Bajo tal perspectiva, es saludable que tanto Andrés Manuel López Obrador como Marcelo Ebrard Casaubón sostengan la postura de favorecer la unidad de la izquierda por encima de consideraciones personalistas. Ambos aceptaron, en declaraciones por separado, que el acuerdo sobre la candidatura única sigue vigente. Es preciso que se mantenga esta prioridad, con el fin de asegurar la unidad con la que se podrá formar una fuerza política competitiva, ganadora, aceptada incluso por sectores empresariales nacionalistas preocupados por el futuro de la nación. Así lo deben entender aquellos personajes que encabezan grupúsculos de seudoizquierda, para que se sumen al proyecto de la izquierda unida, con la condición de que quedarán supeditados al candidato que resulte elegido.

No sería prudente hacerlos a un lado, porque aprovecharían la circunstancia para sabotear el proyecto democrático de la izquierda, aunque ello significara abaratarse como fracción útil a los intereses de la oligarquía, cuando sus servicios son requeridos, como así sucedió cuando la elección para presidente del Partido de la Revolución Democrática, momento que fue aprovechado por el gobierno federal para dividir al partido y lograr que la dirigencia nacional quedara en poder del grupo dócil y manipulable: los Chuchos.

A partir de entonces, cabe puntualizarlo, la izquierda perdió la oportunidad histórica de convertirse en la fuerza dominante, se fue desdibujando al extremo de perder posiciones ganadas a pulso, en los comicios intermedios de 2009. Tres años después, volverá a presentarse la oportunidad de recuperar el terreno perdido, tanto por la incapacidad del Partido Acción Nacional (PAN) para gobernar, como por el resquebrajamiento del país, consecuencia de los errores y voracidad de la burocracia dorada, así como por la pérdida de rumbo del país ante una “guerra” absurda contra un enemigo que no puede ser derrotado con tácticas convencionales: el crimen organizado.

Sería muy grave que no se aprovechara esta nueva oportunidad, por las razones que quieran esgrimirse, puesto que ya no se presentaría otra coyuntura igual a la que surgirá en 2012. Es incuestionable que el voto de castigo al PAN será determinante para su derrota tan anunciada, y que para entonces el Partido Revolucionario Institucional habrá demostrado que sus compromisos con sectores oligárquicos lo atan al pasado. Podría superar esta situación adversa en la medida que se lo permita la izquierda, si actuara ésta con la misma falta de visión estratégica que ha mostrado toda su vida, si antepusiera intereses de grupo y partidistas al objetivo prioritario de hacerse del poder.

Es cierto, nunca ha sido fácil para las organizaciones de avanzada superar situaciones adversas que se presentan a cada paso que dan. Luchan contra intereses muy poderosos que se aferran a mantener las cosas tal como están, los cuales saben muy bien aprovechar sus recursos para corromper y eliminar adversarios. Por eso mismo es vital que la izquierda llegue firmemente unida en torno al candidato más representativo y con más posibilidades de competir exitosamente en las urnas. Por el momento, López Obrador es quien mejor representa las banderas y objetivos de una izquierda verdadera, no sólo por todo lo que ha trabajado durante más de una década, sino porque reúne cualidades que son esenciales para convencer al pueblo de la urgencia de apoyar un proyecto progresista.

Las declaraciones de Marcelo Ebrard parecen reconocer que López Obrador es quien puede liderar una lucha que será muy desigual y desgastante. Sabe muy bien que a la oligarquía le vendría muy bien que se pelearan entre ellos, y que finalmente la izquierda saldría perdiendo, como así ha sucedido en otras ocasiones, cuando agentes embozados de la extrema derecha se disfrazan de izquierdistas para hacer una labor de zapa al interior de las organizaciones progresistas. De ahí la importancia de cuidar que no se filtren en el movimiento de la izquierda ese tipo de agentes, y asegurarse de que sean neutralizados cuando sean descubiertos.