sobre esta afirmación, la primera tiene que ver con un aspecto eminentemente físico:

1.- Lo que uno mira en la pantalla gigante del cine, o en la pantalla chica de la televisión, no es movimiento. Es simplemente la sensación de movimiento, que se produce gracias a una anomalía del ojo humano llamada estroboscopia, que significa que cuando se expone ante una imagen luminosa, el ojo conserva esta impresión en su retina hasta una décima de segundo después de que ha desaparecido. Entonces, un aparato que es capaz de tomar fotografías en rápidas secuencias sobre objetos en movimiento y que al mismo tiempo puede proyectarlas a una razón de 24 fotografías por segundo (o hasta 30 en el caso específico de la televisión), es capaz de generar esa sensación de movimiento. Este es un primer engaño que los espectadores sufren a la hora de ver cine o televisión.

Y particularizando aún más el análisis: cada una de esas 24 fotografías no son la realidad. Representan una copia no completa de la realidad. No completa porque, en primer lugar, los límites de la realidad enmarcada en esas fotografías (lo que capta el visor de la cámara) nunca serán iguales a la realmente existente. Físicamente no es posible que una fotografía capte todo lo que implica la realidad. Muchas veces, por más tecnología que se aplique, la cámara no logra captar ni siquiera todo el campo de visión que el ojo humano puede tener, mucho menos lo que está más allá de él y que hace parte del universo existencial de ese ser humano, en un tiempo y en un espacio determinados. En segundo lugar, la realidad es tridimensional, no bidimensional como la fotografía. Claro que ahora la tecnología busca representar lo más posible esa tridimensionalidad de la realidad, trata de abarcarla lo más posible , pero siempre tendrá un límite físico, imposible de superar.

La diferencia entre una imagen captada a través de medios técnicos y la imagen que miramos de manera directa con nuestros ojos es básica para entender el tema del “iconismo” de la fotografía o de todo tipo de reproducción visual de la realidad. Recurrimos a una cita del semiólogo Victorino Zecchetto para explicarlo:

“El sentido de la vista nos permite captar la realidad de los seres, y ese contacto visual es el medio más común que tenemos para formarnos una idea de las cosas, de conocer y distinguir sus formas y colores. … Se trata, pues, de una experiencia inmediata, fácil de comprender porque la relación visual con el mundo se nos impone como fenómeno directo, cotidiano y normal. Un transeúnte que ve pasar vehículos por la calle, o un campesino que mira su vaca pastando, no dudan de las imágenes que aparecen ante sus ojos, las consideran parte de la realidad concreta del mundo. Si alguien cruzara una avenida creyendo que son mera fantasía los autos que se deslizan velozmente por ella, corre el serio riesgo de que algún coche le arrebate esa fantasía para siempre.

Diversa es la situación cuando se trata de imágenes hechas con medios técnicos como la pintura, la fotografía, el cine, la televisión, el video o la computadora. Allí la realidad es representada de manera mediatizada, o sea de manera indirecta y sígnica. Quien mira la foto de un auto sabe que no lo puede conducir, ni que se le puede sacar leche a una vaca que vemos pintada en un afiche publicitario. Y sin embargo, a todas esas representaciones les asignamos cierto grado de valor real, porque aluden a referentes conocidos y concretos, hasta tal punto que despiertan significados y connotaciones múltiples, individuales y colectivas” .

El término ícono en semiología tiene que ver con el grado de semejanza que el signo (la imagen) tiene con lo representado, es decir con el objeto real al que se refiere. Entonces, cuando en un anuncio publicitario de televisión vemos unos labios rojos y brillantes de una mujer, a toda pantalla, no es que esa persona carece de las demás partes del cuerpo; entendemos perfectamente el mensaje erótico dirigido al sexo masculino que está tratando de significar, para relacionarlo con el objeto que se vende. Esa imagen no es una reproducción exacta de la realidad, porque si no, trate usted de mirar solo a los labios de una mujer, sin tener en su campo visual el resto de su rostro y hasta de su cuerpo… Y cuando usted compre el objeto que se vendió con esa publicidad, seguro no habrá adquirido esos labios, y mucho menos a esa persona. Es decir, sabemos que estas construcciones no corresponden exactamente a la realidad, pero se parecen a ella y, por tanto, lo que nos muestran son referentes, códigos, analogías que nosotros sabemos interpretar y aceptar como válidas, como reales.

En definitiva, se trata de todo un lenguaje estructurado que los seres humanos hemos aprendido a crear, leer y utilizar. Es un discurso construido que genera sentido, que tiene una intencionalidad expresa u oculta de quien produce el mensaje. Lo que vemos en la televisión y en el cine es un universo significativo diferente al realmente existente, es un universo fílmico.

En ese universo significativo existen ciertos elementos que poco a poco se han ido estandarizando y que ahora son plenamente reconocibles, tomando en cuenta incluso particularidades culturales. Por ejemplo: si usted mira en una película o una novela el rostro de una persona mayor que poco a poco se va difuminando (desenfocando) y a continuación se mira a un niño en alguna situación especial, enseguida asumirá que se trata de que el personaje antes citado está recordando su niñez. O si observa en una imagen una mano junto a un vaso medio lleno, y en la siguiente un auto accidentado en la carretera, enseguida asumirá que se trata de la historia trágica de alguien que mezcló el licor con el volante; aunque jamás supo usted si el contenido del vaso era realmente licor, o si la mano que estaba junto al vaso realmente lo tomó, o si el accidente del vehículo ocurrió por efectos de un conductor borracho.

Estos elementos del lenguaje audiovisual están contemplados en el texto “La propaganda revolucionaria” del PCMLE, y tienen que ver con los movimientos de la cámara, con los planos, con el montaje, el ritmo, etc .

2.- El segundo aspecto tiene que ver con quiénes intervienen en la producción de esa copia de la realidad que es la imagen de cine o de TV. En el caso de una noticia, por ejemplo: un suceso, hecho o acontecimiento, antes de convertirse en noticia televisiva, y consecuentemente en elemento de una realidad socialmente legitimada, tiene que ser captada por dos personas que acuden a registrarla: el reportero y el camarógrafo. Aunque el reportero tiene el papel directivo ante el camarógrafo respecto de qué se ha de captar y qué no, no es él quien maneja la cámara de manera directa, lo cual lo somete al criterio último y definitivo de su compañero camarógrafo, quien encuadrará determinados segmentos de la realidad, bajo su propia perspectiva, tanto ideológica, como meramente técnica.

Las noticias que el poder elabora a través de sus medios de comunicación constituyen lo que las masas asimilan como la realidad social, y el grado de credibilidad que estos mensajes logran tiene que ver con la necesidad que existe de contar con un referente para la vida diaria. Y mientras más se comenta la noticia, más perdura en la memoria, y por tanto trasciende, esto conlleva a los medios a buscar la espectacularidad de la información, que permita captar los mayores niveles de audiencia y, por tanto, la mayor influencia.

Según lo afirma el semiólogo Lorenzo Gomis, “la realidad social verdadera, en directo, se diluye a lo largo del día y la noche, y parecería lenta, difusa, aburrida. No es posible entrar en contacto expectante con ella a horas fijas. Corresponde por eso a la actividad profesional llamada periodismo, dar de la realidad social presente una versión concentrada, dramatizadora, sugestiva, que escoja lo más interesante de todo lo que se sepa que ha ocurrido, ya hasta lo retoque para ajustarlo a las necesidades del tiempo y del espacio”. Es decir, la burguesía aprovecha la necesidad real de información que tienen las masas para construir una realidad ajustada a sus intereses. Quienes reciben los mensajes, convertidos en públicos, han sido educados para entender las diversas formas de presentar la información, y son permanentemente bombardeados con supuestas verdades que se muestran como aceptadas por la “opinión pública”, a la cual jamás se la visualiza, pero que constituye el principal escudo con el cual actúan los medios.

Con esto se demuestra la inexistencia de imparcialidad en la práctica periodística del canal de televisión, pero además, y es lo más importante, se demuestra que lo que se presentó al final de una jornada no es la realidad, es solo una construcción hecha con fragmentos de la realidad que varias personas, en una pirámide de jerarquía en un medio, seleccionaron de entre la compleja trama social, para darle existencia como verdad histórica.

Según Eliseo Verón (1987), en el prefacio del libro “Construir el acontecimiento”, la creencia que la gente expresa frente al noticiero de televisión se apoya en el siguiente mecanismo: “el discurso en el que creemos es aquel cuyas descripciones postulamos como las próximas a las descripciones que nosotros hubiéramos hecho del acontecimiento si hubiéramos tenido una ‘experiencia directa’ de éste”. Y agrega: “no es porque hemos constatado que un discurso es verdadero que creemos en él; es porque creemos en él que lo consideramos verdadero”. Es decir, un noticiero de televisión llega a tener tal impacto en la conciencia de las masas, que los televidentes tienen una predisposición para creerle, para identificarse con los enfoques y la forma de tratar la información.

A los marxistas leninistas nos corresponde comprender bien ese mundo sígnico, saber leer bien el discurso audiovisual, para poder criticarlo y develarlo ante las masas, pero, sobre todo, nos corresponde saber utilizarlo. Debemos adiestrarnos en el manejo de este tipo de lenguajes para construir discursos desde nuestra perspectiva, discursos que generen conciencia en las masas. Debemos, entonces, alejarnos cada vez más de una práctica voluntarista y esquemática en el manejo del audiovisual. Tenemos la oportunidad de poner en funcionamiento todo nuestro potencial creador y darle a los trabajadores y los pueblos, las armas de la comunicación liberadora para enfrentar y derrotar la opresión del capital.