La acusación del hundimiento por la República Popular Democrática de Corea, RPDC, de una nave de guerra sudcoreana en un mar cargado de artilugios militares Made in USA, se convirtió en el pretexto para desatar maniobras militares en tan peligrosa zona, dañar los más recientes gestos de entendimiento entre las dos Coreas, y elevar el tono de las amenazas y la hostilidad imperialista contra Pyongyang.

No importa, desde luego, que la ONU, ante la falta de pruebas contundentes contra la RPDC, emitiera una declaración donde se limita a deplorar el incidente.

Los halcones norteamericanos requieren de un clima álgido que desvíe la atención pública de la crisis económica galopante que vive la primera potencia del orbe, que dispare nuevamente la actividad del todopoderoso complejo militar industrial, y que renueve la posibilidad de apretar el nudo bélico contra un viejo oponente y contra la cercana China, poseedora de una amplia frontera con Corea del Norte.

No se puede pasar por alto que las citadas maniobras tenían entre sus miras el despliegue de los buques estadounidenses frente a las costas del gigante asiático, lo que motivó una fuerte protesta de Beijing.

Desde luego, no hablamos de un asunto novedoso en la puja imperialista norteamericana por establecer su dominio global, y en especial en el Lejano Oriente. Desde su surgimiento en 1948 bajo las banderas del socialismo, Corea Democrática ha estado bajo la mira agresiva.

Al factor interno de asumir un régimen ajeno al capitalismo, se une su posición geográfica estratégica frente a Japón, transformado inmediatamente después de la segunda guerra mundial en hospedero de grandes enclaves militares norteamericanos, y su ya mencionada frontera con la República Popular China, que fundada en 1949, ha sido vista desde siempre como un gran oponente por los Estados Unidos.

La historia recoge en aquella zona la brutal guerra de agresión desatada por Washington contra Corea del Norte entre 1950 y 1953, que no logró su propósito de destruir al Estado socialista, y el surgimiento de una línea de demarcación militar donde Estados Unidos no dudó incluso en ubicar armas nucleares.

De manera que la geoestrategia yanqui en la península coreana no ha logrado progresar en largos decenios pese a todos sus esfuerzos políticos y militares, y esa espina prevalece en las fauces de quienes siguen soñando con un imperio de omnipotencia global.

Y son esas fuerzas ultraderechistas, para nada débiles, contra las que Fidel ha estado alertando, con más razón en instantes en que una realidad global difícil, pero a la vez esperanzadora en materia de luchas populares, siembra el desconcierto y la desesperación entre los que no admiten ceder un ápice en sus totalitarias ambiciones.

Agencia Cubana de Noticias