El hilo de sangre corría desde la oreja del adolescente; su nariz estaba fracturada y el rostro, inflamado por las golpizas. Varias de sus costillas habían quebrado. Por si fuera poco, cortaron sus genitales antes de ofrecerle la agonizante muerte.

Esa fue solo una de las “proezas” de la banda de Osvaldo Ramírez García que conmovieron al pueblo cubano al principio de la Revolución, cuando grupos contrarrevolucionarios se alzaron en las montañas de Guamuhaya para arrebatar al pueblo la victoria del Primero de Enero de 1959.

Las bandas diseminaban el miedo entre los moradores de aquellos intrincados parajes, por eso algunos campesinos analfabetos, con poca información y confundidos, se convirtieron en colaboradores de los alzados.

A casi cinco décadas de aquellos días, Feliberto Cabrera Carrazana, Pancho el Grande como lo bautizaron los bandidos en forma de burla por su pequeña estatura, recuerda momentos.

“Yo conocía a Osvaldo desde que él estaba de jefe del puesto de las fuerzas revolucionarias en el poblado de Caracusey, porque le vendía algunos productos de mi cosecha.

“Al traicionar y alzarse me fue a ver a la casa, allá en Ceiba de Hoyo Pinto, en la zona de Méyer. Me dijo que el comunismo era un fantasma y que Fidel había traicionado al pueblo de Cuba porque tenía ansias de poder; me llenó la cabeza de humo. Yo, sin nivel cultural, llegué a creerle y por eso me convertí en colaborador suyo.

“Osvaldo era muy agresivo y violento. Cierto día me mandó a buscar y demoré. Cuando llegué, me insultó y dijo que a él nadie le ponía rabo. Le expliqué que estaba chapeando, pero no entendía… Si todo el mundo chapea –gritó—, ¿dónde nos vamos a esconder?”.

Durante varios meses este campesino fue práctico de aquella gente y cada vez cumplía más órdenes.

Al capturarse a la banda de Noel Peña, este habló de cómo algunos habitantes de la zona servían de prácticos a Osvaldo en cadena (un campesino lo llevaba hasta un punto y otro continuaba guiándolo). También se refirió a cierto G-2, el cual conocía a integrantes de dicha cadena y vivía en Trinidad.

Oficiales y agentes de la Seguridad del Estado siguieron la pista hasta dar con el mencionado contacto del temible jefe de los alzados. Al principio no quería confesar, pero luego dijo todo y por él se supo que Pancho el Grande era el principal eslabón de la cadena.

“Cuando me detuvo la Seguridad -relata Feliberto- me llevaron ante Raúl Menéndez Tomassevich y Aníbal Velaz, oficiales de la Lucha Contra Bandidos (LCB). Me explicaron que la Revolución se había hecho para ayudar a los campesinos y a los pobres.

“Les manifesté que estaba dispuesto a declarar, pero que antes quería ver al colaborador Delfín Marcos porque decían que la Seguridad lo había cogido preso y luego lo fusiló a pesar de haber declarado.

“Me lo presentaron y sugirió que yo colaborara como lo hizo él porque se dio cuenta de que los bandidos lo habían engañado. Me convencí de que tenía razón.

“Pregunté a Tomassevich que si desde un helicóptero se podía ver bien hacia abajo. Me respondió que sí; entonces le dije: si me monta en ese aparato les voy a decir el lugar exacto donde se encuentra Osvaldo y su gente.

“Desde arriba indiqué por dónde debía ir el cerco... Luego aterrizamos y seguimos a pie. No los encontramos, pero al tercer día se establece el combate en unos aromales. De ese primer choque salen corriendo y dejan las mochilas y un sombrero que identifiqué como el de Osvaldo.

“Al otro día continuó la búsqueda. Los tiros estaban satos. Al poco rato alguien da la noticia de que el jefe de la banda había muerto, y así fue”. Un parte al Comandante Juan Almeida Bosque el 16 de abril de 1962 confirmaba la veracidad del hecho.

La Seguridad del Estado, el Ejército Rebelde y las milicias, desarticularon el bandidismo en la primera mitad de la década del 60 del pasado siglo, pero en la memoria de los familiares de decenas de víctimas están los recuerdos de los actos de terror y crueldades que cometieron los alzados en contra de la Revolución, alentados por la CIA y el imperialismo.

Agencia Cubana de Noticias