En un mundo atravesado por la instalación definitiva de un capitalismo basado y sostenido por el consumo, las mujeres representan una mercancía más. Esta sociedad patriarcal y machista nos considera objetos pasibles de ser comercializados, mercantilizados, utilizados…en fin: “objetos para ser consumidos por los hombres”.

Al visualizar a las mujeres como objetos y no sujetos, se la despoja de sus derechos, convirtiéndose en blanco fácil de dominación y violencia, por parte de los hombres (no nos olvidemos que las estadísticas denuncian que el 95% de la violencia familiar, por ejemplo, se ejerce de los hombres hacia las mujeres y menos del 5% restante es de las mujeres hacia los hombres). Este sometimiento de los hombres hacia las mujeres se denomina “dominación masculina”, y se sostiene gracias al patriarcado.

Este tema en particular, la “objetivación” de la mujer, se manifiesta claramente en la trata de personas para explotación sexual y laboral; situaciones a las que cientos de miles de mujeres son sometidas año tras año, por ser consideradas objetos pasibles de “compra y venta” sin derechos.

La violencia doméstica es el tipo de violencia de género más conocida e instalada en el imaginario social. Es la que se desarrolla al interior de la pareja y se manifiesta en violencia física, psíquica o emocional y sexual.

Sin embargo existe otro tipo de violencia, casi imperceptible, a la cual nos encontramos sometidas todas las mujeres desde que nacemos: la violencia simbólica. Esta violencia es la que recibimos desde los medios de comunicación, la educación, la moda, etc. Los estereotipos de género representan una forma en la que la violencia simbólica se manifiesta. Los mismos marcan lo que se espera de los varones y de las mujeres, asentando características particulares a cada uno de ellos y cada una de ellas. Así las mujeres debemos ser bellas, flacas, siempre jóvenes, estar a la moda, ser madres, etc.

El lenguaje, como parte fundamental de lo discursivo, es una manifestación más de la violencia simbólica. El lenguaje, herramienta no inocente basada también en una desigualdad entre varones y mujeres, fue construido de manera tal que las mujeres quedaban excluidas de los discursos, generalizando siempre los mismos desde la connotación del sujeto varón.

Esta lucha por deconstruir estas practicas culturales patriarcales que nos han sido impuestas y que tantas veces reproducimos tanto varones como mujeres, debe ser una lucha de ambos sexos ya que el patriarcado explota a la mujer pero también determina un “deber ser” para el varón, nos impone estereotipos y nos impiden desarrollarnos libremente sexualmente, en los roles que ocupamos en la sociedad, etc. Por eso es un trabajo en conjunto por la liberación de ambos sexos, para que el género no sea condicionante ni nos indique como ser sin poder elegir libremente.

Es una tarea de concientización, de desnaturalizar prácticas y de construcción de otras nuevas, de nuevas relaciones más humanas e igualitarias, equitativas sin ningún tipo de discriminación o explotación.

 Comunicadora Social. Revista Motor de Ideas (www.motordeideas.com.ar)